Tras haber ejercido unos años la docencia, el arzobispo de Valencia, monseñor Carlos Ososro, ingresó en el seminario para vocaciones tardías «Colegio Mayor El Salvador» de Salamanca. Ordenado sacerdote en 1973, siguió enseñando en institutos y escuelas. Fue también rector del seminario de Monte Corbán entre 1994 y 1997, año en que Juan Pablo II le nombró obispo de Orense.
 
En enero de 2002, el difunto pontífice le designó arzobispo de Oviedo. Benedicto XVI le nombró el 9 de enero de 2009 arzobispo de Valencia.
 
- ¿Cómo surgió su vocación?
- Aunque yo entré tarde al seminario, mi vocación surgió siendo un niño. Cuando tenía 6 años, a mi pueblo llegaron unos misioneros, y uno de ellos, que se reunía con niños y jóvenes, preguntó un día: ¿quién quiere ser sacerdote? Y yo, con la espontaneidad de un niño de seis años, levanté la mano y dije: «Yo».
 
Desde aquel momento, toda mi vida, a pesar de que fui retrasando la entrada al seminario, fue siempre un planteamiento, una voz interior, en la que sentía la llamada de Cristo.
 
- Antes de entrar en el seminario, era profesor de Matemáticas, por tanto tenía una profesión, un trabajo. ¿Le costó mucho dejar todo eso?
- No me costó nada, porque para mí el dar clases fue, por así decirlo, la expresión última de una llamada muy directa del Señor. Cuando yo explicaba a mis alumnos en el encerado y me daba la vuelta, veía sus caras, y pensaba que podía enseñarles muchas más cosas y más profundas que las que les estaba enseñando.
 
Recuerdo que fue un día precisamente, mientras estaba explicando la ecuación de segundo grado, cuando tomé la determinación firme de, al terminar las clases, ir a ver a un sacerdote que yo conocía, con el que tenía muy buena relación, para decirle que me marchaba al seminario. Había terminado la carrera dos años antes.
 
- Desde su experiencia, ¿cuál es – o fue– el momento más difícil en la toma de esa decisión?
- El paso no fue difícil, sólo tienes que dejar un montón de cosas que has ido acumulando durante la vida, que dejas atrás, y comienzas un estilo de vida muy diferente, en el que, si de verdad te has enamorado de Jesucristo, te pasa aquello de san Pablo, que todo lo consideraba basura, con tal de tener a Jesucristo.
 
Si eso ha permanecido a lo largo de tu vida, y durante el ministerio lo has ido viviendo, a pesar de las diversas circunstancias que hayan rodeado tu existencia, no te cuesta, al contrario. Es para dar gracias a Dios permanentemente.
 
- Con los escándalos que están surgiendo últimamente, en Irlanda y en otros países, la figura del sacerdote parece en entredicho. ¿Cree usted que el sacerdocio está en crisis?
- Yo sinceramente creo que no. El ministerio sacerdotal es algo tan novedoso y excepcional... que un hombre sea llamado por el Señor para hacerle presente a él en medio de los hombres, para regalar su perdón, para entregar su misericordia, para regalar su presencia, para convocar a los hombres para recibir un alimento que no termina, que es eterno, su Cuerpo y su Sangre... Todo esto tiene una fuerza tal que siempre será atractivo para cualquier persona que haya conocido a Jesucristo.
 
A pesar de los escándalos que pueda haber, que son fruto de los pecados que tenemos los hombres, y eso será así hasta el final de los tiempos – no es que lo esté justificando en absoluto, pero esto ciertamente va a estar presente en la historia–, no obstante, el atractivo del sacerdocio es algo excepcional.
 
Es cierto que nosotros podemos manchar el ministerio, pero Jesucristo lo presenta con una claridad, con una diafanidad, una belleza y una riqueza... eso no lo puede quitar ningún pecado de este mundo.
 
- El Papa Benedicto XVI insiste mucho en estos últimos tiempos en la cuestión de la formación en los seminarios, y sobre todo en el discernimiento sobre los candidatos. ¿Cree usted que en eso hay que mejorar?
- Es fundamental tener en cuenta que no se puede admitir en el seminario a cualquiera que llega diciendo que quiere ser sacerdote. Hay que valorar si realmente hay una llamada, si lo que busca es un refugio, o si busca otras cosas que no tienen nada que ver con el ministerio sacerdotal. Y eso es importante, ciertamente, en una sociedad tan plural, que padece tantas enfermedades – y no hablo solo de las físicas, sino de tantas otras enfermedades que la propia sociedad está creando –.
 
El discernimiento es fundamental, como lo es para cualquier vocación humana. No todo el mundo tiene las cualidades necesarias – y, en este caso, no todo el mundo tiene la llamada del Señor.
 
- Respecto a la formación en los seminarios, ¿es mejorable?
- Yo creo que sí. A mi modo de ver, hemos hecho muchas reformas en los seminarios, en estos últimos años, pero quizás aún no hemos logrado ese seminario que quería el Concilio Vaticano II. Ese seminario que tan bellamente describe Juan Pablo II en la Pastores dabo vobis, o que también ha descrito en diversas intervenciones el Papa Benedicto XVI. Tenemos que hacer un esfuerzo para que ese seminario, que surge dentro de l a Iglesia de una pluralidad de modos de encuentro con el Señor, pueda existir.
 
- El obispo, padre para los sacerdotes. ¿Cómo vive usted esto?
- Desde dentro de mí, como algo fundamental. Yo sé que tengo que ser padre, que tengo que querer a mis sacerdotes. Sinceramente, ante Dios, creo que les quiero. Otra cosa es si eso lo estoy ejerciendo como un padre que se entrega, que se da, que vive al servicio de ellos, que los escucha, que los tiene siempre a su lado, que les demuestra también con su vida su paternidad, que les manifiesta con su vida la entrega que hay que tener en la vida y el ministerio... son cosas distintas. Yo le pido al Señor que esa paternidad la haga visible y creíble ante mis sacerdotes.
 
Eso para un sacerdote es fundamental. El sacerdote necesita por un lado de padre, y necesita de los hermanos. Necesita la fraternidad sacerdotal.
 
- Con motivo del año sacerdotal, ¿qué se ha hecho en la archidiócesis de Valencia?
- ¡Se han hecho muchas cosas! Creo que todos los meses hay alguna actividad, aparte de conferencias, encuentros, retiros... Hubo también unas jornadas donde se presentaron figuras de sacerdotes. Para la conclusión del Año sacerdotal en Roma, esperamos acudir desde la archidiócesis. Yo, espero, sí acudiré.