El Diccionario enciclopédico de las sectas, del sacerdote don Manuel Guerra, tiene más de mil páginas. En ellas uno puede hacer un recorrido, en unas ocasiones surrealista, en otras aterrador, en el que hadas, druidas, masones y satánicos conviven entre las páginas. El panorama es espeluznante, y más cuando se advierte que el objeto de tales sectas es captar a personas que, simplemente, buscaban la felicidad. Podría considerarse que las personas víctimas de las sectas suponen un pequeño porcentaje dentro del total de la sociedad. Podríamos calificarlo como el extremo en el que nadie quisiera caer, dentro de su búsqueda personal y vital.
España es tradicionalmente católica; nuestra cultura ha bebido de la tradición judeocristiana, y no hay prácticamente culto, fiesta o celebración de pueblos o ciudades que no tenga un origen cristiano. Sin embargo, lo exótico, lo diferente o novedoso, se cuela por las rendijas que se van quedando abiertas en nuestra sociedad, cada vez más descreída pero, también, más crédula. Parece que hemos perdido la fe de nuestros antepasados, y recuperamos esa necesidad de trascendencia recopilando tradiciones de pueblos con los que nunca antes habíamos tenido contacto.
¿Cómo explicar, si no, el éxito de pitonisas, la cartomancia, publicaciones New Age, tiendas de santería, terapias..., que prometen una solución a los problemas personales, el bienestar personal, el éxito en el trabajo, en el amor, en la familia? Ya no se trata sólo de sectas, en cuyas redes nadie quiere caer; hablamos de cambios de mentalidad que se van asumiendo, con el transcurso de los últimos años; hablamos de aquellas terapias orientales que, con buena voluntad en la mayor parte de los casos, se van implantando en nuestros gimnasios, hospitales, asociaciones, polideportivos...; hablamos de las innumerables páginas web donde se enseña a decorar nuestro hogar para atrapar la suerte, conjurar lo negativo y favorecer la armonía (el famoso feng shui, ¿les suena?); hablamos de cursos de meditación trascendental, vacaciones para niños y adultos a lugares sagrados como Findhorn, Stonehenge, Avalon, o el bosque de Merlín; hablamos de conciertos de músicas ceremoniales; hablamos de tantos y tantos aspectos, unos más peculiares, otros más inocentes, que conviven con nuestras costumbres y que es necesario reconocer, pero que, por lo general, provienen del movimiento cultural tan heterogéneo que conocemos como la New Age.
Creemos, con frecuencia, que nuestra época es la época de la incredulidad, del laicismo, de la secularización, del relativismo, de la nada, del aquí y ahora. Sin embargo, no es así.
Don Juan Alonso, profesor de la Facultad de Teología de Navarra, afirma que, «hoy en día, pocos saben distinguir entre la fe y la credulidad, entre el auténtico creer religioso y las creencias y supersticiones. La ignorancia lleva a muchos a situar al mismo nivel la fe en Jesucristo que la creencia en los ovnis. Es paradójico: al tiempo que se ha querido quitar a Dios de la sociedad, se han llenado las librerías de los grandes almacenes de esoterismo y magia». Y el sacerdote don Luis Santamaría, miembro de la Red Iberoamericana para el Estudio de las Sectas (RIES), considera que, si bien la New Age (de la que comenzó a hablarse con más intensidad en la década de los noventa del siglo pasado) está evolucionando en Estados Unidos, y ya se habla de la Next Age, «en España podemos decir que la New Age todavía continúa, y hay revistas, librerías, una red de centros, de terapias, de grupos... que han experimentado un fuerte repunte con la crisis. La crisis económica tiene -no lo olvidemos- un importante trasfondo espiritual.
Este repunte lo observo incluso en ciudades pequeñas de nuestro país, especialmente en torno al orientalismo, en terapias que van introduciéndose, como el Reiki, y muchas convocatorias de las que no sabemos quién está detrás: qué maestros, qué grupos... Un grupo en concreto no tiene por qué tener ningún problema y puede querer enseñar ciertas técnicas de bienestar de forma inocente y positiva. Pero también -no hay que engañarse- puede acabar convirtiéndose en un grupo de manipulación psicológica, o en una secta con todas sus connotaciones negativas. La gente está demostrando mucha inseguridad, va viendo cómo todo se desmorona a su alrededor y necesita algo a lo que agarrarse».
