Hasta los años noventa, apenas existía literatura científica sobre el papel diferenciado del padre respecto a la madre en la relación con los hijos. Pero desde entonces los estudios se suceden, hay datos sobre el efecto fisiológico de la paternidad, se normaliza el concepto de «instinto paternal» y se reclama a los padres mayor implicación… y a los jueces mayor sensibilidad en caso de ruptura matrimonial. A todo ello dedica Jorge Alcalde, director de la revista de divulgación científica Quo, su último libro, Te necesito, papá (LibrosLibres).
 
Toda una invitación a una experiencia maravillosa. Toda una exigencia, la de asumir responsabilidades en el seno de la familia. Pero también todo un aldabonazo ante la marginación paterna en las decisiones judiciales sobre custodia de los hijos. Porque la ciencia, hoy, presenta datos sorprendentes e inocultables.
 
- Parece asombroso: ¡existe una fisiología de la paternidad…!
- El instinto maternal, nadie lo duda, existe. Lo que ahora la ciencia está empezando a desvelar, con cada vez más evidencias, es que también existe el instinto paternal. Es decir, que los hombres sufrimos una serie de transformaciones físicas y químicas en contacto con los hijos y que esas transformaciones forman parte de nuestro bagaje emocional.
 
- ¿En qué consisten?
- Hormonas como la prolactina, el estradiol y la testosterona se sabe hoy que desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de sensaciones que sólo se experimentan durante la paternidad.
 
- Los padres van a protestar si reducimos la paternidad a las hormonas…
- Y tendrían razón. La experiencia de ser padre va más allá de un cambio en el comportamiento de la química de nuestro organismo. Sin embargo, saber hoy que el instinto paternal también existe es una buena noticia, porque sitúa a la paternidad como una de las emociones características del ser humano, como un fenómeno único que nos dignifica como especie y al que hay que prestar, al menos, tanta atención como a la maternidad.
 
- O sea, que eso de que «los hijos son asunto de la madre» está desfasado…
- Los hijos son cosa de dos. Esto, que parece obvio en el momento de la concepción, se diría que deja de serlo en los meses y años posteriores. A lo largo de demasiados siglos, demasiadas culturas han depositado en la mujer el peso exclusivo de la crianza. Pero, con la ciencia en la mano, ha llegado el momento de cambiar esa tendencia para siempre.
 
- ¿En qué dirección?
- Del mismo modo que el siglo XX fue el siglo de una revolución que aún no ha terminado (la feminización del espacio público, el asalto definitivo de la mujer a la vida civil fuera del hogar), el siglo XXI ha de ser el de la masculinización del espacio privado. El hombre ha de reivindicar su papel como padre, ejercerlo y ser consciente de la influencia que ejerce en el desarrollo de los hijos y de lo perniciosa que es la dimisión de esa tarea.
 
- ¿Tan relevante es la aportación paterna diferencial?
- Es enorme. Los padres no son madres con barbas. La figura del padre ejerce una influencia independiente y distinta a la de la madre y, por ello, enriquecedora e insustituible. Los niños que reciben el influjo de sus padres son más independientes, osados, maduros, analíticos… felices, en suma. Con excepción de la lactancia, no hay ningún momento de la crianza en el que la presencia del padre no sea necesaria y en el que se haya demostrado que la función materna por sí sola pueda sustituirla.
 
- Es una responsabilidad tremenda…
- Puede decirse que cada minuto pasado con el bebé, cada pañal cambiado, cada caricia del padre es una inversión de futuro. El padre establece nexos a través de vías que no suelen ser exploradas por la madre.
 
- ¿A qué se refiere?
- Al juego, al contacto físico, al reto, a la independencia… Se sabe, por ejemplo, que durante los primeros meses de vida el contacto físico de la madre suele tener como objetivo el cuidado y la tranquilidad de la criatura. Es el padre el primero que cogerá a su hijo en volandas, jugará con él en el aire, le hará cosquillas… Situará al niño en una perspectiva física diferente, en una catarata de estímulos nueva e igualmente necesaria.