Miles de fieles y peregrinos llegados de todas partes del mundo se reunieron este medio día en la Plaza de San Pedro para rezar el Ángelus dominical con el Papa, quien desde la ventana del Palacio Apostólico recordó que solo siguiendo a Cristo en esta vida seremos acogidos por Él mismo en el cielo, para participar de la comunión de los santos.
El Santo Padre definió la Solemnidad de Todos los Santos como una invitación «a la Iglesia peregrina en la tierra a pregustar la fiesta sin fin de la Comunidad celeste y reavivar la esperanza en la vida eterna».
«En este Año Sacerdotal me gusta recordar con especial veneración a los santos sacerdotes, tanto aquellos que la Iglesia ha canonizado, proponiéndolos como ejemplo de virtudes espirituales y pastorales; así como aquellos –mucho más numerosos, que son conocidos por el Señor. Cada uno de nosotros conserva grata memoria de alguno de ellos, que nos ha ayudado a crecer en la fe y nos ha hecho sentir la bondad y la cercanía de Dios», dijo el Pontífice.
Así mismo el Papa hizo referencia a la conmemoración, el día de mañana, de todos los fieles difuntos, invitando a «vivir este día según el auténtico espíritu cristiano, es decir a la luz que proviene del Misterio pascual. Cristo ha muerto y resucitado y nos ha abierto el paso a la casa del Padre, el Reino de la vida y de la paz».«Quien sigue a Cristo en esta vida es acogido donde Él nos ha precedido».
El Papa observó que las almas de nuestros seres queridos ya «están en las manos de Dios; y por tanto, el modo más eficaz y propio de honrarlos es rezar por ellos, ofreciendo actos de fe, de esperanza y de caridad».
«En unión al Sacrificio eucarístico, podemos interceder por su salvación eterna y experimentar la más profunda comunión a la espera de reencontrarnos juntos, gozando por siempre del Amor que nos ha creado y redimido», agregó Benedicto XVI.
Antes de iniciar el rezo del Ángelus, el Papa enfatizó que la comunión de los santos «es una realidad que infunde una dimensión diversa a toda nuestra vida. No estamos solos. Somos parte de una compañía espiritual en la que reina una profunda solidaridad: el bien de cada uno es ayuda para todos, y viceversa, la felicidad común se irradia en cada uno».