La Catholic News Agency habla directamente de una «coalición sin precedentes»: este viernes se presentó en el Club Nacional de la Prensa de Washington la ya conocida como Declaración de Manhattan, destinada a unir al electoralmente poderoso lobby cristiano para frenar a Barack Obama y al Congreso -controlado en ambas cámaras por el sector radical del Partido Demócrata- en su carrera por la cultura de la muerte.

«Ortodoxos, católicos y cristianos evangélicos nos hemos unido en esta hora para reafirmar verdades fundamentales sobre la justicia y el bien común, y para apelar a nuestros conciudadanos, creyentes o no, a defenderlos», aseguran los firmantes del manifiesto. Y son en particular tres puntos: «La santidad de la vida humana, la dignidad del matrimonio como unión conyugal del hombre y la mujer, y los derechos de la conciencia y la libertad religiosa».

El impulsor de la Declaración de Manhattan es el pastor evangelista Chuck Colson, quien ha reunido a 148 líderes religiosos para lanzarlo, aunque las adhesiones se han multiplicado después. Entre quienes han respaldado la iniciativa figuran los arzobispos u obispos católicos de Denver, Oakland, Nueva York, Louisville, Detroit, Portland, Newark, Kansas, Saint Paul & Minneapolis, Phoenis, Filadelfia, Colorado Springs, Pittsburgh y Washington, D.C.

El titular de esta última diócesis fue el encargado de intervenir por parte católica en el acto de presentación: «Esperamos que los cristianos encuentren en este manifiesto la esencia de los valores de quienes hemos crecido en este país apreciando la vida, el matrimonio y la libertad de conciencia», proclamó monseñor Donald Wuerl.

La Declaración de Manhattan, acordada el pasado 20 de octubre tras unas negociaciones que empezaron el 29 de septiembre, la firman sus signatarios a título particular, y no en nombre de sus respectivas organizaciones. Consta de seis páginas e incluye una referencia expresa a Juan Pablo II como debelador de la «cultura de la muerte», expresión suya que pasa así a formar parte del patrimonio común de los defensores de la vida y la familia, católicos o no. 

La Declaración reprueba también la eutanasia y la manipulación de embriones humanos y, al oponerse al matrimonio entre personas del mismo sexo, también lamenta que los políticos cristianos no hayan defendido con fuerza la institución del matrimonio, permitiendo que se instalase la «cultura del divorcio».