La ceremonia abrió la reunión de dos días que los prelados de este país mantendrán en el Vaticano para afrontar el escándalo de abusos sexuales que desde hace algunos meses está sacudiendo a la Iglesia católica en Irlanda.
 
Para la Iglesia, «las pruebas que proceden de dentro son naturalmente más duras y humillantes». Aun con todo, «cualquier tipo de prueba puede convertirse en motivo de purificación y santificación siempre y cuando esté iluminada por la fe y el pecador reconozca su propia culpa», explicó Bertone.
 
«Tal es la grave prueba que están atravesando en este momento vuestras comunidades, que ven implicados a algunos hombres de Iglesia en actos especialmente execrables», señaló. Sin embargo, «el maligno insinúa otra tentación que, a sus ojos, es más importante». La que «lleva a perder la confianza en Dios y empuja al desánimo y a la desesperación», según puntualizó.
 
«Ésta es, en realidad, la tormenta más peligrosa: la que toca el corazón de los creyentes, sacudiendo su fe y amenazando su capacidad de confiarse a Dios -dijo-. Sí, las tormentas dan miedo. También esas que sacuden la barca de la Iglesia por culpa de los pecados de sus miembros. Pero de estas tempestades puede llegar la gracia de la conversión y una fe más grande», informa EP.
 
La misa precedió el encuentro que los miembros de la Conferencia Episcopal de Irlanda mantendrán esta mañana con el Papa. El escándalo ya se ha saldado con la dimisión de cuatro prelados irlandeses.
 
El encuentro sigue al que se celebró el pasado mes de diciembre, en el que el Pontífice se dijo «profundamente preocupado y angustiado» por esta acusación de abuso infantil sexual por sacerdotes en el país.
 
Además, tras la reunión de diciembre, el Papa anunció que escribiría una carta a los irlandeses sobre este escándalo. Con esta misiva, sería la primera vez que un Pontífice dedique un documento únicamente al abuso del clero a niños.
 
El Vaticano empezó a manifestar oficialmente su preocupación por los abusos en Irlanda a raíz de la publicación de dos informes en los que el Gobierno de este país denunciaba no sólo el comportamiento criminal de algunos sacerdotes, sino también el silencio de sus superiores eclesiásticos e incluso del estado irlandés, que durante décadas trataron de encubrir a los culpables.