- Al comienzo del libro, se le ve muy reticente a abrir su alma en canal, aunque ya está aceptado el reto de enfrentarse a las preguntas de Tornielli. ¿Ha sido tan duro como parece para usted enfrentarse a la sistematización de su vivencia de conversión?
- He esperado muchos años antes de responder. Primero porque he escrito 23 libros, todos de investigación religiosa, pero siempre había rechazado contar mi conversión. Mis lectores saben que en mi vida hay un antes y un después. Saben que no he nacido católico y que he tenido una educación muy anticlerical y muy antirreligiosa. Y saben que ahora soy un católico «papista», ortodoxo, y tienen mucha curiosidad por saber cómo pasó. ¿Por qué? ¿Qué ha sucedido en su vida? Cómo de anticlerical he pasado a ser un católico riguroso en el pensamiento, no tanto en la vida. Porque yo no me presento como un beato. Soy como todos, un pecador que hace muchas cosas incoherentes.
He sido muy celoso de mi vida íntima, no me he animado a contarla. Pero en efecto, la conversión es un misterio y es muy difícil contar un misterio. Mi trabajo está en las palabras, soy periodista y escritor, trabajo con ellas. Pero me resultaba muy difícil encontrar las necesarias para contar este misterio.
Finalmente me decidí a responder no sólo a la petición de los lectores, sino a la de este periodista, este colega, Andrea Tornielli, que para mí es el mejor vaticanista italiano, además de un gran periodista y escritor. Ahora me he decidido por primera vez a contarlo porque mi vida está dividida en dos, al pasar de la increencia a la fe.
- La edición española del libro «Por qué creo» (Libros Libres) tiene más de 350 páginas y, pese al impresionante recorrido por la experiencia, sigue quedando una duda. ¿Se puede abarcar la experiencia mística de una persona en letra impresa? ¿Es posible verbalizar todo el cambio intelectual y moral que experimenta un converso?
- Este es uno de los motivos por los que siempre había dicho que no. Repito que el misterio es difícil de contar. No soy un místico, no soy un visionario. Siempre he sido una persona muy pragmática, muy concreta, muy racional. Pero, no sé por qué, hubo un periodo en mi vida, de unos dos meses en un verano, donde encontré una nueva dimensión en la que la verdad, que pensaba que no existía en mayúsculas, se me hizo evidente. Está en el Evangelio.
Yo era un buen estudiante, me encantaba estudiar y me preparaba no sólo para ser periodista, sino también profesor universitario y había leído muchísimos libros, pero ese pequeño libro que es el Evangelio no lo había leído. No sospechaba que en él estuviera la Verdad.
Ahora he continuado usando la razón como antes, pero abierto al misterio. Mis maestros me enseñaron a usar la razón pura, pero he descubierto que usándola, al final de la razón siempre se llega al misterio. En todos mis libros he buscado razonar. No he trabajado la predicación, la espiritualidad, la homilía. Trato de ayudar al lector a razonar sobre la fe y al final, apostar por la veracidad de la fe.
- Aunque su conversión parece ligada también a un «hecho extraordinario», usted no lo alega como argumento, buscando razones objetivas y fundamentos históricos objetivos para la credibilidad de la Iglesia. ¿Qué opina de la apologética basada no tanto en la racionalidad de la fe como en las experiencias y vivencias individuales?
- No hay contradicción entre las dos. La verdad de la fe se comprende razonando y viviendo. Hace cuarenta años de mi «fractura» y en este tiempo he razonado y estudiado mucho, pero sobre todo he vivido y he encontrado que el fruto de mi razonamiento encontraba sentido en la vida completa. El Evangelio cuenta que los discípulos preguntaron a Jesús quién era. Él no les da sermones, no les ofrece razonamientos, les decía: «Ven y sígueme». Ven conmigo, vive conmigo y verás que soy el Mesías. El cristianismo no es una filosofía, no es una ideología. Es un encuentro de dos personas.
- En el libro se desprende cierto pesar por el abandono de sus antiguos maestros, los que le introdujeron en el camino del agnosticismo. ¿Se sintió traicionado por quienes defendían la razón como única base posible, cuando esa misma racionalidad es el eje de su llegada a la fe?
- Para mí la fe fue una sorpresa. No la buscaba, estaba bien. No tenía ninguna preocupación religiosa. Me bastaba la cultura laicista y racionalista de mis maestros. No deseaba ser católico. La fe no me ha resuelto los problemas de la vida. Al revés, me la complicó. Porque yo venía de una familia no creyente. Estudié en una escuela más que laica, laicista. Me preparé para ser periodista, siempre tuve una gran vocación. Pero periodista de asuntos políticos, sociales y económicos. En mi último año de universidad tenía la vida programada y tuve que cambiar por completo el programa. A mis padres les pareció que me había vuelto loco y mis profesores se mostraron atribulados y decepcionados. Pensaban que «lo mío» tendría que ver con una depresión nerviosa. ¡Cómo un discípulo de nuestro laicismo se puede hacer católico! Fue muy duro, porque uno puede pensar que la fe resuelve todos los problemas.
