El relevo de un obispo al frente de una diócesis siempre es causa de ciertas tensiones de adaptación pues, con lógica, los cambios de esta naturaleza hacen crujir las cuadernas de cualquier barco que se precie. Más aún cuando, sin duda, el cambio decidido por el Santo Padre en San Sebastián resulta ser una enmienda, si no a la totalidad, si a buen parte de las directrices pastorales que se estaban siguiendo hasta la fecha en la Iglesia católica que peregrina en Guipúzcoa. Circunstancia que se ha hecho patente con el manifiesto del clero vasco que ha rechazado la llegada de monseñor José Ignacio Munilla.
La expectación es máxima. El nuncio del Vaticano en España, Renzo Fratini, junto a 40 prelados de toda España estrán presenten en la ceremonia, que llenará hasta el coro la catedral del Buen Pastor de la capital donostiarra. Junto a ellos, un número inusual de medios de comunicación, que ocuparán el propio coro y algunos puestos frente al presbiterio, destinados a los informadores gráficos.
Un buen número de autobuses, en comparación a otras ceremonias de toma de posesión, desplazará a un número considerable de fieles de toda España, muchos de ellos relacionados de una u otra forma con las provincias vascas y con el propio Munilla.
Todas las circunstancias que han rodeado la elección de Munilla como nuevo prelado guipuzcoano han hecho de la ceremonia del próximo sábado un acontecimiento más que reseñable que el propio obispo no hubiera deseado. Será especial, sin duda.
Lo duro llegará el lunes, cuando el obispo empiece a trabajar sobre el terreno, alejado de los focos y de la expectación momentánea, del munillismo que tan poco gusta al propio prelado. Ahí es cuando su verdadera labor comenzará, de manera callada, confiando como siempre en el Sagrado Corazón de Jesús.