La frontera entre Haití y la República Dominicana se ha convertido en un lugar demasiado caliente. Los haitianos viven en el país más pobre de América, y encuentran en su vecino isleño una esperanza. Pero, al igual que sucede en otras zonas del mundo de contacto fronterizo, entre quienes buscan trabajo y una vida mejor se mezclan los criminales.
El problema es que en las últimas fechas la escalada de violencia que éstos crean ha crecido demasiados peldaños. Recientemente un agricultor dominicano fue asesinado con una pistola de fabricación casera (chagón), presuntamente por un grupo de haitianos a quienes había recriminado «su mal comportamiento y sus malas costumbres en la comunidad», según informa la prensa local. Y hace pocas fechas otro agricultor dominicano fue asesinado a machetazos por un grupo de haitianos tras una discusión por motivos similares.
La situación es tan tensa que el arzobispo de Santiago de los Caballeros, Ramón Benito de la Rosa y Carpio, ha dejado de lado todo discurso «buenista» para pedir a las autoridades dominicanas una vigilancia severa sobre la inmigración ilegal: «Nosotros no vamos a construir un muro como hizo Estados Unidos en su frontera con México, pero sí por lo menos cuidar nuestra zona fronteriza», exigió el prelado. En las últimas semanas el gobierno dominicano ha expulsado a decenas de haitianos, entre ellas numerosas mujeres dedicadas a la prostitución.