Joaquín Zuazo nació el 12 de julio de 1982. No ha llegado a la treintena, pues. Pero parece que, una broma suya, común hace tiempo, está cumpliéndose: «Si a los treinta años no me he casado, me voy a vivir a África». Y vaya si lo está haciendo. En 2005, vivió una profunda conversión que le llevó de una vida descreída (en la que defendía eso tan manido de que la religión es el opio del pueblo) y llena (o muy vacía) de salidas nocturnas, juergas varias, coqueteos con la cocaína... a entregarse a un puñado de niños en Bujumbura, la capital de Burundi, con la Fundación María Arafasha (María Ayuda). Ahora asegura que «amar como Dios amó es muy difícil», pero tras construir una casa de acogida, ya tiene proyectado un colegio para 700 alumnos.
Su familia no encajó muy bien el golpe al principio, pero ya han visitado Burundi y, según confiesa el propio Joaquín, «conocerlo fue, por un lado, muy tranquilizador para ellos, pero por otro una angustia, porque vieron la realidad». Y es que vivir allí puede resultar un poco peligroso «si no cumples los protocolos de seguridad». Aunque Joaquín asegura que no tiene miedo. En todo caso, confiesa que a su padre «le encanta presumir de su hijo» y no es para menos.
Para saber cómo cambió su vida, cómo abrazó la fe, tendrán que esperar al final de la entrevista. Así, todo encaja mucho mejor.
- Tenía ideales marxistas ¿Los defendía, o era una pose de joven rebelde?
A éstos hemos ido a buscarles a la calle, hemos jugado con ellos al fútbol, les hemos dado algo de comer durante varios días, en los que te haces un poco su amigo, empiezas a conocerle. Son niños que por lo general están muy resabiados, han pasado por muchas asociaciones… Queremos intentar ser una asociación de referencia, donde los niños se queden, pasen y cambien. No que vayan de asociación en asociación. En el fondo así estaremos creando mendigos en África, acostumbrándoles a ir de una a otra para pedir ayuda.
- ¿Cómo es el lugar donde desarrolla su labor?
Antes de entrar en la última parte de la entrevista, no se puede continuar sin invitar al lector a colaborar con este proyecto. A bocajarro y sin complejos, de la misma manera que Joaquín Zuazo se lanzó al Continente Negro. Para dar un donativo, sólo hace falta hacer un ingreso con el concepto Proyecto Burundi en la cuenta: 2054.0382.29.9150380588. Y si lo que está pensando es ir allí, para colaborar con sus propias manos, escríbale, estará encantado: joaquinzuazo@gmail.com. Y ahora sí, lo pormetido es deuda. Joaquín se encontró con la Virgen, o Ella le encontró a él. Y todo empezó tomando copas...
- Todo este cúmulo de cosas desde sus tiempos más rebeldes hasta ahora que vive en la otra punta del mundo rodeado de niños, se lo atribuye a la Virgen de Schoenstatt.
-¿Qué espera de lo que le queda por delante?
Su familia no encajó muy bien el golpe al principio, pero ya han visitado Burundi y, según confiesa el propio Joaquín, «conocerlo fue, por un lado, muy tranquilizador para ellos, pero por otro una angustia, porque vieron la realidad». Y es que vivir allí puede resultar un poco peligroso «si no cumples los protocolos de seguridad». Aunque Joaquín asegura que no tiene miedo. En todo caso, confiesa que a su padre «le encanta presumir de su hijo» y no es para menos.
Para saber cómo cambió su vida, cómo abrazó la fe, tendrán que esperar al final de la entrevista. Así, todo encaja mucho mejor.
- Tenía ideales marxistas ¿Los defendía, o era una pose de joven rebelde?
- Yo no creía para nada en Dios y simplemente lo justificaba en que… Hacía bastante trabajo social, no tanto como ahora, pero bastante y mi forma de explicar lo otro era que a toda esta gente le cuentan el camelo de Dios para que estén tranquilos y contentos. Que su sufrimiento viene de Dios porque tal..
-La teoría del opio del pueblo...
- Eso es. Pero tampoco atacaba a la Iglesia a saco. Si me preguntaban yo decía lo que pensaba y punto. No iba por ahí en contra de la Iglesia. Pero no era una pose. Yo lo creía, igual que ahora creo en Dios.
