(Jesús García/Alba) Muy pocas cosas nuevas se podían decir ya de la beata madre Teresa de Calcuta, diez años después de su muerte. Su obra es conocida en todo el mundo, su imagen se ha convertido en uno de los pocos iconos sociales y espirituales respetados por todos y el color azul que ciñe los blancos saris de sus hijas Misioneras de la Caridad pone cuando menos firme de respeto a cualquiera que se cruce con ellos. De descubrirse algo nuevo que revelase secretos o intimidades de una de las más grandes santas de todos los tiempos, una de dos, o debía ser una persona muy cercana, con la que la propia madre se confesase, o alguien que hubiese estudiado su vida y obra como si le fuese la salvación en ello. Esa persona existe. Se trata de un sacerdote canadiense de ascendencia ucraniana, que ingresó en la familia fundada por la madre Teresa a los 21 años, uno de los tres hombres de confianza de la propia madre Teresa encargados de fundar la casa de las Misioneras de la Caridad en el neoyorquino barrio del Bronx: el padre Brian Kolodiejchuk, postulador de la causa de beatificación más rápida de la Historia, la de la madre Teresa, y postulador de su causa de canonización. Si hay algo relativo a la madre Teresa de lo que el padre Brian no se ha enterado en los últimos diez años, es porque o lo protege el secreto de confesión o es mentira. El que pasaba por allí El padre Brian y su equipo entregaron a la Congregación para la Causa de los Santos treinta y cinco mil folios de información como resultado de sus investigaciones. Posiblemente, la mayor información fidedigna recopilada sobre nadie en toda la Historia. “La cosa comenzó sin yo haberlo buscado”, confiesa el padre Kolodiejchuk. “Estaba en Roma cuando ella murió y el arzobispo de Calcuta pidió enseguida la excepción a la regla de esperar cinco años después de la muerte de una persona para abrir su proceso de beatificación. No respondieron inmediatamente, pero le dijeron que se podía empezar a recopilar datos. En ese momento, el arzobispo de Calcuta hizo una comisión preparatoria que formábamos dos hermanas y yo y aunque nunca había hecho nada parecido, seguí reuniendo información para que cuando llegase el permiso para abrir la causa, quien se tuviese que ocupar de ello tuviese un poco avanzado el trabajo. Pero ese mismo curso llegó el permiso para iniciar el proceso y toda la orden decidió pedirme que fuese el postulador. Lo cierto es que demostrar la santidad de una persona como la madre Teresa de Calcuta parece un trabajo sencillo, “y así lo fue en el sentido de que era enseñar una estampa suya para pedir información y la gente te abría todas las puertas. Pero tenía otra parte menos agradecida: “Todo el mundo quería que el proceso acabase ya, era una causa muy importante para la Iglesia”. A partir de ahí el padre Kolodiejchuk empieza a conocer desde una perspectiva desconocida la vida interior de su fundadora. “Yo la conocí personalmente, coincidí con ella en Roma, Calcuta y Nueva York, y si tengo que definir su faceta digamos pública, pienso que si alguien hubiese entrado en el convento sin haber visto nunca una fotografía suya, nunca la hubiesen señalado como la madre Teresa. Hubiese pasado inadvertida entre las hermanas. Pero después ves que hay algo especial en cómo vivía la presencia de Jesús al hacer cosas como santiguarse o la genuflexión. No eran gestos automáticos, ella hacía oración en esos gestos. La gente se piensa que los santos están en las nubes, pero la madre tenía los pies muy en la tierra. Sin embargo, tenía capacidad de hacer extraordinario lo ordinario”. Al inicio de su trabajo, lo que más le llama la atención de la madre Teresa es su propio interior. “Es interesante ver cómo de una persona tan conocida se conoce tan poco. Todos sabemos mucho de su obra, de sus casas, de sus voluntarios, pero se sabe muy poco de ella, de qué pensaba, de cómo rezaba, de qué sentía, de si estaba alegre o triste, de su infancia, de