La ceremonia comenzó a las 10 de la mañana y estuvo presidida por el arzobispo de Milán, el cardenal Dionigi Tettamanzi, y contó con la presencia del arzobispo Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la causa de los Santos y enviado para esta ceremonia por el papa Benedicto XVI. Don Carlo es recordado como un héroe de la solidaridad con las víctimas de la segunda guerra mundial. Lo llamaban «padre de los mutilados» y de los huérfanos de los combatientes, debido a que el centro creado por él atendía la rehabilitación de quienes habían sufrido físicamente las consecuencias de la guerra.
Sus palabras cobran una inmensa actualidad en el siglo XXI: «Antes que la crisis política o económica hay una profunda crisis moral, más aún, una crisis metafísica. Como tal afecta a todos los pueblos porque toca al hombre y a su problema existencial», escribía en 1946.
La agencia ZENIT habló con el postulador para la beatificación de don Carlo, el padre Rodolfo Cosimo Meoli F.S.C, quien explicó cómo su vida sigue haciendo eco en el tiempo actual.
- ¿Cómo fue la infancia de don Carlo?
- Estuvo atravesada por grandes luchas. Su padre murió en 1907, cuando Carlo tenía sólo 5 años. Dos años más tarde murió su hermano Mario de meningitis. Su hermano mayor Andrea también falleció de tuberculosis. Carlo se quedó sólo con su madre Clementina Pasta. Fue una mujer valiente y, a pesar de que tuvo que vivir en condiciones muy difíciles, no sólo no perdió la fe en Dios, sino que llegó a orar de esta manera: «Dos hijos míos los he perdido Señor; el tercero te lo ofrezco para que tú lo bendigas y lo conserves a tu servicio».
- En medio de estas circunstancias, ¿cómo se dio cuenta de su llamado al sacerdocio?
- Su madre desempeñó un papel fundamental. La gracia de Dios y la participación en las actividades parroquiales hicieron lo demás. Supo resp onder a las inspiraciones de la gracia. Don Carlo dio siempre amplias pruebas de ello durante toda su vida.
- ¿Cuáles fueron sus principales virtudes?
- Más que virtudes, yo hablaría de «la virtud»: la caridad, sobre la que recaen las demás. También la nobleza. Caridad hecha acción, ternura, compasión, acogida, disponibilidad...
- Siendo ya sacerdote, creó la fundación «Pro Juventud», hoy conocida legalmente en Italia como la fundación Don Carlo Gnocchi Onlus. ¿Cómo fue esta inspiración?
- En la guerra fue capellán voluntario. «¡Un sacerdote no puede no estar donde se muere!», decía. Después, la trágica experiencia de la retirada de Rusia, hizo madurar en él el plan concreto de ofrecer asistencia a los huérfanos de los alpinsitas y de otras muchas pequeñas víctimas inocentes de los conflictos bélicos: «Deseo y pido al Señor una sola cosa: servir todos los días de mi vida a sus pobres. Es esta mi ´carrera´». escribía a su primo. La primera institución creada por él se denominaba «Pro infancia mutilada» (1947), la cual se convirtió luego en la «Fundación pro Juventud» en 1952.
- En la actualidad, ¿cuál es la misión de esta fundación?
- La obra surge con el fin de socorrer a los «Mutilados de la guerra». Luego, con el pasar de los años y sobretodo con la gradual desaparición de los mutilados, la obra de don Carlo ha ampliado progresivamente las actividades asistenciales. Hoy los centros de la fundación acogen pacientes con diferentes formas de discapacidad, pacientes que tienen necesi dad de intervenciones quirúrgicas y tratamientos de rehabilitación. Ancianos que no son autosuficientes y enfermos de cáncer en fase terminal.
- ¿Cómo cree que el testimonio de don Carlo puede iluminar a los sacerdotes en este año dedicado especialmente a ellos?
- Supo interpretar de manera superlativa su vocación: la de ser luz y apoyo, fuerza y esperanza para todos los que encontraba. Su vida se consumó por el bien de los demás. Fue un alter Christus, algo que todo sacerdote, de ayer, de hoy y de siempre, está llamado a vivir. Yo aconsejaría a todos la lectura meditada de sus escritos y de sus cartas.
- ¿Por qué es importante su testimonio para el siglo XXI y para la defensa de la dignidad humana?
- Don Carlo es el rostro moderno de la santidad. Ha puesto en el centro de su acción al hombre, los hombres, todos los hombres, la fuerza vital del amor, el sueño de la fraternidad y de la solidaridad universal, sin prejuicios ni excepciones.