Según el documento vaticano Jesucristo, portador del agua de la vida, que publicó, en 2003, el Consejo Pontificio de la Cultura sobre la Nueva Era, ésta es, en gran parte, «una reacción frente a la cultura contemporánea». No se trata de un nuevo movimiento religioso, ni es lo que normalmente se entiende como culto o secta. Se trata, en el fondo de «una cultura sincretista que incorpora muchos elementos diversos y que permite compartir intereses o vínculos en grados distintos y con niveles de compromiso muy variados». Entre las tradiciones que ha adoptado, el documento señala «las antiguas prácticas ocultas de Egipto, la cábala, el gnosticisimo cristiano primitivo, el sufismo, las tradiciones de los druidas, la alquimia medieval, el hermetismo renacentista, el budismo zen, el yoga, etc.»
Hoy, en la Nueva Era, ya no tienen la importancia de antes las drogas psicodélicas, ni es tan evidente la vinculación política de sus adeptos. «Las tendencias espirituales y místicas -explica el documento- que antes se limitaban a la contracultura, hoy día forman parte arraigada de la cultura dominante, y afectan a facetas distintas de la vida como la Medicina, la ciencia, el arte y la religión». En concreto, la Nueva Era siente fascinación por los sucesos paranormales, las manifestaciones extraordinarias, los ángeles..., aunque no reconoce ninguna autoridad espiritual, más allá de la experiencia personal interior. Y es que en la New Age no se hace distinción entre el bien y el mal. «Las acciones humanas -describe la Santa Sede- serían entonces fruto de la iluminación o la ignorancia. De aquí que no se pueda condenar a nadie, y que nadie tenga necesidad de perdón. Creer en la existencia del mal sólo podría crear negatividad y temor. La respuesta a la negatividad es el amor. Pero no del tipo que tiene que traducirse en acciones; es más una cuestión de actitudes de la mente. El amor sería una energía, una vibración de alta frecuencia; y el secreto de la felicidad y de la salud consistiría en sintonizar con la gran cadena del ser».
Todas estas creencias, con todo lo amplias que son, concretadas y divididas a su vez en innumerables grupúsculos y asociaciones, no dejan inmune a la persona que se acerca a ellas. Para el sacerdote don Luis Santamaría, «por un lado, la New Age podría tener cierto carácter positivo, al tener a la persona vinculada a algo que la trasciende; está ahí recordándonos la dimensión religiosa del hombre. Pero, a la vez, hace daño a la persona: intenta llenar su necesidad religiosa con algo, pero hace falta mucho más. Por eso, muchas personas a lo mejor se quedan simplemente en unas meras prácticas personales, una espiritualidad peculiar que se configuran ellos mismos, pero otras pueden necesitar más, pueden necesitar un ámbito grupal y ahí es donde entran las sectas, la manipulación psicológica... Las personas depositan en estos grupos lo mejor de sí mismas, y están siendo engañadas; si logran salir, se sienten, más tarde, violadas espiritual y psicológicamente. Yo comparo la New Age con la Coca Cola, que realmente es muy refrescante, pero no quita la sed, sino que te llama a beber más y más».
Magdalena del Amo es una periodista gallega que actualmente dirige la publicación Orense Siglo XXI y que prepara el programa Más allá de la noticia, que emite Popular TV Galicia. Nació en el seno de una familia católica, pero, cuando era joven, la muerte de una de sus hermanas le hizo comenzar una búsqueda de alternativas que «colmaran sus necesidades espirituales» y, de paso, que calmaran su dolor. La búsqueda duró veinte años y, como ella misma afirma, «fue una especie de vuelta al mundo haciendo paradas e incursiones en todo aquello que creía que podía ayudarme a crecer. Y, de hecho, me ayudó. Empecé a interesarme por las tesis críticas con la Iglesia, a leer sobre los diferentes autores anticlericales, a estudiar la Ilustración, la masonería. Asimismo, profundicé en el estudio de las religiones comparadas y la persona de Jesús de Nazaret; desde las tesis sobre las dudas de su historicidad, el Cristo gnóstico, el Jesús zelote, los evangelios apócrifos... Después vino el mundo de las sectas (gnósticos, teosofía y grupos milenaristas), los ovnis y todo lo relacionado con la New Age. Escribí varios libros sobre estos temas, muchos artículos en revistas especializadas, participé en congresos y programas de televisión. Pero nunca encontré la paz de espíritu que tanto anhelaba. Era feliz con minúsculas. Y, cuando acabé de conocer todo este mundo heterodoxo, le pedí a Dios un poco de fe para poder iniciar el camino a casa. Le pedí sólo un poco, porque me imaginaba que nunca podría ser una creyente de verdad. Creía que mi razón era incompatible con la fe. Dios atendió mi petición con creces, y me concedió esta gracia. No un poco, como le pedí, sino una fe con mayúsculas, sosegada y madura».
