La mayoría de los sacerdotes vascos consultados por ReL prefiere no hablar. Desde luego, en ningún caso dando su nombre. No es falta de valentía, ni miedo a las represalias del nacionalismo. Es simplemente, un acto de prudencia y de lealtad hacia quien acaba de asumir uno de los mayores retos pastorales en España. La razón para no expresar abiertamente sus impresiones ante el nombramiento episcopal más reseñado de los últimos tiempos es bien sencilla: «Están los ánimos caldeados y no ayudaríamos a José Ignacio».
Los presbíteros a los que nos referimos son en su mayoría jóvenes, por debajo de la media de más de 60 años que, no sin preocupación, el cardenal Rouco reseñó en su discurso de apertura de la Asamblea Plenaria de la conferencia Episcopal Española que se desarrolla estos días en la Casa de la Iglesia en Madrid. todos ellos son de origen vasco y, al responder con generosidad a la llamada vocacional de Dios, decidieron marchar lejos de su tierra. El motivo, muy por encima del acuciante problema de la politización en la Iglesia que peregrina en las provincias vascongadas, es otro y muy fundamental: «El mayor problema reside en la falta de fidelidad a la Iglesia y una enseñanza de la doctrina alejada del magisterio», aseguran.
Tiempo habrá para ver las decisiones que pueda tomar monseñor Munilla en los próximos meses. Pero no se puede eludir el hecho de que existe una generación de sacerdotes de mediana edad, que conocen bien su tierra y su gente, bien formados en lo doctrinal y una importante experiencia pastoral, que, eventualmente, estarían dispuestos a volver a predicar entre los caseríos de los montes vascos.
Este grupo estaría conformado por unos veinte presbíteros diseminados por las diócesis de Pamplona, Alcalá, Logroño y Toledo, entre otras, vinculados a grupos como Escola y Loyola. Sacerdotes que viven «con esperanza y preocupación» el reencuentro físico, que no en el corazón donde ha permanecido, de monseñor Munilla con el Sagrado Corazón que corona el monte Urgull.
La esperanza, en una cambio pastoral necesario y urgente, alejado de servidumbres políticas y centrado en la catolicidad de la Iglesia, como ha reseñado el propio prelado. Porque los números vocacionales «cantan».
La preocupación es por «José Ignacio». Porque, subrayan, el ministerio que le ha sido encomendado será «una cruz muy dura». En todo caso, sus pocas palabras desvelan una gran confianza en su actuar, ya que quien es su amigo, su compañero y, quién sabe si más pronto que tarde, su obispo, «conoce muy bien el terreno».