En ambas intervenciones, el diplomático israelí lamenta que «sean pocos los representantes del judaísmo realmente comprometidos en el diálogo con los católicos», y reconoce que existe una «asimetría» en este diálogo. Reconoce también que, a pesar de que su Gobierno es favorable «al continuo diálogo a los máximos niveles oficiales, entre el Rabinato Central de Israel y la Santa Sede, sigue habiendo escepticismo por parte de la corriente principal de los ortodoxos».

Esta cerrazón, admite, es mayor después de la Shoá: «La ortodoxia judía, antes plural en su relación con los cristianos, tras la Shoá se ha vuelto, por decir poco, menos flexible», sobre todo la corriente de los Haredim ultraortodoxos, que prohíben incluso el encuentro con los sacerdotes.
 
Actualmente, explicó, «el judaísmo reformado y conservador son más abiertos al diálogo con los cristianos. Lo hacen desde el punto de vista de su experiencia americana, donde la convivencia entre grupos étnicos y religiosos es intrínseca a la sociedad».
 
Incluso este diálogo, encabezado por el rabino Soloweitchik, no pretendía discutir sobre principios de fe, aunque al menos «no se negaba a un diálogo sobre cuestiones que pudiesen mejorar el bien común de la convivencia social», en temas como la bioética, la ecología, la violencia, etc.
 
Esta dificultad que experimentan muchos judíos a la hora de plantear un diálogo, se explica, según Lewy, en que «la mayor parte de los judíos se considera autosuficiente al definir su propia identidad religiosa. No necesitamos ninguna otra referencia teológica, sino la Biblia, para explicar nuestra cercanía a Dios como sus hijos predilectos».
 
Esto sucede, explica, por un mecanismo de autodefensa de los judíos a lo largo de su historia, al tener que vivir en ambientes hostiles, aunque no siempre ha sido así su relación con los cristianos.
 
Además, «la mayor parte de los judíos perciben su historia durante la Diáspora como una batalla traumática por la supervivencia contra los constantes esfuerzos, por parte de los católicos, de convertirles amablemente o, en la mayoría de los casos, por la fuerza», asegura.
 
Esta herida «grave y dolorosa» es la que el diplomático israelí invita a los judíos a superar, y a «conocer mejor a la otra parte para comprenderla». «Podría ser que muchos de nosotros, aún traumatizados, deseen evitar toda situación en la que se deba perdonar a alguien, especialmente si se le identifica, justa o erróneamente, como representante del verdugo», añade.

En este sentido, Mordechay Lewy, citando a varios sabios judíos de todos los tiempos, recuerda que el judaísmo «se funda sobre el reconocimiento de la unidad del género humano, de la adherencia a los principios morales y de la verdad, que reinan por encima de todo hombre, presciendiendo de la raza o de la religión».
 
Recuerda en este sentido las enseñanzas de las fuentes rabínicas medievales, especialmente a Maimónides, afirmando que «mostraban respeto hacia las demás religiones».
 
El diplomático insiste en la necesidad de aceptar un diálogo con los católicos, en la línea de la ortodoxia moderna actual, uno de cuyos representantes es el rabino estadounidense David Rosen. «Cuarenta años de diálogo judeo-católico tras la “Nostra aetate” han sido un periodo de prueba y errores recíprocos en los que se ha desarrollado un dinamismo propio», añade. «Tras la Shoá, la Iglesia católica ha puesto en marcha en los años sesenta un cambio radical respecto a los judíos. La conversión se ha relegado a un horizonte escatológico distante y desconocido».
«La capacidad de supervivencia del judaísmo está garantizada desde la fundación del Estado judío», corrobora Lewy, apoyando la necesidad de superar esa actitud de autodefensa.
 
«Los católicos nos tienden la mano. Sería insensato no aferrarla, a menos que queramos hipotecar nuestro futuro con una animosidad constante con el mundo católico», advierte.  Mordechay Lewy concluye renovando a sus connacionales la invitación al diálogo: «Los primeros dos mil años no legitiman una repetición. Ambos merecemos algo mejor».