Desde su experiencia personal, doña Magdalena afirma que «hay que tener en cuenta que existe un plan contra la Iglesia prácticamente desde sus orígenes. Siempre hubo un poder contrario a ella, movimientos de ideología gnóstica concretados hoy en la masonería que, a lo largo de la Historia, propiciaron cambios sociales importantes en los que la Iglesia siempre quedó diezmada. El invierno espiritual que vivimos este momento es producto de una manipulación laicista programada desde la noche de los tiempos. Una vez que la religión católica se admite como algo subjetivo y personal, perteneciente al pasado, es fácil abandonar sus dogmas y verdades. Creer en patrañas, como pitonisas y videntes, es síntoma de ese vacío espiritual; es algo lúdico, como un juego sin compromisos. Por otro lado, hoy se accede fácilmente a estos productos: sólo hay que marcar un teléfono».
En cuanto a la tendencia espiritual que hoy puede estar haciendo más daño a la sociedad española, Magdalena del Amo opina que «el relativismo lo invade todo. Con cierta frecuencia, oímos decir a supuestos católicos que aprueban el aborto, el matrimonio homosexual, o que no creen en el infierno o en la Confesión. La New Age, que engloba la santería, los videntes, los gurús variopintos y demás, está muy en boga. Es un mundo muy complicado, donde prolifera el fraude y el engaño, donde se mezclan mentiras con verdades, muy desestabilizador y peligroso, sobre todo para cierto tipo de psiquismos. La Nueva Era es una especie de alternativa para tapar el agujero que deja la ausencia de fe. Eso sí, sin compromisos, pues casi todo está permitido. Dios es la propia naturaleza, la energía cósmica, y el hombre un ser casi todopoderoso si sabe utilizar bien su mente. Se enseñan todo tipo de ritos para contactar con extraterrestres, ángeles, maestros ascendidos o seres difuntos. El tema es muy amplio. Detrás de este plan -que además es un gran negocio-, está el Tavistock y los Bilderberger, aunque es sintetizable en la masonería. La New Age es la globalización de las sectas y movimientos de los siglos XVII, XVIII y XIX, es decir, la masificación del esoterismo». Se trata de una tendencia donde cabe también, como podemos comprobar en la actualidad, el ecologismo radical. Algo que doña Magdalena del Amo considera «una nueva religión, con dogmas y ritos. Sus dirigentes viven muy bien, impartiendo sus postulados, a lo largo del mundo, sostenidos por las cuotas de los ingenuos de buena fe y el dinero de los Estados, o sea, de los ciudadanos.
Los ecologistas radicales, por cuestiones económicas disfrazadas de bien común, presionaron para prohibir el DDT, lo que causó la muerte de millones de personas víctimas de la malaria. En estas guerras siempre pierden los mismos: los pobres del tercer mundo. La New Age lo invade todo de manera silenciosa, muy sutilmente. En este sentido, y según los ecologistas radicales, lo que menos vale del planeta son los seres humanos: Un feto tiene menos valor que un mono, aseguró Peter Singer, de la organización ecologista radical Animal Liberation».
Que la ecología y el respeto y cuidado por nuestro planeta es importante, lo ha puesto de relieve el propio Benedicto XVI en su mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz, que lleva por título Si quieres promover la paz, protege la creación, donde se encuentran fundamentos más sólidos que los del ecologismo radical para defender la naturaleza, y, en primer lugar, a la persona.
«Los que piensan que la fe cristiana no ofrece lo que ellos necesitan -afirma el profesor Juan Alonso-, no están en lo cierto. Pero muchas veces no saben exactamente qué buscan; y generalmente desconocen lo que la Iglesia ha recibido de Dios para dárselo a los hombres».
¿Qué tiene el cristianismo que ofrecer entonces en este mundo? «El cristianismo -afirma el profesor Alonso- tiene la suerte de poder relacionarse personalmente con un Dios que tiene rostro, que ha entrado en la Historia, que es cercano; el cristiano no tiene la esperanza puesta en sí mismo y en sus esfuerzos de autosalvación, sino en Dios. El cristiano confía en la eficacia sobrenatural de unos medios concretos que Dios ha puesto a su alcance: la oración, los sacramentos. El cristiano tiene la compañía de la Iglesia, la enseñanza de sus pastores... El cristiano sabe, en definitiva, que sólo en el Dios de Jesucristo se colma un deseo insaciable que habita en el corazón humano. El reto de la evangelización es precisamente mostrar, con el testimonio de la propia vida, la belleza de la fe».