La denuncia es fuerte, y doble. Este domingo por la mañana el Osservatore Romano anunciaba las manifestaciones con las que los católicos iraquíes van a reclamar a las autoridades del país protección frente a los crecientes ataques islamistas. Se cumplen además dos años del secuestro del arzobispo de Mosul de los Caldeos,  Paulos Faraj Rahho, posteriormente asesinado y considerado un mártir por la población cristiana, castigada por un acoso implacable del extremismo musulmán.

El arzobispo de Mosul de los Sirios, Georges Basile Casmoussa, habla directamente de «masacres» para describir la situación. Y es que hace pocos días que el patriarca de Antioquía, Ignatius Joseph Younan, dirigió una durísima carta al primer ministro Nuri al-Maliki, denunciando que ante esa situación «nadie castiga a los agresores».
 
En ese sentido la presión de la Santa Sede y de otros organismos internacionales comienza a ser eficaz, y el gobierno iraquí ha constituido una comisión para estudiar el caso y ver cómo poner coto a unos desmanes que amenazan con despoblar de cristianos el país.

Para no ceder en esa insistencia, el mismo Benedicto XVI ha dedicado sus palabras después del Ángelus para confortar a algunos peregrinos iraquíes presentes, y sobre todo para mantener el vigor de la denuncia: «He conocido con profunda tristeza las trágicas noticias de los recientes asesinatos de algunos cristianos en la ciudad de Mosul... Deseo unirme espiritualmente a la oración por la paz y por el restablecimiento de la seguridad promovida por el Consejo de los Obispos de Nínive», quienes también se irguieron con firmeza ante Al-Maliki ante la oleada de violencia que sufren.

«Apelo a las autoridades civiles para que realicen todos los esfuerzos para dar seguridad a la población y, en particular, a las minorías religiosas más vulnerables», y apeló a la responsabilidad de la comunidad internacional para dar al país
«un futuro de reconciliación y de justicia».