(José R. Navarro/La Razón) La reciente respuesta de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X al ofrecimiento de la Santa Sede para continuar las negociaciones sobre su vuelta a la comunión con Roma, ha suscitado una gran controversia. Frente a la opinión generalizada, que interpreta el comunicado de los lefebvrianos como un «no» a las «generosas» condiciones que había establecido el cardenal Darío Castrillón, presidente de la comisión Ecclesia Dei, algunas fuentes, como el vaticanista de «Il Giornale» Andrea Tornielli, sostienen que «la respuesta no ha sido negativa» y que el cardenal «está contento». Sin embargo, los signos que llegan desde los seguidores de Lefebvre, evidencian sus diferentes posiciones frente al diálogo. De hecho, Bernard Fellay -que en su calidad de sucesor de Lefebvre al frente de la Fraternidad es el encargado de la negociación- es el único de los obispos que mantiene un cierto optimismo. En una entrevista para la RTSI (la radio pública suiza en italiano), Fellay afirmaba el pasado sábado que es «falso decir directamente que rechazo [las condiciones vaticanas], que hago un rechazo total», puntualizaba. Y aunque reconocía que ahora el diálogo entraba en una fase «más fría», destacaba que para él la negociación «no está terminada». Pero el posibilismo de Fellay contrasta con la firme posición de otro de los obispos lefebvrianos, Richard Williamson, quien días antes de que se enviara la carta a la Santa Sede ya vaticinaba que «nuestra respuesta será negativa». En una entrevista en el portal «Petrus», no se contentaba con que Benedicto XVI hubiera liberalizado el rito extraordinario de la misa, aunque decía apreciar el gesto, sino que más allá de cuestiones litúrgicas reafirmaba su oposición a aspectos del Concilio Vaticano II como «el ecumenismo, la colegialidad, el modernismo y el dialogo interreligioso». Y sostenía que «el problema no es el Pontífice: reconocemos su poder y su autoridad. El verdadero problema está en la Curia modernista, hija del Concilio, que se aloja en el Vaticano». Más radical se muestra Bernard Tissier de Mallerais, otro de los obispos excomulgados ordenados por Lefebvre, en su posición frente al Papa. El año pasado, en el simposio Pascendi de París, se refirió en todo momento a él por su nombre de pila, Joseph Ratzinger, evitando nombrarlo como Benedicto XVI. Sedevacantismo Tissier de Mallerais también ha acusado al Papa de «liberal, modernista y racionalista», e incluso de «profesar herejías». Una actitud que le sitúa muy cerca del sedevacantismo, la corriente teológica que considera vacante la sede de Roma. De hecho, en una entrevista publicada por «The Remnant» en 2006, a pesar de sostener que la Fraternidad no era sedevacantista, recordaba que el Derecho Canónico recogía que «en caso de duda [con el Papa], la Iglesia suple al poder ejecutivo». Una posición que podría desencadenar la ruptura de la Fraternidad. Sobre este aspecto, en febrero de 2001, era Williamson quien afirmaba que «incluso si las negociaciones, por muchos motivos, no llegasen a nada, el simple hecho de haberlas emprendido habrá jugado a favor de Roma y en contra de la postura de la Fraternidad». Y fundamentaba su explicación en que «toda organización católica que resiste a la Roma en crisis sufre una inevitable tensión interna que resulta de su deber de acercarse a Roma, su madre, y de quedarse lejos de su lepra modernista». Y pronosticaba que la Fraternidad «se verá descuartizada hasta el punto de la ruptura» si dejaban a Roma «presentar un ofrecimiento calculado para gustar a unos y disgustar a los otros». Las palabras de Williamson anticipaban en unos meses uno de los primeros cismas dentro de los lefebvrianos. En agosto de 2001, Juan Pablo II absolvía de la excomunión al obispo brasileño Licinio Rangel (consagrado en su momento por Tissier de Mallerais) y constituía una Administración apostólica que agrupaba a unos 25.000 tradicionalistas. Una situación muy parecida ha ocurrido estos días cuando una pequeña comunidad, los Redentoristas Transalpinos -vinculados a los lefebvrianos a través de sus seminarios- han sido admitidos en la comunión de Roma. Un camino que, de momento, no parece que vaya a seguir el grueso de la Fraternidad. Aunque el tiempo corre en su contra. Además de agotar la paciencia vaticana, los lefebvrianos se enfrentan al envejecimiento de sus obispos, lo que en pocos años, y para garantizar las ordenaciones sacerdotales, les podría obligar a nuevas consagraciones episcopales, lo cual complicaría aún más la relación con la Santa Sede.