El pasado 22 de agosto el administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén y antiguo Custodio de Tierra Santa, Pierbattista Pizzaballa, intervino en el Meeting de Comunión y Liberación en Rímini con una conferencia donde glosó, en las circunstancias de su ministerio pero también en el contexto general de toda la Iglesia, unas palabras de Goethe en el Fausto: Aquello que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo.
Pizzaballa comenzó haciendo referencia al tiempo “post-cristiano” que vivimos, “el tiempo de la post-verdad, del pensamiento líquido, del todo-y-ahora, un tiempo en el que hay que vivir el presente y con eso basta, donde los proyectos son a corto plazo y no se concibe un para-siempre”.
Lo cristiano, “que durante siglos y generaciones nos acompañó de un modo u otro”, ya no fundamenta el pensamiento común ni la vida social: “No ha habido una transmisión de la fe en las familias”, lamentó.
En esa transmisión centró Pizzaballa sus reflexiones, identificándola con la tradición. Ésta es “lo que hemos recibido de nuestros padres en la fe, nada menos que la verdad sobre el hombre y sobre la historia”. Frente a eso, “nuestra época se caracteriza por la ruptura con la tradición”.
También en su ámbito de misión: si en Occidente fue la modernidad la que cortó los vínculos con el pasado, en Oriente Medio han sido sobre todo los conflictos “los que han destruido el tejido social, cultural y religioso y han destrozado esa continuidad generacional en la transmisión de la fe”.
Frente a eso sigue siendo necesario definir un “estilo de vida” cristiano… que ya está definido, pues “es Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, encarnado y testimoniado a lo largo de los siglos por generaciones de creyentes”. Esa “herencia” que se transmite, en lo que consiste la tradición, “es Dios, es nuestra relación con Él, es todo lo que procede de esa conciencia, la idea de hombre y de humanidad, del mundo y de lo creado, de la cultura y de todo lo que construye el hombre”.
Por eso, el administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén invitó a “recuperar una relación serena con la memoria”, porque “sin memoria no existe identidad, ni siquiera consistencia”. No se trata de “nostalgia”, sino de “recuperar el sentido de un camino que puede llevarnos lejos porque viene de lejos”: “Una sociedad que olvida a los padres es una sociedad de huérfanos, no de hijos”.
Monseñor Pizzaballa recordó también que hay que mantener las diferencias entre lo cristiano y lo mundano. Sería equivocado considerar que “la novedad de la Iglesia de hoy sea haber abolido la frontera Iglesia-mundo, haber abierto la puerta a todos”, pues “siempre somos portadores de una novedad, de algo único”.
Y aunque no hay que recibir acríticamente el legado de nuestros padres, sí que debemos hacerlo nuestro, porque “no es preciso reinventarnos como algo completamente nuevo para estar atentos a las novedades de este mundo”: tenemos que “captar el sentido, el motivo y el deseo que animaron a nuestros padres y hacerlo comprensible al hombre de nuestro tiempo”.
Ese tesoro del que somos herederos no consiste solo “en valores sublimes, en una buena ética, en una perspectiva de perfección”, características que podrían encontrarse “en el interior de una naturaleza humana capaz de llegar a su plenitud sin Dios”: por el contrario, “nuestra herencia es la Pascua, la vida nueva, la vida de Dios en nosotros. Es de esto de lo que tenemos sed y el mundo tiene sed, y cuando esto llega, llega también la alegría”.
Esta alegría se transmite con el testimonio, “que es la conciencia de tener algo hermoso que decir que dar al mundo”. Por eso debemos ser “capaces de una propuesta, de un anuncio comprensible, atractivo, provocativo”.
“No nos asustan las ideologías y las modas”, afirmó, porque el anuncio cristiano contiene una originalidad propia, “una novedad interesante que tiene algo que decir en el mundo de la cultura, de la ciencia, de la técnica, de la formación”.
Por eso, de nada sirve “un cristianismo puramente moral e impersonal”, ni sirve “hablar de valores cristianos sin decir que Cristo es lo mejor que uno puede encontrarse en la vida”.
Pizzaballa concluyó con una imagen poderosa: “La Biblia comienza en un jardín y termina en una ciudad. Comienza en un lugar hecho solo por Dios y concluye en un lugar donde la obra de Dios se trenza necesariamente con la obra del hombre: la Jerusalén del Apocalipsis, la ciudad que desciende del cielo, una creación que Dios no quiere edificar sin la ayuda del hombre. Por eso consigna a cada cual sus talentos, a unos cinco, a otros tres, a otros uno. Nuestra tarea es convertirlos en ladrillos de la nueva Jerusalén”.
Según resumen de la conferencia de Vincenzo Sansonetti en La Nuova Bussola Quotidiana.
(Publicado originariamente en FundacionTierraSanta.es)