Construido en el 356 d.C., el Monasterio surge a los pies de una montaña, poco distante de la gruta donde san Antonio había vivido su aislada vida de asceta, alrededor de 40 km al oeste de Zafarana y a alrededor de 140 km al sudeste de E, Cairo, en las cercanías del desierto oriental y de la costa del Mar Rojo.
En declaraciones a ZENIT, el Abad Justus, Superior del Monasterio de san Antonio, afirmó: «He encontrado mucha colaboración por parte del Ministro de Cultura, cuando le visité para pedirle ayuda para salvar el Monasterio, especialmente tras el terremoto de 1992».
El camino hacia el Monasterio permaneció cerrada largo tiempo en los años Sesenta, durante la guerra con Israel. En cambio hoy, lo visitan peregrinos procedentes de todo el mundo. Esto en gran parte gracias a los esfuerzos del Consejo Superior de Antigüedades egipcio.
Por su parte, el Director del Consejo Superior de Antigüedades, Zahi Hawass, explicó a ZENIT que «la belleza de este evento está en haber mostrado el verdadero rostro de la civilización egipcia, que no hace distinciones entre los lugares cristianos, islámicos o judíos».
Hawass confirmó que muchos de los que han participado en la restauración del Monasterio – el más antiguo del mundo – eran musulmanes.
Durante los trabajo, se descubrió una habitación que se remonta al año 400, con escrituras en la antigua lengua copta: «La parte que falta de nuestra historia», comentó el vicario del Monasterio, padre Maximos Al Antoni. Los trabajos del Monasterio, que tiene siete iglesias en su interior, han durado 8 años y han costado 15 millones de dólares.