- ¿Cómo encajaba eso con organizar las bodas más fastuosas de España, incluida la de los Príncipes de Asturias?
- Eso era diferentes. Una cosa es lo que hacía a nivel profesional y otra lo que hacía en lo personal. De todas formas la primera boda que organicé fue la del Príncipe, en 2003, si no me equivoco y mi conversión fue en 2005. Tampoco estuve tanto tiempo sin creer en Dios en ese trabajo. Pero sí que antes trabajaba «pinchando» en bodas y el tema de las bodas lo conozco bien...
- Y de esas pompas y fastos, ¿cómo aparece en Burundi? ¿Curiosidad, aventura, ganas de escapar?
- Un poco de todo. Siempre dije en plan de broma: «Si a los treinta años no me he casado, me voy a vivir a África a darme a los demás». Pero al final parece ser que va a ser verdad. África siempre me llamó la atención. Siempre tenía un punto de aventura, de desconocido y por conocer. Tengo un tío que es cazador profesional. Ahora está en España, pero ha estado muchos años en África, viviendo en diferentes países. Al escucharle, África era un gran desconocido que había que conocer. Aparte me encanta viajar, conocer gente nueva, conocer otras culturas… Tenía un club de esquí que no me ayudaba mucho, después de mi conversión a seguir avanzando y profundizando en mi fe. Nos íbamos una o dos semanas en que vivíamos a lo loco y en 2006 decidí dejar el club de esquí: «Si de verdad me creo esto, si de verdad quiero profundizar, no me ayuda». En mis vacaciones decidí irme a África ha hacer voluntariado. Quería tener la experiencia de hacer algo fuera y estuve en mis primeras navidades en África.
- Ya converso, hay un día muy concreto en el que se decide a marchar a África definitivamente. ¿Cómo fue, qué recuerdo tiene?
- Estaba en un grupo de vida, en el que nos reuníamos para vivir la fe. Normalmente era los miércoles. Solíamos acabar con una oración en el santuario de Schoenstatt, en Madrid. Lo hacíamos con la costumbre de rezar en alto cada uno. En ese momento dije: «En septiembre dejo el trabajo y en enero me voy a Burundi». Lo sentí, salió de mí y como no sé guardar los secretos, al día siguiente ya lo sabían mis padres, mis jefes y todo el mundo. En principio nadie se lo creyó (sonríe), pero bueno…
- Volviendo a los días locos del esquí. Usted ha sido consumidor de cocaína… ¿Cómo se vive con eso? ¿Tiene remordimientos? ¿Nuevas tentaciones?
- No.
- ¿Cómo lo superó?
- Cambiando de aires… Creo que fue una gracia de Dios. Empecé a hacer planes diferentes, poco a poco en seis meses acabé dejándolo. Tampoco era un consumidor a diario. Lo hacía los fines de semana y algún día entre diario que salía de juerga. Estaba muy asociado a la noche, al salir. Poco a poco fui cambiando de ambientes, de amigos, de gente. Poco a poco conocí cosas nuevas…
- ¿No necesitó ayuda profesional?
- No, fue sin buscarlo. Por eso digo que fue como una gracia.
- Según ha dicho en otras ocasiones, 2008 fue «un año de reflexión para intentar ver el camino que Dios me marca». ¿Ya ha encontrado una respuesta?
- Esa es mi gran duda. Mis grandes conversaciones van siempre por ahí. Cada vez estoy más convencido de que nunca veré un camino claro, pero sí que tengo que ir haciendo pequeñas cosas. Igual que a san Francisco Javier, san Ignacio no le pidió que evangelizara Japón, sino pequeñas cosas, poco a poco. Vamos por ese camino de momento. Hemos construido una casa de acogida para niños, ahora lo vamos a poner en marcha y estamos proyectando un colegio. De momento me siento muy feliz, y sé que mi sitio está en Burundi.
- ¿Se lo plantea como el trabajo de un laico, o ha explorado la posibilidad de ser sacerdote?
- Como el trabajo de un laico. Siento que el sacerdocio no es a lo que Dios me llama. Ya me he planteado el tema de la vocación, pero no es a lo que Dios me llama a mí.
- La Iglesia celebra estos días un sínodo de obispos centrado en África. Si tuviera la oportunidad de ir allí ¿Qué les diría sobre lo que la Iglesia puede darle a África y lo que África puede aportar a la Iglesia? ¿Cuáles serían las líneas maestras de su discurso?