su pasado en Skopje... Nunca habló de nada de eso, porque ella decía que si hablaba de ella, la gente pondría más atención en ella y menos en Jesús”. Para el padre Kolodiejchuk, estudiar la vida y obra de la madre Teresa durante todos estos años ha surgido una escuela de espiritualidad del carisma de su congregación: confianza amorosa, abandono total y alegría. “La madre me ha ayudado a aprender a vivir este espíritu, porque al principio me vi abrumado por el peso del trabajo y la responsabilidad. Estudiando a la madre aprendí a confiar, a pensar que todo iba a salir bien, que iba a recibir la ayuda necesaria sólo cuando fuese necesaria. Poco a poco, el efecto queme fue aportando una responsabilidad con tantísimo trabajo fue el contrario a lo que se pueda pensar, ya que me fue dando calma, paz interior”. Diez años después de su muerte, el nombre del padre Kolodiejchuk ha serpenteado por todo tipo de medios a cuenta del libro que ha escrito sobre la madre Teresa (Ven y sé mi luz, de próxima publicación en español), en el que se leen fragmentos de cartas de la beata de Calcuta en los que confiesa haber vivido casi toda su vida una tremenda noche oscura, esa experiencia del alma que anhela al Dios en el que cree, pero que, sin embargo, no encuentra consuelo en Él. “La noche oscura es una experiencia particular -explica el padre Brian- necesaria para todos los que quieren llegar a la unión mística con Jesús. Lo distinto en la madre Teresa es que esta oscuridad es el ‘cómo’ vivió su unidad con Jesús. ¿Por qué tantos años? La madre Teresa tiene el récord de noche oscura. Pero hay una conexión entre esto y su apostolado entre los pobres: como le explicó uno de sus directores espirituales, esa noche oscura en la que ella vivía su unión con Jesús “es el lado espiritual de tu trabajo”. No hubo crisis de fe “Madre Teresa decía que la pobreza más grande es no ser amado, no querido, no cuidado, y entendió que experimentaba esa pobreza ella misma, pero en su interior, en el espíritu, para acercar mejor a los pobres a Jesús. Esto explica que su noche oscura no fue una crisis de fe, sino todo lo contrario, que tenía una fe muy grande. Si ella no hubiese tenido fe, esa oscuridad hubiese podido con ella, habría abandonado. Ella decía: “Si un día soy santa, seguramente voy a ser una santa de la oscuridad, estaré ausente de la luz del cielo para iluminar a las personas que viven en la oscuridad en la Tierra”. También decía que “si mi oscuridad puede dar luz a otra persona, acepto”. Para el padre Brian “esto demuestra no sólo que tenía fe, sino que era una fe muy fuerte, como escribió: “Solamente la fe ciega que vivo hace que pueda continuar”. “Todo su trabajo era increíble. Desde las cuatro y veinte de la mañana hasta la una del día siguiente, y sus viajes, sus visitas, las nuevas fundaciones... hacer todo eso sin fe es imposible, no se puede. Ella decía: “Yo quiero amar a Cristo como nunca antes ha sido amado”, y no sé si lo consiguió, no soy quién para juzgar, pero hacer todo lo que hizo, con esa oscuridad interior, si no es fe y amor, no sé qué es”. A lo mejor estamos ante el ejemplo de una supermujer que, desarrollando otra actividad en su vida, también hubiese destacado. El padre Brian no opina así: “Obviamente, tenía dones naturales de Dios. Fue una líder natural y tenía tesón. Sin embargo, creo que no hubiese llegado tan lejos de haber hecho otra cosa. Como ella misma decía, “yo sólo soy un lápiz con el que escribe el Señor”. Esto me recuerda también una observación del cardenal Ratzinger sobre los últimos grandes santos de la Iglesia como el padre Pío o santa Bernadette: eran personas sencillas, humildes, que humanamente hablando no brillaban mucho, gente muy corriente, ¿qué quiere decir el Señor con esto...?”. El padre Brian reconoce que “no tenemos ningún milagro que nos permita afrontar con confianza la canonización”, y anima a los fieles a pedir su intercesión: “¡Hay que pedir mucho!”.