Es una obra poco conocida y hasta ahora publicada por primera vez en el corpus de sus obras completas con motivo del centenario de su nacimiento (Jean-Paul Sarte Théâtre Complet, édition publiée sous la direction de Michel Contat, Gallimard, París 2005).
Sartre escribió la obra en su cautiverio en Tréveris, en el campo de prisioneros Stalang 12D en 1940. En otras ediciones anteriores de Barioná se dice que la escribió a petición de los padres jesuitas Marius Pierrin y Maurice Espitallier, del dominico Pierre Boisselot, capellán del campo y del P. Henry Leroy. Pero más bien, parece ser que él mismo sugirió la idea de, además de celebrar la Misa de Gallo, representar una obra navideña para "encontrar un tema que pudiera hacer realidad, esa noche de Navidad, la unión más amplia posible entre cristianos y no creyentes.", aunque el mismo Sartre dejó claro que "no significa que la dirección de mi pensamiento haya cambiado ni siquiera por un momento durante el cautiverio".
El argumento se desarrolla entre Belén y Bethaur, pueblo de donde, según algunas tradiciones, proceden los pastores que fueron a anunciar el nacimiento del Mesías. El personaje principal es Barioná, un judío zelota y opositor de los romanos, desesperanzado, pesimista y profundamente existencialista, que se encara e incluso intenta acabar con el Mesías recién nacido porque lo considera un impostor y una ilusión estúpida de liberación para los oprimidos.
Así define Barioná su corazón y la vida: "Nuestro corazón está duro como una piedra porque no esperamos nada desde nuestra infancia. No esperamos nada, salvo la muerte"; "la vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza".
La autoafirmación de la libertad y la rebelión contra Dios sartreanas quedan plenamente plasmadas también: "Aunque el Eterno me hubiese mostrado su rostro entre las nubes, rehusaría oírle porque soy libre; y contra un hombre libre, ni el mismo Dios puede nada".
Pero también expone el misterio cristiano del nacimiento del Verbo en Belén y con él a la Madre de Dios, de manera extraordinaria: "La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que describir de su cara es una reverencia llena de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en una cara humana". Con cariño y ternura prosigue: "Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno, le dará el pecho y su leche se convertirá en sangre divina".
Describe así la relación entre María y el Niño: "De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto".
Con reverente y amoroso sentimiento dice: "Le mira y piensa: «Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí»".
Casi como una madre escribe: "Porque todas las madres se han visto así alguna vez, colocadas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten exiliadas de esa vida nueva que han hecho con su vida".
Concluye la descripción de María y Jesús: "Y ninguna mujer jamás ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede tomar en brazos y cubrir de besos, un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que sonríe. Y trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno y tímido con que ella adelanta el dedo para tocar la piel pequeña y suave de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe".
Durante la obra, el sabio rey Baltasar insta a Barioná a la esperanza: "Sufres y, sin embargo, tu deber es esperar. Tu deber de hombre. Es para eso para lo que el Cristo ha bajado a la tierra. Para ti más que para cualquier otro, porque tú sufres más que cualquier otro".
Le declara la misión del Mesías: "El Cristo ha nacido para todos los niños del mundo, Barioná, y cada vez que un niño va a nacer, el Cristo nacerá en él y por él, eternamente, para ser golpeado con él por todos los dolores y para escapar en él y por él, eternamente, de todos los dolores".
Y le reafirma la dignidad de todo hombre y su derecho a la alegría: "[El Mesías] viene a decir a los ciegos, a los parados, a los mutilados, a los prisioneros de guerra: no debéis absteneros de hacer niños. Porque incluso para los ciegos, para los parados, para los prisioneros de guerra y para los mutilados, existe la alegría".
Barioná, el ardiente zelota que pretendía desvanecer la falsa ilusión mesiánica de sus hombres intentando estrangular al Mesías-niño finalmente se encuentra con Él, tocado por su gracia y decide dar su vida para salvarle ya que los soldados de Herodes se acercan para asesinar al infante.
Con el corazón en la mano Barioná le declara a su esposa Sara que también ha ido a Belén a adorar a Cristo: "No quiero morir. No tengo ningunas ganas de morir. Querría vivir y disfrutar de este mundo que me ha sido descubierto y ayudarte a educar a nuestro hijo. Pero quiero impedir que maten a nuestro Mesías y estoy convencido de que no tengo elección: no puedo defenderle más que dando mi vida".
Y a sus seguidores que darán su vida para salvar a su Mesías les arenga con emoción: "Quiero que muráis en la alegría. El Cristo ha nacido, ¡oh!, mis hombres, y vosotros vais a culminar vuestro destino. Vais a morir como guerreros, como soñabais en vuestra juventud, y vais a morir por Dios".
Dirigiéndose a los prisioneros finaliza la obra diciéndoles: "Y vosotros, prisioneros, aquí termina nuestro auto de Navidad que ha sido escrito para vosotros. No sois felices y puede que haya más de uno entre vosotros que haya sentido este sabor de hiel, este sabor acre y salado del que hablo. Pero creo que también para vosotros, en este día de Navidad –y en todos los demás días- ¡existirá, todavía, la alegría!"
No es posible afirmar que Sartre cambió de parecer con respecto a su relación con el cristianismo. Continúo siendo un anticristiano radical después de la guerra y aceptó la filosofía marxista como propia. Pero por entre las rendijas de su alma, se le escapó a este ateo oficial el núcleo de la Navidad: la esperanza y la alegría en Cristo, el Mesías que ha nacido para salvar a todos los hombres.
*Todas las citas de la obra corresponden a Barioná, el hijo del trueno, edición de José Ángel Agejas, ampliada y revisada, editorial Voz de Papel, Madrid 2006.