Por supuesto que estoy muy contento y feliz de tener problemas, pero efectivamente fue una ruptura grande. En todo caso, he tenido la fortuna de trabajar para grandes periódicos como La Stampa, el diario de la FIAT y también con Il Corriere de la Sera. Pero siempre hablando de asuntos religiosos, que es lo contrario que yo pensaba en un principio. Al final encontré mi sitio, pero fue duro cambiar por completo mis planes.
- Vayamos pues con una cuestión de actualidad. ¿Cómo valora que el Tribunal de Derechos humanos de Estrasburgo acabe de sentenciar que las escuelas italianas deben eliminar los crucifijos de las paredes de sus aulas porque su presencia puede perturbar a los niños que no son cristianos?
- El concordato entre el Estado Italiano y la Iglesia dice que en las escuelas y tribunales debe estar presente la cruz y está en perfecta sintonía con la Constitución italiana. La decisión me entristece pero no me escandaliza.
Me entristece porque estos funcionarios [los jueces] no se han enterado de nada porque la cruz desde hace mucho tiempo es más que un símbolo religioso, es un símbolo humano, de la injusticia, del sufrimiento y de la esperanza. La posición lacisita sobre el cruicifijo es absurda, porque la negación de las raíces cristianas de Europa no es un pecado contra la religión sino contra la historia. Sin san Benito o los papas del medievo no existiría Europa. Es un pecado contra la historia.
Me entristece porque estos funcionarios [los jueces] no se han enterado de nada porque la cruz desde hace mucho tiempo es más que un símbolo religioso, es un símbolo humano, de la injusticia, del sufrimiento y de la esperanza. La posición lacisita sobre el cruicifijo es absurda, porque la negación de las raíces cristianas de Europa no es un pecado contra la religión sino contra la historia. Sin san Benito o los papas del medievo no existiría Europa. Es un pecado contra la historia.
No me escandaliza, porque creo que la cristiandad de masas está terminada. Jesús dice que sus discípulos serán siempre un pequeño grupo. No soy un nostálgico de la cristiandad de masas, de la España de la Inquisición, de que el 90 por ciento de la gente vaya el domingo a misa. Creo que, como dice Benedicto XVI, los cristianos debemos descubrir nuestra propia vocación.
- Multitud de sus respuestas concluyen haciendo una defensa del "et-et" (esto y aquello), frente al "aut-aut" (o esto o aquello), como característica esencial del catolicismo: es la idea de que «todo cabe» en la Iglesia, como explicación de su insondable riqueza. Pero ¿dónde está el límite entre lo que cabe dentro de la Iglesia en alguna interpretación, y lo que no cabe por ser contrario a ella?
- El principio fundamental del catolicismo, por decirlo en latín, es el «et-et», frente al principio de la herejía «aut-aut». Pensemos en el protestantismo, que es un «aut-aut»: O la Biblia, o la tradición. O Jesucristo o la Virgen y los santos. O la gracia o el libre arbitrio. O Cristo o el Papa. La herejía del protestantismo elige o esto o aquello. Mientras que el lema del católico es «lo quiero todo»: el Papa y la Biblia; Jesús y la Madre; la gracia divina y la libertad del hombre: el Evangelio y la Iglesia.
Ahora, creo que el católico debe descubrir esta síntesis de acoger todo lo que es bueno. Esto es muy importante porque hoy hay mucho catolicismo abonado al «aut-aut». El título de mi próximo libro será «Queremos todo».
- Es usted un defensor de la racionalidad de la Fe, de la existencia de motivos sólidos y casi científicos para la credibilidad de la Iglesia, y al mismo tiempo un defensor de los milagros, un propagandista de las apariciones de la Virgen... Esto un católico lo entiende bien, pero ¿cómo se lo explica a un ateo?
- No existe contradicción entre la fe y la frazón. No hay una batalla. La fe es el punto de llegada de la razón usada hasta el final. Estoy muy agradecido de lo que me enseñaron mis maestros universitarios, aunque luego renegaron de mí. Yo no he renegado de ellos, porque me habituaron a usar la razón y ser creyente no significa renunciar a la razón, sino usarla al máximo.
A estos maestros, a los que estimo, les achaco el haber convertido la razón en una ideología, el racionalismo, donde no hay nada más allá de la razón. Han de comprender que hay cosas más allá de la razón, que no están contra ella. Y les anima usarla hasta el final.
Yo he escrito mucho sobre las apariciones de Lourdes y ahora estoy terminando otro volumen sobre el asunto. Pero no es un libro de explicaciones sobrenaturales, sino que indago sobre el plano histórico las apariciones. Al final, me debo rendir ante el hecho de que la historia investigada a fondo lleva al misterio.
La mitad de mis lectores en Italia son creyentes, y la otra mitad no. La mayoría de estos últimos no están de acuerdo con mis conclusiones, pero siguen con agrado el razonamiento. Lo que trato de demostrar es que el cristiano no es un cretino, no es alguien que renuncia a usar la razón. El cristiano es quien usando la razón, rompe los muros del racionalismo para llegar a una realidad cierta que es más grande que nuestra propia razón.