La recepción de Benedicto XVI ha servido este sábado en el Vaticano para conmemorar el 10º aniversario de la Carta a los Artistas de Juan Pablo II en 1999, y el 45º del encuentro que mantuvo con ellos Pablo VI en 1965.
El Papa les ha dedicado un discurso en el que comenzó recordando que, desde sus inicios, el Cristianismo «comprendió el valor de las artes y utilizó sabiamente sus multiformes lenguajes para comunicar su inmutable mensaje de salvación».
Tras vincular la belleza de la Capina Sixtina y del Juicio Universal pintado en ella con su representación de «el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin de la Historia», Benedicto XVI explicó que «una función esencial de la verdadera belleza» es abrirle al hombre «los ojos del corazón y de la mente, dándole alas, impulsándolo hacia lo alto». Y ha citado las palabras del escritor ruso Fiodor Dostoievski, según las cuales «el hombre puede vivir sin ciencia, puede vivir sin pan, pero no puede vivir sin la belleza, porque ya no habría nada que hacer en el mundo». Asimismo, en este comentario al papel de la belleza en la vida ha recogido la contraposición del pintor cubista George Bracque (18821963), de que «el arte está hecho para perturbar, la ciencia para tranquilizar».
«La auténtica belleza», ha dicho después el Papa Ratzinger, «impulsa al corazón humano a conocer, a amar, a acercase» a Dios, recogiendo una frase de Hermann Hesse (18771962), Premio Nobel de Literatura en 1946 y considerado el reintroductor del orientalismo en Occidente a través sobre todo de su novela Siddharta: «Arte significa mostrar a Dios en el interior de todas las cosas».
Antes de concluir con despedidas en francés, inglés, alemán y español, Benedicto XVI ha rematado esta importante pieza teológica con una apelación a los artistas: «La fe no le quita nada a vuestro genio ni a vuestro arte, más bien los eleva y los alimenta, los anima a cruzar el umbral y a contemplar con ojos asombrados y conmovidos la meta última y definitiva, el sol sin ocaso que ilumina y hace hermoso el presente».