Amsterdam está de fiesta en estos días navideños. Espléndidas luminarias alumbrando la Damrak y la plaza Dam; pistas de patinaje llenas de jóvenes risueños; muchos Papá Noel, y las notas de «Jingle bells» Suenan las campanas] que salen de los grandes almacenes atestados de gente. ¿Pero que queda de la Navidad, en un país entre los más secularizados de Europa, donde el 58% de la población, según una investigación, no sabe con exactitud lo que ha sucedido ese día? ¿En un país con 900 mil inmigrantes árabes sobre un total de 16 millones de habitantes, y veinte mezquitas sólo en Amsterdam?


La Oude Kerk, la iglesia más antigua de la ciudad, construida en el año 1309, se levanta con su mole en el corazón del centro. A su alrededor está el Barrio Rojo, el barrio con luces rojas. Desde las vitrinas en las que están expuestas, las prostitutas sudamericanas y del Este golpean los vidrios para atraer la atención de los transeúntes. Alguna de ellas tiene puesto un gorro de Papá Noel. Lo observa e intenta imaginar qué historia la ha llevado hasta aquí. Ellas sonríen amistosamente. Pero las miles de luces de la ciudad son una borrachera que cubre la falsa alegría de estos callejones.


Hay más todavía. La Neuwe Kerk, la iglesia donde eran coronados los reyes de Holanda, es un museo. La única «iglesia» atestada de gente en la ciudad es la de la Cientología, con seis pisos en pleno centro. «Instituto de tecnología religiosa» se lee en un aviso puesto en el interior. Ofrecen en forma gratis una prueba para medir el stress. Hay mucha gente.

Es extraña esta seguidilla de iglesias que ya no son iglesias, sino condominios, locales o mezquitas. Si se observa a los basureros, a los peones en las calles, a los mozos en las pizzerías, se verá que son casi todos marroquíes o turcos. Casi un millón de manos. Y aunque casi otros tantos inmigrantes provienen de países cristianos, los holandeses tienen miedo de todos estos islámicos. El partido de Gert Wilders, de la derecha populista, es el segundo según las encuestas, y las elecciones son dentro de pocos meses. Dos terceras partes de los holandeses dicen que los inmigrantes son demasiados. En la periferia hay algunos barrios, como el Slotervaart, guetos exclusivamente islámicos, donde es casi imposible encontrar un holandés. Todos se han ido de allí. Rotterdam tiene además un porcentaje de islámicos todavía más alto, y un intendente musulmán. Un diario estadounidense la ha llamado «la pesadilla de Eurabia».

En realidad, las mujeres con velo que se encuentran en el centro de las ciudades holandesas son menos numerosas que en ciertos barrios de Milán. A pesar que los homicidios de Van Gogh y de Fortuyn han sacudido profundamente a los holandeses y que hay imanes fundamentalistas, en su gran mayoría los islámicos parecen querer trabajar y vivir en paz.


El miedo a la «Eurabia» parece en verdad sólo un hecho que es consecuencia de un fenómeno todavía más radical: la secularización casi total de un país que, hasta la última guerra, era católico o protestante, absolutamente cristiano. Se ha producido una hecatombe: sólo el 7 % de los católicos va hoy a Misa el día domingo. Se bautiza el 16 % de los niños. Holanda ha sido pionera en lo que se refiere a las nupcias gay y a la eutanasia.


«Luego del Concilio Vaticano II – dice el profesor Wim Peeters, docente en el seminario de la diócesis de Haarlem-Amsterdam – la Iglesia holandesa ha entrado en una crisis profunda. La generación de los años ´50 se ha ido, y olvidó educar a sus hijos». En 1964 se abolió también la enseñanza religiosa en las escuelas. Dos generaciones de holandeses han olvidado el alfabeto cristiano. En el registro del seminario de Haarlem, el número de sacerdotes ordenados se precipita al final de los años ´60. En 1968, no hubo ni siquiera uno. "«Creo – dice Peeters – que no tendríamos nada que temer del Islam si fuésemos cristianos. Con frecuencia parece que los holandeses hoy tienen miedo de todo: de tener hijos, al igual que de los inmigrantes. Pero el miedo es lo exactamente contrario de la fe».


