Pocas Congregaciones cuentan con un carisma tan concreto y perfectamente definido como las Hermanitas de los Pobres. Su fundadora, la ya santa Juana Jugan, religiosa francesa, dejó como herencia, en el siglo XIX, la sensibilidad por el cuidado de los ancianos desamparados. «Hacer felices a los ancianos. ¡Todo está ahí!», les dijo a sus Hermanas, y quizá esta frase es la que mejor resume el objetivo de esta Congregación.
Hoy, las Hermanitas de los Pobres se encuentran extendidas en 32 países, y son más de 2.700 religiosas. En España, en concreto, cuentan con 30 residencias para ancianos. No son residencias al uso. Las Hermanitas de los Pobres acogen a aquellos ancianos que se encuentran solos, que no pueden pagarse una residencia, o cuyas familias no pueden hacerse cargo de ellos ni tienen medios económicos. En algunos países, como España, los ancianos reciben una pensión, por muy baja que sea. En estos casos, los ancianos contribuyen con una pequeña parte de sus ingresos al sostenimiento de la residencia; en otros países, en cambio, no reciben ningún tipo de ayuda y todos los gastos corren a cargo de la Congregación, y de la Providencia.
Esta última es la verdadera artífice y sostén de las residencias de las Hermanitas de los Pobres tal y como santa Juana Jugan las creó. La Hermana María del Monte, recientemente nombrada Asistente General de la Congregación, explica que las residencias que reciben algún ingreso por parte de los ancianos no podrían pagar con ello ni los sueldos de los empleados. Por ello, hacen lo que su fundadora: «Hacemos una colecta cada dos días. Vamos a pedir a las casas y la gente que nos conoce nos dona comida, también los grandes almacenes o las iglesias nos dan cosas. Gracias esto nos vamos manteniendo. Otra ayuda muy grande son las herencias, porque ayudan a sufragar muchos gastos de las casas y a construir otras nuevas. En nuestras mismas Constituciones se encuentra recogido explícitamente que no podemos recibir subvenciones ni podemos recibir ninguna ayuda fija. Vivimos de la Providencia desde que nos levantamos hasta que nos acostamos».
La Hermana María del Monte considera que hay que desterrar el mito de que los ancianos que están en una residencia porque su familia les ha abandonado o no quieren hacerse cargo de ellos. «Tenemos que quitarnos de la cabeza –sostiene– la imagen de los hijos malos que dejan a sus padres en el asilo. Puede haber algún caso, pero hay sobre todo familias que quieren mucho a sus abuelos, a sus padres, y, por mil motivos, no pueden hacerse cargo de ellos». Unos ancianos que necesitan ayer, hoy y siempre, cariño. Su problema real, en opinión de la Hermana, es el creer que «ya no sirven para nada». Algo que es «una constante en los ancianos».
Por eso estas residencias funcionan como una familia, donde las Hermanitas están al servicio de los ancianos, sin descanso. «Estamos 24 horas trabajando y viviendo con los ancianos. No tenemos turnos, pero para nosotros es una suerte estar siempre presentes. De esa manera, el espíritu de familia está presente en todas las casas, y entre los empleados, las Hermanitas y
los ancianos hay vida de familia: uno está enfermo y todos van a verlo…, alguien tiene una pena, y todos le acompañan… La canonización de Juana Jugan fue vivida con mucha alegría, y todos los que no pudieron ir a Roma se quedaron vibrando de la emoción». La idea de hogar casa perfectamente con el cuarto voto de hospitalidad que hacen estas religiosas. «Se trata de una herencia de san Juan de Dios –explica la Hermana María del Monte–. El cuarto voto nos compromete a acoger a todos los ancianos pobres que vienen; su casa es nuestra casa, y sirviéndolos sabemos que estamos sirviendo al Señor. Esto, evidentemente, se extiende no sólo a los ancianos, sino a todos los que vienen a nuestra casa».