Escuintla se encuentra en el sur de Guatemala, tan cerca de la capital que absorbe todos los males de ésta: delincuencia, prostitución, abandono familiar, tráfico de drogas… Sin embargo la sonrisa de su obispo, Mons. Victor Hugo Palma, desvanece cualquier atisbo de desánimo. Le entrevistamos con motivo de la campaña «Porque tuve hambre y me disteis de comer», que Ayuda a la Iglesia Necesitada está desarrollando a favor de los católicos guatemaltecos.

- Guatemala encuentra en la pobreza buena parte del origen de sus problemas actuales.
- Encontramos la raíz porque la pobreza causa la falta de educación, y la falta de educación causa pobreza. Es un círculo vicioso que se genera en torno a estos dos grandes núcleos. La pobreza afecta gravemente a la nación y se vincula a otros factores como la salud o la mortalidad infantil, también muy importantes.

- ¿Qué respuestas ofrece la Iglesia ante estos retos?
- Yo diría que la respuesta tiene que estar en lo que dice el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes, cuando señala que sólo en Jesucristo encuentra el hombre la respuesta integral a sus problemas, a sus inquietudes, a sus interrogantes. Hoy día, esta propuesta tiene que ser más variada, hay que proponer con otro tipo de lenguajes, siempre incisivos, pero mucho más inculturados en los diversos ambientes, como el educativo, el empresarial o el político. Los esquemas de evangelización tienen que ser parte de esa Nueva Evangelización en su ardor, en sus métodos, en su empuje, pero con el mismo Evangelio. Hace falta impulsar programas evangelizadores que desarrollen una propuesta explícita de la Biblia. Guatemala es un país religioso, tremendamente religioso, católico y no católico. Aquí todo el mundo cree en algo, el problema es en qué tipo de Dios se cree y cómo hacer ver que el Jesús que nosotros predicamos es el que responde a la libertad religiosa, a la libertad de pensamiento de todas las personas.

- En los últimos meses, la muerte del abogado Rodrigo Rossenberg permitió que conociéramos la situación de violencia e impunidad que vive Guatemala. Ha pasado el tiempo, el caso se ha olvidado, y se ha dejado de hablar de su país.
- Ha habido más repercusión a nivel internacional que dentro del país, lo cual es doloroso para Guatemala, porque no es ésta la vocación guatemalteca hacia la vida. Sin embargo, la historia, la desarticulación de fuerzas sociales o educativas ha producido esto. Por eso, entre la ciudadanía hay una mayor conciencia de la necesidad de reclamar la justicia, que se cumpla, porque justicia retrasada es justicia negada.

- ¿Hay mucha justicia retrasada y, por tanto, negada en este país?
- Aquí, de cada cien asesinatos, tan sólo tres culminan en un proceso, tres se investigan. En Guatemala, con catorce millones de habitantes, hay seis mil presos. Todos los días  hay una media de dieciocho muertes violentas. ¿Dónde está el seguimiento de cada caso? ¿Dónde está el seguimiento policial? Aquí nos referimos a la delincuencia común, pero si pasáramos al aspecto histórico habría que retomar sin afán vindicativo las grandes causas  de los conflictos pasados, para que esa sanación del espíritu produjera un compromiso con la historia presente. Si hay desencanto con la memoria histórica, no hay compromiso del joven, no hay compromiso con el futuro.

- Problemas económicos y sociales, confusión religiosa… ¿Cómo afecta esta realidad a la familia?
- Todas las regiones o secciones costeras de América Latina tienen problemáticas familiares. En Escuintla más del sesenta por ciento de la población procede de la emigración interna, por lo que su núcleo cultural no está aquí. Los hombres llegan aquí después de un segundo o un tercer matrimonio y, luego, cuando regresan a su lugar de origen, dejan aquí a infinidad de niños sin padre. Algunos datos nos hacen pensar que cerca del 70 por ciento de los niños de la diócesis no tienen contacto con su padre. La resignación de la mujer en Escuintla a no tener un esposo fijo provoca que las mujeres no se casen. Esta situación genera un problema juvenil. Nuestros jóvenes, aunque  no son delincuentes, son carne lista para la delincuencia.

- Ante esta realidad, ¿cuál es el objetivo que se plantea para su diócesis?
- Para un problema complejo, la respuesta tiene que ser múltiple. Como decía Juan Pablo II, la iglesia nunca podrá dudar que el hombre es bueno en su corazón. El gran problema en la actualidad es atender adecuadamente, a través de más sacerdotes y más agentes pastorales, a esta gran cantidad de personas golpeadas por materialismo, erotismo o inseguridad. Por tanto, la primera prioridad sería la cuestión vocacional. Tenemos 23 sacerdotes, un sesenta por ciento de los cuales es extranjero. Hay que promover bastante la vocación, por medio de un buen seminario. Pero también hay que formar mejor a los laicos. En Escuintla hemos dividido cada parroquia en pequeñas comunidades bíblicas. Cada miércoles se reúnen entre treinta y cuarenta mil personas en pequeñas comunidades de entre cinco a diez personas, no para la misa, sino para leer la Palabra de Dios, iluminar su realidad histórica y comprometerse desde el Evangelio. El laico no debe ver pasar la historia delante de sus ojos, sino que debe convertirse, desde su fe, en esas tres cosas que Jesucristo decía: sal, luz y levadura de la realidad que vivimos.