Monseñor Jesús Sanz Montes se declara montañero y deportista. Una buena combinación, y hasta una carambola simpática de la Providencia, para un obispo que llega de Huesca, a Asturias: ni en uno ni en otro lugar le habrán faltado, ni le faltarán, oportunidades para disfrutar de hermosos paisajes o altos picos  desafiantes. Aunque antes de sacerdote fue empleado de Banca, afirma que en realidad, la suya, no fue una vocación tardía, sino retardada: «Uno se defendió como pudo contra Dios Nuestro Señor…, pero Dios, que es muy suyo, arrimó su ascua a mi sardina y ganó la batalla». El que fuera, en su día, el obispo más joven de todos los prelados españoles, franciscano, tomará posesión de su nueva sede como arzobispo de Oviedo, este sábado, día 30 de enero
 
 
- ¿Cómo recibe la noticia de su nombramiento?
- Ante algo que es desproporcionado, sólo cabe una actitud para responder: la confianza, es decir, fiarte de alguien, en este caso de Dios y de su Iglesia, para decir sí a algo que no parece lógico y que no responde a tus cualidades, a tu formación, a tu trayectoria… La segunda cosa que me vino a la mente es la gratitud. Había una famosa bailarina y actriz francesa del siglo XIX, Eva Lavalierre, que, cuando se convierte al cristianismo, dice: «Señor, tú te has vengado de mis iniquidades colmándome de gracia y bendición». Y junto con la gratitud, está mi tercer y último sentimiento: la mendicidad. No sólo dar gracias, sino pedir como un mendigo la Gracia para hacerle frente a este nuevo tiempo.
 
- ¿Había tenido relación anteriormente con la Iglesia en Asturias?
- Conocía Covadonga, pero poco más. Yo soy montañero; me gusta y practico el montañismo y el esquí, por afición, por puro deporte…, por eso, conocía Asturias en lo que es el mazizo central de los Picos de Europa. Para mí la Iglesia asturiana es una Iglesia que siempre me ha suscitado enorme respeto y mucha simpatía. Es una historia que te llena de conmoción, por ser tan larga, tan hermosa, tan rica en historias de santidad, en historias de martirio.
 
- ¿Tiene algún sueño, alguna expectativa, algo que le ilusione especialmente en esta archidiócesis?
- No voy con ninguna pretensión. Yo no conozco la Iglesia en Asturias. No sería de recibo que yo llegara a un lugar así y dijese: «A partir de mañana, os voy a contar mi hoja de ruta que va a consistir en lo siguiente: Éstas son mis prioridades, esto es lo que jamás permitiré…» Nuestro León Felipe tiene, en los Versos del  Caminante, esa expresión que yo tantas veces he meditado: «No sabiendo los oficios, los haremos con respeto». Pues no conociendo la historia del momento presente y el lugar, antes de hacer o decir nada, tengo que ver y escuchar profundamente.
 
- Usted comenta con frecuencia que, poco a poco, empieza a aprender a ser obispo, tarea que se le ha encomendado desde hace 6 años… ¿Qué es lo que más le llena y con lo que más disfruta de esta tarea? 
- No ciertamente la parte más burocrática de tener que estar en un despacho, llevando adelante un organigrama, un plan pastoral… Lo que más me llena es, precisamente, el trato con las personas en ese acompañamiento del pueblo de Dios que la Iglesia te confía. Cuando voy a los pueblos, cuando me encuentro con los críos, cuando voy a visitar a los enfermos, cuando me encuentro con los sacerdotes…, esto es lo que más me ha llenado en estos seis años, y de lo que más he aprendido: del trato personal con las personas.
 
- En este año sacerdotal, ¿se plantea una atención especial a los sacerdotes?
- No solamente por el Año Sacerdotal; es que el sacerdote es el colaborador más inmediato en donde nuestro ministerio episcopal se hace largo y llega porque hay brazos hermanos que continúan allí donde tú no puedes estar. Cuidar al sacerdote significa que cuidas la vida entera de ese sacerdote, no sólo al trabajador pastoral, sino a esa persona que tiene también un corazón y un afecto, una inteligencia que seguir nutriendo, tiene también una salud por la que velar… Cuidar a un sacerdote es, con discreción, ejercer de padre y hermano, interesándote por su salud, por su vida espiritual, por su cultura intelectual teológica, por su situación en cómo es acogido, cómo es comprendido… por su trabajo pastoral.
 
- El Principado de Asturias es una región eminentemente industrial: también allí han notado profundamente la crisis....
- Esta crisis económica tiene un trasfondo y un previo que denominamos crisis moral o de valores. Lo que yo puedo decir a las familias que sufren esta situación, es una palabra de esperanza. La palabra esperanza no es una fórmula mágica que hace milagros humanos, sino que el primer milagro comienza por descartar y desalojar del propio corazón todo aquello que ha hecho que esta crisis nos pegue esta dentellada. Hay suficientes ejemplos en la Iglesia como para que esto que proponemos a cada persona se manifieste en la comunidad cristiana. Las redes de solidaridad, los bancos de alimentos, las bolsas de trabajo, todo lo que lleva adelante asistencialmente y existencialmente la Iglesia a través de Caritas, entre otras, es el ejercicio de un anuncio de esperanza.