El mensaje pastoral que cada domingo dedica a sus fieles el arzobispo de Burgos ha tenido, para estas primeras semanas de la Cuaresma, un arranque demoledor, claramente orientado a denunciar la ingeniería social puesta en práctica por el Gobierno, pero también con un llamamiento muy personal a todos los católicos para no descargar responsabilidades en una queja estéril.
«Una sociedad con varios millones de parados, que mata impune y sistemáticamente a sus hijos más inocentes, que administra la justicia según los colores políticos, que miente con descaro y desde las más altas instancias, que viola los pactos más sagrados, que fomenta el odio y el enfrentamiento entre sus miembros, que impide el ejercicio libre de la religión, que destruye la inocencia de los niños desde su más tierna edad, que azuza las pasiones de los jóvenes, que niega que haya acciones buenas y malas con independencia de tiempo y circunstancias, que convierte la escuela en un instrumento ideológico y el poder político en trampolín para el enriquecimiento personal y el medro de los suyos, que se empeña en no tener hijos, en una palabra, una sociedad cuarteada en sus estructuras básicas y removida en sus cimientos éticos es una sociedad decadente y enferma de extrema gravedad.» Así empezaba la pastoral del obispo, bajo el título Una sociedad enferma.
Difícil resumir con mayor contundencia todos los recientes motivos de enfrentamiento entre el Ejecutivo y la sociedad civil, con la Iglesia como parte también afectada: el aborto, la politización de la justicia, la futura ley de libertad religiosa, la Educación para la Ciudadanía o el engaño permanente «desde las más altas instancias» (una de las acusaciones que más reiteradamente se han formulado contra José Luis Rodríguez Zapatero en relación a la crisis económica).
Monseñor Gil Hellín habla de un «dramatismo inusitado» de la situación, que exige «de inmediato un remedio radical». Pero no es complaciente ni echa balones fuera: «Parte de los mismos eclesiásticos no están a la altura de su misión», afirma.
Ahora bien, «esta sociedad, precisamente porque es la nuestra, no debe ser mirada con desinterés, desprecio u odio». Y como la enfermedad es grave, no valen las «cataplasmas», es decir, todos los remedios que no contemplen «una profunda regeneración ética»: «Hay que cambiar a las personas.»
Y por eso «lo que ahora necesitamos en España con absoluta urgencia es volver a Dios»: «Reconocernos pecadores, acudir al perdón y reiniciar el camino del bien y de la verdad». Y ése es su mensaje para la Cuaresma, que brinda «una oportunidad de oro» de empezar. Para todos: «Ciudadanos, cristianos, eclesiásticos», subraya, reiterando la alusión precedente, en la conclusión.