- No tendría ninguna línea maestra porque no soy ningún maestro (ríe). Creo que lo primero sería escucharles y, después de alguna que otra experiencia, no todos los obispo son iguales... Estuve en Nairobi en un encuentro de oración de Tesé con 54 jóvenes. Me encantaría conocer al cardenal de Nairobi porque era alucinante. Cada tres palabras que decía había 7.000 jóvenes aclamandole. Y decía: «Soy un hombre de pocas palabras, pero sólo quiero deciros…» y le volvían a aclamar. Estuvo quince minutos hablando de los cuales ocho fueron aclamaciones. Fue tremendo. Sí les diría que aunque sea difícil, que crean en los jóvenes y que sigan luchando por África. Tienen momentos y situaciones muy difíciles, mucha presión de organizaciones internacionales, de los gobiernos… Que no desesperen y que sigan luchando, porque África tiene un futuro, el día que le dejen.
- Trabaja en Burundi en un orfanato que acaban de construir. ¿Cómo es su labor allí? ¿Cómo eligen a los niños que acogen? Porque necesitados hay los que se quiera…
- Sí, «clientes» tenemos muchos. Ahora 18 están viviendo con nosotros. Nuestro objetivo no es que sea un orfanato. Lo llamamos así porque es más común y más rápido, pero en realidad es un cetro de acogida, de tránsito, donde queremos acoger a los niños, formarles, darles todo ese cariño, ese ambiente hogareño y de familia que han perdido para que los niños vuelvan a su casa. Aunque con nosotros estén muy bien, están mucho mejor con sus padres.
- Una vez aprendí una cosa muy importante de una monjita. Me dijo que es mejor no conocer la historia de cada niño. Por mi situación en este momento sí que las tengo que conocer y las conozco, aunque trato de saber lo menos posible, para no tener preferidos, para quererles, o al menos intentarlo, a todos por igual. Los quiero a todos muchísimo, no tengo preferencias, pero Dany era el más pequeño de todos y ha tenido una vida muy difícil. Se escapó, volvió, no a la primera, pero sí hicimos que se diera cuenta de que lo había hecho mal, se volvió a escapar, le volvimos a admitir… Se volvió a escapar, pero esta vez porque habíamos encontrado a su padre, porque él no conocía ni a su padre ni a su madre y se fue al Congo. Suena muy ¡guau, se fue al Congo!, pero la frontera está a quince minutos. Estuvo con su padre y ahora está escapado otra vez por las calle de Bujumbura (la capital de Burundi)… Es un caso muy complicado, pero qué le vas a hacer, porque tampoco puedes volcarte en uno cuando tienes otros a los que tienes que darles ejemplo y enseñarles que eso es lo que no hay que hacer. A veces tiene momentos complicados en los que dices: si hasta por la última de sus ovejas… Pero los demás…. Amar como Dios amó es muy difícil.
-¿Cómo entran en contacto con los chicos? ¿Cómo los reciben? ¿Os los llevan? ¿Cómo tratan con ellos?
- Ahora tenemos a 12 viviendo con nosotros que fueron los primeros. Le robaron el teléfono al Padre Deo y luego se lo devolvieron y le pidieron ayuda. Acabamos acogiéndoles, pero no había dónde. Vivían en una casita hecha de tela y plástico. Ahora hemos estado construyendo la casa y la hemos inaugurado el 3 de juliopasado. Agosto ha sido un mes de locos, porque teníamos la fiesta de la Coronación de la Virgen como Reina de la Paz. Ahora estoy aquí medio de vacaciones y recogiendo fondos. Ahora a la vuelta la idea es organizar bien el proyecto con todos los nuevos.
A éstos hemos ido a buscarles a la calle, hemos jugado con ellos al fútbol, les hemos dado algo de comer durante varios días, en los que te haces un poco su amigo, empiezas a conocerle. Son niños que por lo general están muy resabiados, han pasado por muchas asociaciones… Queremos intentar ser una asociación de referencia, donde los niños se queden, pasen y cambien. No que vayan de asociación en asociación. En el fondo así estaremos creando mendigos en África, acostumbrándoles a ir de una a otra para pedir ayuda.
