Los llamamientos a sus diocesanos se han ido sucediendo en los últimos días a través de cartas pastorales y homilías, y numerosas diócesis han movilizado a todo su laicado para estar presentes en Madrid. Y es que, en el tema del aborto, la Iglesia no está dispuesta a ceder un milímetro: se trata de «defender la vida del más indefenso», argumentan los prelados.


Uno de los más contundentes ha sido el obispo de Huesca y Jaca, monseñor Jesús Sanz. En una carta titulada «El infanticidio suicida», denuncia que «es tal el nivel de demagogia y medias verdades (de la reforma de la ley), tal el cúmulo de razones que no lo son, que hace patética e irrisoria la defensa, si no estuviera en entredicho la vida humana del ser más inocente». El obispo franciscano señala que «un destacado miembro del Gobierno de España reconocía que no se trata de una cuestión que abiertamente demande la sociedad», pues «la sociedad española está dividida –según decía esta persona del Gobierno– por la mitad». «¿Sólo por la mitad?», cuestiona el prelado.

El obispo de la diócesis aragonesa no duda en calificar de «criminal» la medida del Gobierno, pues «se trata del crimen de un ser humano sin que pueda rechistar». Para monseñor Sanz, los intereses que han propiciado esta Ley son «económicos en las clínicas abortistas y en los laboratorios que mercadean con las píldoras abortivas» y «políticos de guiños descarados a una mal llamada progresía, para recabar pingües beneficios electorales frente a los  crasos maleficios de los niños así asesinados que no tenían la edad de votar».
El titular de otra diócesis aragonesa, monseñor Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, ha recordado que «en Europa, desde que se ha legalizado la Ley del Aborto, no han visto la luz 50 millones de niños, que hoy serían 50 millones de jóvenes, que tanta falta nos hacen en este continente que envejece prematuramente y se muere de tristeza y de desesperanza». «Luchemos por la vida el próximo 17 de octubre», alienta el prelado.

En Palencia, monseñor José Ignacio Munilla recuerda a Manuel, un preso que le dijo, tras celebrar una misa, que «empecé por matar a Dios, borrándolo de mi conciencia, para luego continuar agrediendo a mi familia, a mis amigos y a todos los que se cruzaban en mi camino». «¡Me sentiría yo más seguro en una nación gobernada por Manuel que por alguien que sostenga que matar a una criatura en el seno materno es un “derecho”!», exclama en su última pastoral.