«Todos estamos en nuestro derecho de pedir una televisión mejor y tenemos el deber de hacerlo», afirmó el director de la actividad productiva de Lux Vide al presentar un avance de la nueva película televisiva «San Agustín», el pasado 15 de enero en Roma. Esa frase pronunciada por Luca Bernabei sintetiza el sentido del trabajo que su empresa está llevando a cabo con valentía pero también con éxito de público, desde el año 1992.
Lux Vide entiende que «se debe producir espectáculo teniendo en cuenta que al otro lado de la pantalla siempre hay personas» y por eso quiere en primer lugar proporcionar contenidos pensados para ofrecer un trabajo de valores que enriquezca, además de divertir y divulgar. La audiencia que han conseguido series de éxito, que van de la «Biblia» a «Don Mateo», y películas como «Enrico Mattei», «Juan XXIII», «Guerra y paz» y «Padre Pío», le dan la razón.
El mismo Papa Benedicto XVI había pedido que se produjera esta película sobre san Agustín, infatigable buscador de un sentido para su vida y su historia. Su pensamiento es el hilo conductor de toda la película: la biografía es de esas «impactantes»: hay un antes y un después.
En el joven y brillante abogado Agustín se ve la misma insatisfacción que todavía hoy hace inquietas a muchas personas, incluso personas de éxito. Muestra la misma curiosidad intelectual de las personas de cultura y de los jóvenes de hoy que se plantean todavía las mismas preguntas: «¿Por qué me ha creado Dios?», «¿por qué existe el mal?», «¿qué hay después de la muerte?».
El santo está interpretado por Alessandro Preziosi, que, curiosamente, ha ejercido como abogado antes de convertirse en actor y ha dado un perfil convincente del gradual pero inexorable acercamiento a la luz de la Fe. La madre es Mónica Guerritore, sufriente pero combativa; san Ambrosio transmite la gracia para la conversión, y Andrea Giordana, autoritario y firme en su misión, obligado a hacer de contrapunto del poder imperial, se sentía desplazado por el prestigio que el irreprensible obispo había adquirido a los ojos del pueblo.
La reconstrucción, muy cuidada, de los episodios históricos y de los ambientes contribuye a ofrecer un producto de alta calidad, tanto en los aspectos de espectáculo como en los de contenido. La película empieza en Hipona (actual Túnez) con el obispo Agustín que acoge a los prófugos huidos de Roma, conquistada y saqueada por los visigodos.
La mente del espectador no puede dejar d e trasladarse a la realidad actual, que lleva el flujo de desesperados en busca de esperanza desde las costas africanas a las de Europa. Toda la película se desarrolla en una atmósfera creada por un paralelo entre la ansiedad, el malestar y la desorientación por el fin de un mundo, y los sentimientos que impregnan hoy los países occidentales: ahora como entonces.
Las escenas finales, en cambio, presentan el nacimiento, de la fusión entre bárbaros y cristianos, de una nueva «ciudad terrena», distinta, inesperada y destinada a vivir en la espera de la «Ciudad de Dios».