«Leonardo» es el nombre falso de un joven italiano de veinte años. Vive en una pequeña ciudad del norte de Italia y se confiesa a su entrevistador, en el diario «Avvenire»: «Últimamente me encontraba a menudo vagando por la calle sin recordar quién era, de dónde venía y qué estaba haciendo allí. He sufrido abusos sexuales, violencia y he consumido droga, pero de esto preferiría no hablar», pide con incomodidad.
Todo empezó la noche de Halloween del año pasado: «Estábamos hablando mis amigos y yo de qué podíamos hacer esa noche y pasamos delante de un local en el que se celebraba una fiesta de Halloween prohibida a menores de dieciséis años», relata. «Ofrecían un curso gratuito para convertirse en “cazador de brujas”, con un dibujo muy sugerente. El ambiente era muy divertido, íbamos disfrazados, y el local estaba decorado con esqueletos, murciélagos y todo lo que se suele ver esa noche, con cierto clima de excitación, por las sustancias que circulaban», explica.
«Nos dijeron que si queríamos hacer el curso y nos dieron el número de teléfono y una dirección cercana. Yo fui, porque tenía cierta curiosidad por saber qué era aquello de “cazar brujas”», confiesa. Leonardo se encontró en una sala con otros dos chicos y tres chicas, «donde una mujer de unos treinta años nos dijo que éramos unos privilegiados por pertenecer al dios Samain, que aquello era una “escuela energética” y que nadie debía impedirnos realizar todos nuestros placeres», relata. La «escuela energética» resultó ser una secta satánica bien organizada: «Me obligaron a odiar a todos: padres, familia, profesores. Me escapé cuatro veces de casa y me metieron en la cabeza que sólo la escuela energética podía comprenderme y resolver mis problemas, pero que era fundamental mantenerlo en el máximo secreto, si no, no alcanzaríamos jamás los poderes que pedíamos», relata.
A Leonardo lo salvaron sus padres: «Cuando vieron lo mal que estaba me llevaron al hospital, donde tuve que comenzar una reconstrucción psicológica y a partir de ahí rehacer mi vida», reconoce. «Espero que todos se den cuenta de que es necesario que tanto padres como profesores vigilen constantemente, que estén pendientes de sus hijos, para que lo que me ocurrió a mí no se repita», concluye.