- Y además de intentar cambiarles ese corazón endurecido, ese resabiamiento…
- (Interrumpe) Se vuelven más duros, pero también son más sensibles. Estos chicos viven en la ley de la selva, la ley del más fuerte, pero pese a todo son muy generosos, tienen un espíritu muy grande de equipo, de ayuda, de compañerismo y son muy sensibles pese a todo.
- Bien, por un lado está la acogida humana, pero ¿les dan algún tipo de formación?
- Están todos escolarizados, obteniendo muy buenos resultados. Incluso hubo uno que después del primer trimestre lo avanzaron de curso. En Burundi, hacen un ranking en clase, numerando a los niños del uno al sesenta y los nuestros están todos entre los 20 primeros, salvo uno que está un pelín descolgado. Además, califican de 1 a 100 y sacar más de un 80 es como una matrícula de honor aquí. No he conocido a nadie que le hayan puesto 90. Tenemos a tres que están por encima de 80 y casi todos en 70; uno que se ha quedado en 60 y otro un poco más descolgado.
- Entonces les dan apoyo, pero ellos van a colegios de allí…
- Van a colegios municipales. Ahora cuando tengamos el colegio veremos si les mandamos a colegios municipales o al nuestro, que pretendemos que sea de muy alta calidad, pero abierto a todos, que todos lo puedan pagar.
Mientras miramos los cientos de fotos que acumula de sus chicos, explica que, en los días sin bruma, desde el centro de acogida se ve el lago Tanganika y, con un poco de suerte, las montañas del Congo. Esta es su «oficina».
- ¿Cómo es el lugar donde desarrolla su labor?
- Vivo en la capital, Bujumbura, que siempre comparo con un pueblecito. Mi abuelo tenía una finquita en Toledo, que estaba como en un alto, y abajo estaba el pueblo. En nuestro centro de acogida es lo mismo. Estamos en el alto de una montaña y la ciudad está abajo. Ahora me estoy corrigiendo, pero antes siempre decía: «Voy al pueblo, ¿alguien quiere algo?». No toda la capital tiene agua corriente, no toda la capital tiene electricidad; el 40% de las calles están asfaltadas, están ahora con el resto, pero un 20 % de las calles ya asfaltadas están llenas de agujeros. Catorce años de guerra, un país muy pobre… es dura la situación en ese sentido. Por ejemplo, están haciendo ahora muchos mercados de fabricar mesas para los Ministerios, que no tiene ni mesas, ni sillas, ni estanterías.
- ¿Cómo es la familia media allí?
- ¿Cómo es la familia media allí?
- Una familia muy unida, muy multitudinaria, en la que hay un padre y una madre; seis o siete hijos, y luego siempre está la hermana del padre o algún familiar del interior del país acogido en casa que ayuda en las tareas domésticas, o va al colegio y ayuda en casa, o que busca trabajo… Las casas están muy pobladas.
- Una sociedad muy necesitada y por tanto, muy solidaria…
- Sí, y en general con un espíritu de familia muy grande. La familia es muy importante: «Si es de mi familia cómo no le voy a ayudar».
- Ahora el proyecto es construir un colegio ¿Cuáles son sus necesidades?
- Afortunadamente, ya hemos conseguido todo el dinero para comprar el terreno. Ya es nuestro. Y ahora estamos con la construcción, el plan pedagógico, el plan de estudios y necesitamos todo el dinero para la construcción. Después de la casa, y queriendo que el colegio sea para unos 700 alumnos, calculo que necesitamos unos 250.000 euros. Pretendemos que sea un colegio de alta calidad, bien equipado... Donde llevarías a tus hijos.
Antes de entrar en la última parte de la entrevista, no se puede continuar sin invitar al lector a colaborar con este proyecto. A bocajarro y sin complejos, de la misma manera que Joaquín Zuazo se lanzó al Continente Negro. Para dar un donativo, sólo hace falta hacer un ingreso con el concepto Proyecto Burundi en la cuenta: 2054.0382.29.9150380588. Y si lo que está pensando es ir allí, para colaborar con sus propias manos, escríbale, estará encantado: joaquinzuazo@gmail.com. Y ahora sí, lo pormetido es deuda. Joaquín se encontró con la Virgen, o Ella le encontró a él. Y todo empezó tomando copas...
