La pequeña explotación de agricultura biológica se halla junto al monasterio Mater Ecclesiae, creado por voluntad de Juan Pablo II. Es allí donde crecen verduras y frutas orgánicas, sin ningún aditamento químico. La misma filosofía se sigue, en la medida de lo posible, en los jardines del Vaticano, que ocupan 22 de las 44 hectáreas de superficie del minúsculo Estado soberano incrustado en la ciudad de Roma.
Hace poco, las cámaras de Canale 5, una de las televisiones privadas que creó Silvio Berlusconi, lograron entrar por primera vez en el huerto del Papa, una de las zonas más inaccesibles del Vaticano. El monasterio Mater Ecclesiae es de clausura. Allí habita una pequeña comunidad de monjas que se sienten privilegiadas de poder trabajar y orar en el corazón del universo católico y tan cerca del Pontífice.
«Este es un huerto especial porque es el huerto del Papa, que cultivamos con alegría, energía y de un modo ecológico –declaró a Canale 5 la abadesa, la madre Sofia Cichetti–. No usamos fertilizantes químicos, sino sólo estiércol. Producimos varios tipos de verdura y de fruta, para nosotros y, dos veces por semana, para la mesa del Papa».
El huerto está circundado por la célebre muralla leonina, que contribuye a formar un microclima idóneo para la agricultura. Los naranjos y limoneros suelen dar mucho fruto. Entre las especialidades de las monjas figura la mermelada de naranja, elaborada con receta propia.
Hace 15 años, por expreso deseo de Juan Pablo II, se creó el monasterio. Karol Wojtyla quería que su presencia fuese una fuerza de espiritualidad y plegaria constante, por el Papa y por la Iglesia entera. Juan Pablo II escogió que el monasterio fuese de clausura, compuesto por monjas de distintas nacionalidades que rezan siempre en latín y cantan gregoriano. Además de cultivar el huerto, se ocupan del talar blanco del Papa y del bordado de las mitras y estolas.
Según la madre Sofia, la relación que tienen con el Papa «es muy profunda y de una gran ternura» por parte de Benedicto XVI. Para evitar la impresión de favoritismos, el estatuto de Mater Ecclesiae prevé que las monjas se vayan alternando entre las diversas órdenes de clausura, después de una permanencia de cinco años. «La experiencia de cuidar el huerto es muy bella, porque te pone en contacto con la naturaleza y con el autor de esta naturaleza, que es Dios –explicó la abadesa en una entrevista en L´Osservatore Romano, el órgano oficial de la Santa Sede–. Observar las semillas crecer poco a poco, observar cómo las plantas se hacen grandes, ver las flores y luego los frutos, seguir la vida vegetal en sus varias fases, todo esto ayuda también en la oración y en la contemplación. Además de las frutas, las verduras y las mermeladas, el huerto proporciona flores frescas para los servicios litúrgicos. El monasterio se ha especializado en dos variedades de rosas, la Beatriz de Este, de color carne, y la Juan Pablo II, blanca y muy perfumada. En mayo las envían cada semana al Papa».
Hace poco, las cámaras de Canale 5, una de las televisiones privadas que creó Silvio Berlusconi, lograron entrar por primera vez en el huerto del Papa, una de las zonas más inaccesibles del Vaticano. El monasterio Mater Ecclesiae es de clausura. Allí habita una pequeña comunidad de monjas que se sienten privilegiadas de poder trabajar y orar en el corazón del universo católico y tan cerca del Pontífice.
«Este es un huerto especial porque es el huerto del Papa, que cultivamos con alegría, energía y de un modo ecológico –declaró a Canale 5 la abadesa, la madre Sofia Cichetti–. No usamos fertilizantes químicos, sino sólo estiércol. Producimos varios tipos de verdura y de fruta, para nosotros y, dos veces por semana, para la mesa del Papa».
El huerto está circundado por la célebre muralla leonina, que contribuye a formar un microclima idóneo para la agricultura. Los naranjos y limoneros suelen dar mucho fruto. Entre las especialidades de las monjas figura la mermelada de naranja, elaborada con receta propia.
Hace 15 años, por expreso deseo de Juan Pablo II, se creó el monasterio. Karol Wojtyla quería que su presencia fuese una fuerza de espiritualidad y plegaria constante, por el Papa y por la Iglesia entera. Juan Pablo II escogió que el monasterio fuese de clausura, compuesto por monjas de distintas nacionalidades que rezan siempre en latín y cantan gregoriano. Además de cultivar el huerto, se ocupan del talar blanco del Papa y del bordado de las mitras y estolas.
Según la madre Sofia, la relación que tienen con el Papa «es muy profunda y de una gran ternura» por parte de Benedicto XVI. Para evitar la impresión de favoritismos, el estatuto de Mater Ecclesiae prevé que las monjas se vayan alternando entre las diversas órdenes de clausura, después de una permanencia de cinco años. «La experiencia de cuidar el huerto es muy bella, porque te pone en contacto con la naturaleza y con el autor de esta naturaleza, que es Dios –explicó la abadesa en una entrevista en L´Osservatore Romano, el órgano oficial de la Santa Sede–. Observar las semillas crecer poco a poco, observar cómo las plantas se hacen grandes, ver las flores y luego los frutos, seguir la vida vegetal en sus varias fases, todo esto ayuda también en la oración y en la contemplación. Además de las frutas, las verduras y las mermeladas, el huerto proporciona flores frescas para los servicios litúrgicos. El monasterio se ha especializado en dos variedades de rosas, la Beatriz de Este, de color carne, y la Juan Pablo II, blanca y muy perfumada. En mayo las envían cada semana al Papa».