Trece veces, trece iniciativas: el impulso por parte de España para que Benedicto XVI visitase España este año requirió un intenso concurso de voluntades, que abarcan desde el Rey de España, al presidente del Gobierno, a la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, al ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, al embajador ante la Santa Sede, Francisco Vázquez (por tres veces se lo propuso), el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, y por supuesto el presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, el prefecto de la Congregación del Culto, Antonio Cañizares, y el arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio.

Pero según las fuentes citadas por M. Cheda en La Voz de Galicia, fue sobre todo la voluntad personal del Papa de venir a España la que inclinó la balanza, ante la importancia del Año Santo jacobeo y de la consagración de la emblemática Sagrada Familia de Barcelona. Benedicto XVI tomó la decisión entre la tercera y la cuarta semana de febrero, pero sólo trascendió fuera de su círculo más íntimo el día 25. Fue entonces cuando se puso en marcha la maquinaria diplomática para confirmar las fechas entre la Secretaría de Estado vaticana y el Ministerio de Asuntos Exteriores.

Al parecer, la intervención de los cardenales Rouco y Cañizares fue decisiva cuando todo podía haberse venido abajo debido a ciertos imprevistos o, como afortunadamente pasó, prosperar».
 
Pero el mismo Francisco Vázquez añade una nota de color, al desvelar «una pequeña infracción diplomática» suya al perseverar en el intento el pasado 10 de septiembre: «Tiene que ir. Son dos horas de vuelo, como si fuera usted a Rímini. Va y viene en el día...», porfió el ex alcalde de La Coruña, rompiendo los usos diplomáticos con tan tenaz insistencia.

El caso es que el Papa se rió con el alegato... y aquí estará el 6 y 7 de noviembre.