(A. Smoltczyk/La Razón) En su «consulta» cuelgan imágenes del Padre Pío, de Juan Pablo II y de Cándido Amantini, su preceptor. No aparece nada inquietante a la vista: ni olor a azufre ni potros para atar a los poseídos. «A los que vienen a verme les aconsejo que primero vayan al médico o al psicólogo. En la mayoría de los casos hay una base física o psicológica para explicar sus sufrimientos. Los psiquiatras me envían los casos incurables. No hay rivalidad. El psiquiatra establece si es una enfermedad; el exorcista, si hay una maldición», explica el padre Gabriele Amorth, exorcista oficial de la diócesis del Papa, a la revista «María Mensajera». Rugidos y sollozos El interior de la iglesia de la Inmaculada Concepción está débilmente iluminado. El sacerdote entra, acompañado por tres diáconos, a una sala contigua; allí les esperan tres ayudantes: tres señoras de cierta edad y aspecto jovial. La puerta se cierra y, poco después, empieza a oírse un murmullo; de vez en cuando se aprecia la voz del padre Amorth. De repente, un grito obscenamente intenso. El murmullo se hace más alto. Otro grito: «¡Maledetto!» («¡Maldito!»). Es una voz de mujer. Al cabo de un rato, una de las mujeres sale y se lava las manos. Sonríe, como si en la habitación a sus espaldas no ocurriera nada, no se oyeran gritos, rugidos salvajes y sollozos. «¡Yo te maldigo!», se oye también; luego otra vez al padre Amorth preguntando: «¿Cuál es tu nombre?». Un lamento gutural se transforma en un grito agudo. «¡Dime tu nombre! ¿Es Asgaroth?» En la sala de espera aguarda Tonino con sus padres. Viven en un barrio humilde de Roma y tienen un problema: los muebles de su casa se mueven. «Ocurre por la noche, y se ven sombras de encapuchados», dice su madre. Su marido y su hijo Tonino permanecen en silencio. «Pasen, por favor», les dice Don Gabriele. A sus espaldas se ve una pequeña sala con un viejo sillón, unas sillas y, en el centro, una camilla. A su alrededor ya están sentadas las tres ayudantes con sus rosarios en la mano. Hablan de las rebajas, tan tranquilas. Junto a ellas, tres diáconos jóvenes y fornidos. «Lo primero que hago es preguntarle al demonio cuál es su nombre. A menudo no quiere decirlo, pues se vuelve más vulnerable. No hay que hacerle nunca preguntas estúpidas, como si la Roma ganará al Lacio. Sólo preguntas directamente relacionadas con la curación del poseído. Así, que, primero el nombre; luego el día de entrada en el cuerpo, los motivos y quién lo envía», explica el exorcista. Tonino ya está tumbado en la camilla. Una mujer sostiene la cabeza y uno de los diáconos le coge la mano. Los padres permanecen de pie. El exorcista rocía al joven con agua bendita. «Renuncia, Tonino, al satanismo, a la brujería, a los demonios, a los echadores de cartas?», comienza. Tonino lleva pendientes en las orejas: dos puntas de acero. Don Gabriele traza varias veces la señal de la cruz sobre la frente del joven, luego lo golpea con la yema de los dedos. «¿Cómo te llamas?», pregunta, y acerca su oreja a los labios de Tonino. No hay respuesta. A Tonino se le ve inquieto. Esto no mola nada, ni siquiera a un chaval de 17 años del extrarradio de la capital italiana. «Con la ayuda de don Cándido, con la ayuda de Juan Pablo II, con la ayuda de la Inmaculada Virgen María, libera a Tonino», repite una y otra vez el Padre Amorth mientras golpea la frente del joven. El chico suda, arruga el rostro como si algo empezara a dolerle, agita las piernas. «Libera a Tonino, libera a Tonino». Su cuerpo empieza a rebelarse, el torso se comba hacia arriba. La ayudante más robusta se sienta sobre sus muslos. Otra sostiene una servilleta por si el joven empieza a escupir o