- Todo este cúmulo de cosas desde sus tiempos más rebeldes hasta ahora que vive en la otra punta del mundo rodeado de niños, se lo atribuye a la Virgen de Schoenstatt.
- Sí, sin lugar a dudas.
- ¿Cómo llegó hasta Ella, o cómo llegó Ella hasta usted?
- Espero que tenga tiempo, porque es una historia larga. Yo estaba en una discoteca de copas un viernes o un sábado por la noche. Y llegaron unos amigos, que venían con unos amigos, que venían con otros amigos... Y entre todos ellos había una niña muy guapa, que me gustó mucho. Intenté ligar con ella, pero me salió un poco «rana», aunque luego salí ganando. Me comentó que se iba de misiones con Schoenstatt y me invitó a ir. Yo le comenté que organizaba una vez al mes excursiones con minusválidos y que se viniera. En esta discusión quedamos en un quid pro quo (me gusta mucho la película «El silencio de los corderos»), que yo iría y ella vendría conmigo. Ella no llegó a venir, ni creo que ahora venga, pero yo acabé yendo a estas misiones.
Eran tres días en el Bierzo, en León. Pensaba que era algo tipo Lourdes, con enfermos, y era una misión apostólica pura y dura. Llegué ahí sin conocer a nadie. Mis amigos me dijeron que estaba loco, pero me dije: «Si ya has hecho el camino de Santiago solo ocho días y esto son tres días con un montón de gente… Con la gorra». Allí, con toda la gente, pensé: «Estos están como una regadera, hay que hacer algo con ellos. Esto es lo que sale luego en la tele de un suicidio en masa, que han construido un avión y que han intentado llegar a la luna…».
Eran tres días en el Bierzo, en León. Pensaba que era algo tipo Lourdes, con enfermos, y era una misión apostólica pura y dura. Llegué ahí sin conocer a nadie. Mis amigos me dijeron que estaba loco, pero me dije: «Si ya has hecho el camino de Santiago solo ocho días y esto son tres días con un montón de gente… Con la gorra». Allí, con toda la gente, pensé: «Estos están como una regadera, hay que hacer algo con ellos. Esto es lo que sale luego en la tele de un suicidio en masa, que han construido un avión y que han intentado llegar a la luna…».
En una hora de exposición del Santísimo fue brutal. Estábamos en una salita acondicionada como capilla. Hacía un frío de narices. Imagínese, en el Bierzo en enero y la casa llevaba cerrada un año. Había un pingüino rezando ahí también… (ríe). ¡Un frío! Y de repente empecé a jugar con todos los libros de oración que había, a hacer una torre. Estaba cansado. Miré el reloj y habían pasado cinco minutos. ¡Una hora! «Esta gente está loca, con el frío que hace». La niña con la que estaba se puso a cantar y a tocar la guitarra... «¡Esto ya es el colmo!» Y cuando quedaban 15 minutos para acabar me empecé a sentir súper a gusto, con un calor interior tremendo. Siempre lo comparo con la típica escena en la que estás en un pisito de esquí, todo de madera, tumbado en el sofá, con la mantita y viendo nevar fuera. Pues hacía un frío terrible fuera, pero me sentía súper a gusto y no sabía por qué.
Acabó la hora y pensé: «Aquí ha pasado algo». No entendía nada. Al día siguiente, por un cambio de planes, me volvió a tocar oración y entré en la habitación con el radar encendido: «Ayer quemaron algún tipo de incienso, o de vela; echaron algún tipo de droga… pero lo tengo que descubrir. Aquí hay gato encerrado». Esta vez empecé a sentir la misma sensación, pero no cuando quedaban cinco minutos, sino a los cinco minutos. En lugar de quedarme una hora me quedé hora y media y al salir no entendía nada. A la hora de la comida, oí que la gente estaba muy tranquila, hablando de confesarse… y al día siguiente me confesé con el padre Carlos. Y ahí empezó todo. Me preparé para mi alianza de Amor con la Virgen, fui a la JMJ, entré en la organización del Corpus… Así surgieron cosas poco a poco.
-¿Qué espera de lo que le queda por delante?
- Nada. Sólo disfrutarlo al máximo. Simplemente, rezo todos los días: «Que se cumpla tu voluntad y que mi vida sea una oración y una acción de gracias». Eso es lo que espero. No espero más.