En este domingo, que iniciamos, «por gracia de Dios, un nuevo Año litúrgico, que se abre naturalmente con el Adviento, tiempo de preparación a la Navidad del Señor», el Santo Padre ha rezado a mediodía la oración mariana del Ángelus. Y como es habitual lo ha dirigido desde la ventana de su estudio ante miles de fieles y peregrinos, procedentes de diversos países, congregados en la plaza de San Pedro para escuchar sus palabras y recibir su bendición.

Después del rezo de la antífona mariana y del responso por los fieles difuntos, el Papa ha recordado, por medio de un llamamiento, la inminente jornada mundial contra el sida: «El próximo uno de diciembre se celebra la Jornada mundial contra el SIDA. Mi pensamiento y mi oración se dirigen a las todas las personas afectadas por esta enfermedad, en particular a los niños, a los más pobres y a cuantos son rechazados. La Iglesia no deja de prodigarse para combatir el SIDA, a través de sus instituciones y el personal dedicado a esto. Exhorto a todos a dar su propia contribución con la oración y la atención concreta, a fin de que cuantos están afectados por este virus experimenten la presencia del Señor que da consuelo y esperanza. Deseo, en fin, que multiplicando y coordinando los esfuerzos, se llegue a detener y debelar esta enfermedad», informa Radio Vaticana.

En su alocución previa al rezo del ángelus el Papa ha recordado que el Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la liturgia, afirma que la Iglesia «en el ciclo anual presenta todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Natividad hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la espera de la bienaventurada esperanza y del regreso del Señor».

De este modo, ha explicado Benedicto XVI, recordando los misterios de la Redención, la Iglesia abre a los fieles las riquezas de las acciones salvíficas y de los méritos de su Señor, para que sean hechas presentes de algún modo en cada tiempo, a fin de que los fieles puedan estar en contacto y llenarse de la gracia de la salvación. Y ha destacado que el Concilio insiste en el hecho de que el centro de la liturgia «es Cristo», como el sol en torno al cual, como los planetas, giran la Bienaventurada Virgen María – la más cercana – y los mártires y los demás santos que «en el cielo cantan a Dios la alabanza perfecta, e interceden por nosotros».

Esta es la realidad del Año litúrgico – ha proseguido explicando el Santo Padre - «vista, por decirlo de alguna manera, desde la perspectiva de Dios». Y desde el punto de vista del hombre, de la historia y de la sociedad Benedicto XVI se ha referido a la importancia que tiene precisamente el tiempo del Adviento que hoy comenzamos. «El mundo contemporáneo –ha afirmado - tiene necesidad de esperanza». De ella «tienen necesidad los pueblos en vías de desarrollo, pero también los económicamente desarrollados».

Porque como ha dicho el Papa «cada vez más nos damos cuenta de que estamos en una única barca, y debemos salvarnos todos juntos». Sobre todo – ha añadido - nos damos cuenta, viendo caer tantas falsas seguridades, de que tenemos necesidad de una esperanza confiable, y ésta se encuentra sólo en Cristo, el cual, como dice la Carta a los Hebreos, «es el mismo ayer, hoy y siempre» (13,8).

Benedicto XVI ha añadido que el Señor Jesús ha venido en el pasado, viene en el presente, y vendrá en el futuro. Él abarca todas las dimensiones del tiempo, porque ha muerto y resucitado. Él es el que Vive, y mientras comparte nuestra precariedad humana, permanece para siempre y nos ofrece la estabilidad misma de Dios. Es «carne» como nosotros y es «roca» como Dios. Por eso el Papa ha afirmado que quien anhela la libertad, la justicia y la paz puede levantarse y elevar la cabeza, porque en Cristo la liberación está cerca (Cf. Lc 21,28) – como leemos en el Evangelio de hoy.

Por tanto, ha concluido, «podemos afirmar que Jesucristo no mira sólo a los cristianos, o sólo a los creyentes, sino a todos los hombres, porque Él es el centro de la fe y es también el fundamento de la esperanza. Y de la esperanza cada ser humano tiene constantemente necesidad».

Después de afirmar que la Virgen María encarna plenamente la humanidad que vive en la esperanza basada en la fe en Dios vivo; y que está «bien plantada en el presente, en el hoy de la salvación», Benedicto XVI ha pedido que nos pongamos en su escuela para entrar verdaderamente en este tiempo de gracia y acoger, «con alegría y responsabilidad, la venida de Dios en nuestra historia personal y social».