Con estas reflexiones se dirigió hoy el Papa a los miembros y consultores del Consejo Pontificio para la Familia, que celebran estos días en Roma su Asamblea Plenaria, dedicado a los derechos de la infancia, en conmemoración del l XX aniversario de la Convención de la ONU de 1989, sobre los Derechos del Niño. «La Iglesia, a lo largo de los siglos, a ejemplo de Cristo, ha promovido la tutela de la dignidad y de los derechos de los menores y, de muchas formas, ha cuidado de ellos», afirmó, recordando al respecto «la ternura y la enseñanza de Jesús, que consideró a los niños un modelo a imitar para entrar en el Reino de Dios».
En este sentido, afirmó, la Iglesia acogió favorablemente la Declaración de los Derechos del Niño, pues «contiene enunciados positivos sobre la adopción, los cuidados sanitarios, la educación, la tutela de los discapacitados y la protección de los pequeños contra la violencia, el abandono y la explotación sexual y laboral».
Por desgracia, admitió, «en algunos casos, algunos de sus miembros, actuando en contraste con este compromiso, han violado estos derechos: un comportamiento que la Iglesia no deja y no dejará de deplorar y de condenar».
«Las duras palabras de Jesús contra quien escandaliza a uno de estos pequeños, comprometen a todos a no bajar nunca el nivel de ese respeto y amor», advirtió el Papa, sin citar el versículo del capítulo 9 del Evangelio de san Marcos: «Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar».
Para proteger adecuadamente los derechos de los niños, lo primero que hay que proporcionarles una familia, como reconoce la misma Declaración Internacional. «Cierto, es precisamente la familia, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, la ayuda más grande que se pueda ofrecer a los niños», afirmó Benedicto XVI.
Los niños, añadió , «quieren ser amados por una madre y por un padre que se aman, y necesitan habitar, crecer y vivir junto con ambos padres, porque la figura materna y paterna son complementarias en la educación de los hijos y en la construcción de su personalidad y de su identidad». En este sentido, «es importante, por tanto, que se haga todo lo posible por hacerles crecer en una familia unida y estable».
Por ello el Papa pide a los esposos que «no pierdan nunca de vista las razones profundas y la sacramentalidad de su pacto conyugal y a reforzarlo con la escucha de la Palabra de Dios, la oración, el diálogo constante, la acogida recíproca y el perdón mutuo». «Un ambiente familiar no sereno, la división de la pareja, y en particular, la separación con el divorcio no dejan de tener consecuencias para los niños, mientras que apoyar a la familia y promover su bien, sus derechos, su unidad y estabilidad, es la mejor forma de tutelar los derechos y las auténticas exigencias de los menores», concluyó.