El Custodio de Tierra Santa, Pierbattista Pizzaballa, he enviado a todo el mundo un mensaje centrado en la figura de los Reyes Magos, los primeros gentiles que adoraron al Niño Dios. Éste es el último año en este primer periodo del hermano Pizzaballa al frente de la Custodia, en la que sirve desde 1999.
Italiano de 44 años, ha querido que sus palabras lleguen a todo el mundo a través de voces muy jóvenes, de su generación o menos, y de esta forma los dieciséis idiomas en que se difunde han tenido como lectores sendos rostros que, salvo en un par de casos, oscilan entre la treintena y la cuarentena. Es el mensaje de esperanza que llega desde una zona que lentamente se despuebla de cristianos, pero adonde siguen acudiendo para realizar su vocación franciscana desde un perito mercantil como Silvio de la Fuente, bonaerense de 31 años, filólogos como Aquilino Castillo, madrileño de 34, geómetras-ingenieros como Marcello Cichinelli, también argentino, de 34, o Nerwan al-Banna, médico iraquí de la misma edad.
Son en total más de 300 hermanos de una treintena de países, que siguen el mandato de San Francisco de Asís. La Provincia de Tierra Santa nació en 1217 y en 1342 el Papa Clemente VI encargó a los franciscanos la «custodia de los Santos Lugares». Se extiende por una amplia zona que abarca casi todos los países de la región, y durante siglos ha sido un permanente centro de acción caritativa y cultural, además de centro de atención religiosa para los miles de peregrinos que cada año visitan los lugares donde nació y vivió Jesucristo.
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Tres Magos llegan juntos a Belén, les guía una estrella y saben que ha nacido un rey. Una vez que entran en la casa, se postran a adorar a un Niño de pocos días y le ofrecen aquellos dones que reconocen su realeza, su divinidad y su muerte.
Intentemos imaginar su salida, solitaria, encontrarse y reconocer el camino común, el diálogo sobre ellos mismos y sus dificultades del camino, la amistad que crece, el sentimiento común y el preguntarse cómo será, y quién, y qué hará de grande este recién nacido a quien anuncia y hacia quien les guía una estrella.
No es más difícil imaginar cómo - después de haber estado en el palacio del rey, en Jerusalén, donde los sacerdotes y escribas repiten de memoria las antiguas profecías- llegan a Belén, a la casa donde encuentran al Niño con María, su madre. Sus ojos, por fin, ven el motivo de su viaje: un niño que es Dios-con-nosotros, el Salvador, el pastor bueno que dará su vida por la salvación de los hombres.
¿Cómo es posible? Ven la pobreza de Belén, la gente simple, los pastores; una familia joven en una casa con pocas cosas. Ven un niño pobre, necesitado de todo. En medio de aquella realidad, los Magos han sabido levantar la cabeza y ver los ojos de Jesús que buscaba su mirada.
Se sienten mirados, reconocidos, descubiertos en sus más altas aspiraciones, en su esperanza más audaz, en su ser de hombres que han aceptado ponerse en camino para entender, encontrar, dar. Sus ojos han tenido la gracia de encontrarse con la mirada de aquel Niño, en la gloria de Dios que mira a los hombres con benevolencia, con un amor tan grande que no rechaza entregar a su Hijo para la salvación del mundo. Han entendido que Dios ha puesto su grandeza y su gloria, su omnipotencia, en aquel Niño pequeño, débil, que necesita de los hombres.
Como los Magos, también nosotros estamos invitados hoy a levantar la cabeza y sentirmos mirados, amados por Jesús. A creer con valor y una esperanza cierta que la mirada de Dios está sobre nosotros, cada día, con su benevolencia, su misericordia, con su fe en la humanidad, en nosotros pobres hombres.
A veces nos sentimos desesperados por nuestra incapacidad, esclavos de nuestros límites, desilusionados, heridos, humillados, con una fe débil, una esperanza cansada, confusos, desconcertados por no saber salir de nuestros miedos al encuentro de la felicidad que no reconocemos porque no es como la imaginamos. "¡No temáis!". Támbién hoy a nosotros los ángeles nos anuncian el nacimiento del Salvador. No temáis…