Karol Wojtyla fue probablemente el hombre más público de la historia: ningún otro ha sido más fotografiado, retransmitido, filmado que él. Por sus audiencias de los miércoles pasaron más de 18 millones de personas. Sin embargo, su actividad taumatúrgica, hacedora de milagros, fue discreta, aunque no escasa, a la luz de los testimonios que se acumulan en la causa de beatificación y en libros de vaticanistas como Andrea Tornielli («Santo subito») o el polaco Pawel Zuchniewicz («Miracles of John Paul II»). Hace pocos días, el cardenal Stanislaw Dziwisz, que fue su secretario durante años, admitió que el Papa hizo muchos milagros en vida: «No podíamos hablar de ello, nos estaba prohibido, pero ahora que está muerto, hay muchas cosas que se están registrando y documentando», declaró Dziwisz, actual arzobispo de Cracovia.
Quizá el primer milagro de Karol Wojtyla como Papa fue el de la inglesa Kay Kelly en marzo de 1979. Madre de tres hijos y enferma de cáncer, rezando ante una imagen de la Virgen sintió que tenía que ver al nuevo Papa. Le llegaron unos billetes para Roma, regalo de los Caballeros de Colón por sus esfuerzo en colectas contra el cáncer. En Roma participó en una reunión semiprivada con el Papa y otros enfermos. Hablaron, él le firmó una foto para su hijo, la abrazó y le dijo: «Estoy muy orgulloso de ti, eres una madre maravillosa». Cuando volvió a Liverpool, su cáncer había desaparecido. El caso llamó la atención de la Prensa, que preguntó al Papa: «Su fe la ha curado», dijo él. Hoy, la anciana Kay Kelly sigue sana, reza con los moribundos y ha recaudado miles de euros contra el cáncer, señala la revista polaca «Niedziela». Zuchniewicz recoge también casos modernos: el 1 de julio de 2004 el Papa recibió a Rafal, un chico polaco de 16 años, de Lubaczow. Su linfoma incurable desapareció justo después de su audiencia privada.
En la Jornada Mundial de la Juventud de Toronto, en 2002, el Papa rezó por Angela Baronni, de 16 años, con cáncer de huesos; le impuso las manos y le hizo la señal de la cruz. Desapareció todo rastro del cáncer.
En 1980, el australiano Emil Barbar, de 29 años, con una parálisis cerebral que le impedía caminar y le dificultaba el habla, llamó la atención de Juan Pablo II durante una audiencia con enfermos en la plaza de San Pedro.
El Papa le besó en la cabeza. Su madre lloraba. «Llévale a Lourdes, verás que camina», le dijo el Pontífice, y les regaló una cruz y un rosario. Emil se bañó en la piscina del santuario de Lourdes y seis semanas después caminaba. Hay varios testimonios de mujeres que dicen que la oración del Papa les ayudó a concebir o dar a luz. Una católica china afincada en Vancouver, Canadá, la señora Lieu, acudió como peregrina a Roma después de haber sufrido tres abortos naturales. En una audiencia le contó al Papa su problema. Él le dijo que tendría un hijo y trazó la señal de la cruz en su cabeza. Al volver a Canadá, comprobó que estaba embarazada, el niño nació bien y se llamó Juan Pablo Lieo. En los testimonios de la causa hay otros similares.
En México es muy conocido el caso de Heron Badillo, hijo del político izquierdista Felipe Badillo. Tenía cinco años y estaba enfermo de leucemia cuando lo presentaron al Papa en Zacatecas, en el norte de México, el 12 de mayo de 1990. Él se apartó de su ruta para imponerle las manos y lo besó.
El niño, después de 15 días de rechazar alimentos, empezó a comer, desaparecida su enfermedad. Era obispo allí Javier Lozano Barragán, que después, como cardenal y presidente del Pontificio Consejo para la Salud, difundiría este milagro.
El cardenal italiano Francesco Marchisano, amigo personal del Papa desde 1962, apenas podía hablar en el año 2000 por un error al operarse de la carótida. El Papa le acarició en la zona operada. «El Señor le devolverá la voz. Yo rezaré por usted», le dijo. Poco después quedó curado. Otro caso documentado es el de la monja colombiana Ofelia Trespalacios. Sufría desde los 20 años una enfermedad que le producía desmayos y parálisis. En 1984, en una audiencia en Roma, el Papa puso las manos sobre la cara de la religiosa y oró por ella. La bendijo y sonrió. La enfermedad de la mujer desapareció por completo.