vomitar. El ambiente empieza a cargarse. Pero Tonino no escupe, sólo cierra los ojos con fuerza durante un momento, y todo termina. Los presentes rezan un Avemaría. Tonino también, para alivio de sus padres y los religiosos presentes. «Bueno, ¿te sientes mejor?», pregunta el exorcista. Tonino asiente. «Un exorcista puede ayudarte, pero sólo tú puedes sanarte. Tienes que rezar todos los días», le aconseja el padre Amorth, y le entrega una lista de diez oraciones. «¿Y qué hacemos con los muebles que se mueven, padre?», pregunta la madre de Tonino. «El agua bendita suele ser de ayuda. Un par de gotas en cada rincón de la casa», responde. La mujer sostiene con fuerza la mano del Padre Amorth; luego le da 20 euros. «Para los pobres», dice el Padre: su labor es gratuita. «No estoy a salvo» «No, por supuesto que no estoy a salvo del diablo. Todo el mundo es vulnerable», aclara el sacerdote. Incluso Madre Teresa fue exorcizada en sus últimos años. Y otros santos también. El diablo es muy inteligente. Ha conservado la inteligencia del ángel que fue», agrega. «Puede ser, por ejemplo, que alguien de su trabajo sienta envidia de usted y le lance una maldición. Usted enfermará. El origen del 90 por ciento de los casos que trato es, precisamente, una maldición. El resto se debe a la pertenencia a sectas satánicas, a haber tomado parte en sesiones de espiritismo o practicar la magia. Si usted vive en consonancia con Dios, al diablo le resultará mucho más difícil llevar a cabo la posesión», continúa. «El Papa apoya a los exorcistas», añade. «Sin embargo, las sectas satánicas proliferan», se lamenta. Y con semblante serio, agrega: «El diablo trabaja en todas partes. Está en Fátima, en Lourdes y con toda seguridad también actúa en el Vaticano, en el centro mismo del cristianismo». 70.000 exorcismos Sigue llevando la sotana con 33 botones. El padre Amorth es uno de los mayores expertos en el diablo. A sus 82 años de edad ha realizado más de 70.000 exorcismos. «Ojalá no tuviese vecinos tan quisquillosos. Todo sería más sencillo. Se quejaban de alteración al orden público, de los gritos..., claro. Pero es que en los casos más difíciles son inevitables. Por suerte, un amigo me ha dejado un local. Tengo también cinco o seis ayudantes, por si alguien se pone violento. Además, allí sí que pueden gritar». Habla, claro, de los poseídos por el diablo. Para el padre Amorth, Satanás no es una metáfora. «Soy el único exorcista que trabaja siete días a la semana, desde la mañana hasta la tarde, incluidas Nochebuena y Semana Santa», asegura. Todos los martes y viernes a partir de las nueve de la mañana aguarda en su consulta. Y no le falta trabajo: «¿Ve mi agenda? Está llena para los próximos dos meses». Hitler y Stalin, poseídos El padre Amorth ya se dedicaba a luchar contra el mal antes de hacerse exorcista. Combatió a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. A los 18 años se unió a los partisanos. Su nombre de guerra era Alberto. Tras la caída del régimen fascista, Giulio Andreotti intentó llevarlo a la política, pero al final decidió hacerse sacerdote. «Por supuesto que existe el mal en la política, incluso es frecuente. Al diablo le gusta adueñarse de aquellos que ocupan cargos de responsabilidad, empresarios, políticos. Hitler y Stalin estuvieron poseídos. ¿Por qué lo sé? Porque mataron a millones de personas. El Evangelio dice: ¡Por los frutos los conoceréis!. Desgraciadamente, un exorcismo no habría bastado con ellos, pues estaban convencidos de lo que hacían. No se puede decir que fuera una posesión en el sentido estricto de la palabra, más bien se trataba de una aceptación total y voluntaria de las sugerencias del diablo», aclara.