Es una casa grande, como muchas de las que se levantan en este barrio parisino. Allí conviven doce mujeres. Algunas se quedan durante semanas, otras, meses, e incluso algunas un año, según su situación. Todas eran prostitutas, víctimas del tráfico de personas. Ahora están empezando una nueva vida.

La hermana Cristina Ramos dirige este centro, llamado Foyer AFJ (www.foyer-afj.fr), según informa GlobalSistersReport. Su congregación, las Hermanas Adoratrices, fue fundada en España, en 1856, por santa María Micaela Desmaisières, que abrió un refugio para que antiguas prostitutas aprendieran a ganarse la vida tejiendo.



Foyer AFJ abrió en 1967, en París. Al principio refugiaba a víctimas de violencia doméstica y abusos. Desde el 2002 el centro está especializado en ayudar a empezar una nueva vida a antiguas prostitutas. Las monjas se pusieron en contacto con un pequeño grupo llamado Amigos del Nido (www.amicaledunid.org), y comenzaron a ayudar a mujeres que querían dejar atrás la prostitución.

Muchas de las mujeres que están o han estado en Foyer AFJ vienen de Nigeria y países de Europa del Este. Según algunas estadísticas del 2014 recopiladas por el propio centro, el 27% decía haber dejado en su país un hijo, un 40% no tenía ningún sitio en el que vivir y tan solo un 15% tienen un pasaporte, o un carnet de identidad.

Las familias de estas mujeres, que se quedan en el país de origen, viven en una pobreza tal, que están dispuestas a aceptar cualquier oferta que les propongan. Las mafias se aprovechan de esto para exigir a las mujeres que quieren ayudar a sus familias o escapar de la pobreza pagos de decenas de miles de euros. Ellas piensan que será fácil encontrar un trabajo en el país de destino, que será cuestión de meses pagar la deuda. Luego descubren que no es así.

Ritos vudú, magia juju y travesías peligrosas
“Cuando una de estas chicas está preparada para viajar, una señora se ofrece a ayudarlas”, explica Begoña Iñarra, una de las monjas del centro. “Realiza una ceremonia vudú en el que las chicas juran devolver la deuda y nunca revelar el contrato a nadie. Luego, un chamán hace un juju, un ritual mágico que las chicas creen que puede dañar, matar o volver loca a aquella que rompa los juramentos”.

Según cual sea su patria, algunas tienen que atravesar varios países africanos antes de llegar al Mediterráneo. Allí tendrán que enfrentarse a una peligrosa travesía en cayuco a la que es muy probable que no sobrevivan.



Cuando llegan a Europa, se dan cuenta de cuál va a ser su verdadero trabajo: la prostitución. Sin embargo, ya no pueden volver a su país, sus familias esperan que envíe dinero cuanto antes. Estas, por su parte, esperan que la chica encuentre otro trabajo pronto. Otras prefieren no saber nada.

“Tenemos unas 100 peticiones de asilo cada año”, ha comentado Ramos, la jefa del refugio. “Algunas de estas mujeres encuentran algún grupo que lucha contra la trata, y vienen voluntariamente; otras en cambio son enviadas aquí por la policía tras ser interrogadas o por los doctores después de examinarlas en el hospital”.

Cortar con el pasado
Cuando una de estas mujeres es aceptada en el refugio, lo primero que se le pide es que rompa con su antigua vida. Esto significa cortar cualquier nexo de unión con su pasado. “Les pedimos que no cuelguen selfies en internet ni nada por el estilo”, explica Ramos. “Si lo hacen, sus antiguos jefes podrían encontrarlas y amenazarlas para que vuelvan a trabajar”.

Una vez que la chica vuelve a coger confianza en sí misma, se le ofrecen dos opciones: denunciar a la red para la que trabajaba, o pedir asilo en el país. Esto último es cada vez más complicado en Francia por la cantidad de refugiados que llegan al país. Las instituciones públicas están colapsadas, y el proceso puede tardar meses.



El equipo de Ramos ayuda a las víctimas con el papeleo necesario para obtener asistencia médica gratuita y otras ventajas que ofrece el refugio. Un doctor acude al centro regularmente para examinar a las chicas, que ayudan al mantenimiento del lugar, ya sea limpiando o cocinando.

Toma de conciencia
“Debemos respetar sus hábitos”, explica Ramos. “La mayoría no comen cerdo, por ser musulmanas. Tampoco comen pasta, solo arroz. Es su libertad”. Las mujeres que se quedan en la casa disfrutan también de algo de intimidad. Viven en habitaciones dobles, cada una de ellas tiene una llave. Para salir al exterior, sin embago, deben utilizar el telefonillo. Tienen que volver siempre a la hora de cenar.

Muchas se sienten culpables por no haber pagado la deuda que se les exige por haber viajado a Francia. Les cuesta entender que lo que les han cobrado por el viaje es un precio mucho mayor de lo que realmente cuesta. “Así es como las redes de trata de personas controlan a sus víctimas”, han explicado los trabajadores sociales.

“Es muy fácil para sus antiguas jefas encontrarlas y presionarlas para que vuelvan a la calle”, explica Ramos. “Ahora las animamos a cambiar algunas de sus costumbres. Les decimos que vayan a una Iglesia distinta los domingos, por ejemplo. Aun así, es peligroso, porque no tenemos suficientes voluntarios para acompañarlas”.

Ramos e Iñarra pertenecen al grupo RENATE (Religious in Europe Networking Against Trafficking and Exploitation), un grupo creado en 2009 conformado por religiosos en Europa que se unen contra la trata y el tráfico de personas.