Buscando todavía la Navidad, en el número 40 de Oudezijds Voorburgwal, en el Barrio Rojo, hay un pequeño portón. En el último piso del Museum Amstelkring hay una iglesia, una iglesia clandestina, que se remonta a la época de las persecuciones calvinistas, las cuales prohibían el culto católico. En el desván hay un altar, un órgano y diez bancos, a los que los fieles accedían a escondidas. La iglesia se llama «Ons’Lieve Heer op Solder»: Nuestro Amado Señor en el Ático. Cristo en el ático, te pregunto, ¿ésta es la Navidad de Amsterdam?


Pero a pesar de todo, en el seminario de Haarlem-Amsterdam hay hoy 45 seminaristas, reflejo también de una fuerte presencia neocatecumenal. Monseñor Josef Punt, el obispo, explica que hoy algo ha cambiado respecto a la crisis más dura, experimentada veinte o treinta años atrás. Si en el ´68 no salió un solo sacerdote de este seminario, dice que «hoy, cada año, en toda Holanda se ordenan 15 nuevos sacerdotes, que mantienen las nóminas [de sacerdotes] a nivel estable. En esta diócesis, algunas cientos de personas piden cada año el bautismo de adultos. Se percibe una nueva exigencia, generada por el sentido de vacío. Es cierto que hablamos de números pequeños. Somos una Iglesia misionera. Hay que volver a empezar todo desde el principio. En los monasterios que están situados fuera de la ciudad estamos creando centros de evangelización, para que quien está alejado de la fe pueda descubrirla. En nuestra escuela católica en Haarlem no llegamos a aceptar todos los pedidos de inscripción. Tengo la sensación que estos padres, pese a que no son creyentes, están fascinados por la belleza del cristianismo y la desean para sus hijos».


Hace falta confianza para que creamos, en esta ciudad donde desde los campanarios de iglesias que no lo son más las campanas hacen resonar dulces melodías navideñas. Miles de Papá Noel, pero ningún pesebre, excepto uno, pequeñísimo, en las habitaciones del Ejército de Salvación, próximo a la Estación Central, en la mesa de los pobres. En ella hay veinte vagabundos congelados por el frío, termos gigantes con café caliente y ese pequeño pesebre. Y luego también, en Egelantinstraat 147, casi en la periferia, una casa pobre. Tocamos, te abre una religiosa de la Orden de la Madre Teresa. Hay cuatro. Aquí, cada mañana se celebra la Misa, y cada tarde se recitan las Vísperas. Hay una capilla desguarnecida, y en ella dos religiosas en adoración. Bajo el altar, el pesebre del establo.


Pero si el sentido de la Navidad es un interrogante, una espera, entonces lo encuentras también en las calles de esta ciudad. Es el zueco vacío que los niños ponen en el camino la noche de Santa Claus, el 5 de diciembre, pues esperan un regalo. Son esos vagabundos y, también, si las miras a los ojos, esas jóvenes prostitutas en las vidrieras del Barrio Rojo. Son los viejos solitarios que caminan titubeando sobre la nieve, porque temen caerse y terminar inválidos en un hospital, donde quizás los observen como pesos inútiles. Son las jovencitas sentadas a la mesa, en una pizzería italiana detrás del Dam, quienes cantan tomándose de la mano: «I wish you a merry Christmas and a happy new year» [Te deseo una Feliz Navidad y un feliz Año nuevo]. Ya, un feliz Año. «No obstante todo esto – nos ha dicho el profesor Wim Peeters – la búsqueda de la felicidad, y en consecuencia de Dios, está presente siempre en el corazón del hombre».