También hoy, 12 años después del final del conflicto de los Balcanes, la Iglesia católica tiene que afrontar muchas dificultades, empezando por la dispersión de sus fieles.
«Antes de la guerra – explicó – en la diócesis de Banja Luka había más de 120.000 católicos, hoy han descendido a 35.000-40.000; la diócesis de Sarajevo antes de la guerra contaba con 528.000 católicos, hoy son como mucho 213.000».

También la vuelta de los prófugos en algunas zonas sigue siendo problemático: «Tras los acuerdos de Dayton, Bosnia ha sido dividida en dos identidades: la República Srpska y la Federación. Mientras que en esta última viven juntos musulmanes bosnios y croatas católicos, en la República Srpska viven casi exclusivamente serbios ortodoxos. En esta zona – donde han quedado como mucho 15.000 católicos – deberían volver cerca de 220.000 católicos, pero son obstaculizados por la falta de permisos por parte de las autoridades serbias y por la dificultad de encontrar un trabajo y de reconstruir las casas destruidas. Entre quienes han conseguido volver, muchos son ancianos y hay que ayudarles a sobrevivir».


El problema más grande es el reconocimiento de la igualdad de derechos entre los pertenecientes a comunidades religiosas distintas. «No somos todos iguales – afirmó el cardenal Puljić – En la República Srpska prevalecen los serbios, en la Federación los musulmanes. Los católicos sufren la falta de igualdad de oportunidades bajo muchos aspectos especialmente a nivel administrativo y en el acceso al trabajo».

A menudo se alegan retrasos burocráticos para desanimar la realización de iniciativas por parte católica. «En un barrio de Sarajevo existe una parroquia ya desde hace 28 años pero no consigo construir la iglesia; durante diez años tenía el permiso pero no se me asignaba un espacio mientras que continuamente se conceden para la construcción de mezquitas. Finalmente se me ha asignado un pequeño espacio, pero hay que pagar mucho y además debajo hay una infraestructura que hay que transferir a otro sitio, y esto también es costoso».


La convivencia entre las comunidades está amenazada sobre todo por las influencias externas. «Un grupo imprimió cien mil libros contra Jesucristo, que distribuyó gratis entre la población musulmana; cuando protesté con un jefe religioso musulmán porque un libro semejante no ayuda a la convivencia, el me respondió que lo ignorara y basta».

«Los petrodólares – añadió – ayudan a construir muchas mezquitas y centros islámicos y provocan un cambio de mentalidad: contra el cristianismo y especialmente contra los católicos. Cuando falta el respeto de los derechos, se cuela el miedo. Nosotros seguimos dialogando en el consejo interreligioso pero no es fácil resolver situaciones tan complejas porque existen tres historias, una por cada comunidad religiosa, y cada una cuenta la suya».


Tampoco la comunidad internacional parece entender la situación. «A finales de octubre, el Ministro de Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, dijo en Sarajevo que el objetivo de la política turca es el nuevo surgimiento del imperio otomano en los Balcanes, como en el siglo XVI: ninguna voz en Europa y en América se ha elevado en signo de protesta. En Fiume y en Colonia se permite construir mezquitas y esto es justo, pero ¿por qué nadie mira cómo viven los católicos en Sarajevo o en Turquía? Es necesario afirmar la reciprocidad, no contra nadie, sino positiva, por el bien de todos».

Las dificultades no abaten la vitalidad de la Iglesia bosnia: «Nuestros institutos interétnicos ´Escuelas por Europa´, fundadas durante e inmediatamente después de la guerra, han llegado a 15 y tienen 5.000 alumnos, mientras que recientemente la Facultad de Teología de Sarajevo ha sido inserta en la universidad estatal y sus diplomas son reconocidos por el Gobierno bosnio».