(María Martínez/Alfa y Omega) Martín Valverde lleva más de treinta y cinco años evangelizando con su música, con su palabra, su alegría y buen humor. Ha llenado estadios en Iberoamérica, ha cantado para Juan Pablo II y es uno de los fundadores de la Red Magnificat, que forman músicos cristianos de 13 países. Este cantautor costarricense visita, durante los próximos días, España. Decidió usar la música como herramienta de apostolado cuando descubrió en ésta «un maravilloso don, de los mejores». Como la famosa canción de Abba, él le dice a Dios: «Gracias por la música». La ama profundamente, pero agradece a Dios haberle mostrado «que se trata de un medio, no de un fin». Y añade: «Mi fin es Dios. Dios es muy fuerza y mi canción». Alguna vez se ha definido como profeta, pero no «como un título carismático», aclara. En realidad, «todos lo somos, ya que profeta es aquel que habla en nombre de Dios, y por el cual Dios puede hablarnos». Su labor de profeta, de portavoz de Dios, «no deja de ser una dulce responsabilidad. No cargo con ella; la asumo y la agradezco, hago mi parte, y ¡ay de mí si no la hiciera!» Su trabajo, en todo caso, es para él un medio de evangelización. Así ve la gira que hoy empieza en nuestro país: «España se ha convertido, de nuevo, en tierra de misión». Martín Valverde llega para «apoyar la evangelización a través de las diferentes pastorales juveniles y movimientos católicos», y para «fortalecer a quienes ya están en la batalla», para aportar su «granito de arena musical». En esa nueva evangelización, cree que «los pequeños y bravíos grupos de Iglesia y sus movimientos son los que pueden marcar la diferencia». En Iberoamérica, la música cristiana tiene mucho éxito. Martín Valverde ha conseguido llenar estadios, aunque no sólo asisten los convencidos: «Al menos la mitad no entran en una iglesia ni tienen intención de hacerlo. Nuestro trabajo desde el escenario es simplemente compartir un mensaje en el que se recuerda que Dios quiere que todos los hombres se salven, pero sin lanzar acusaciones, sino más bien propuestas. Esto ayuda a que los jóvenes que vienen por primera vez puedan recibir con más gusto el mensaje de la cruz». De lo que sí está seguro es de que los jóvenes no salen de los conciertos igual que entraron, pero acto seguido añade: «Los frutos son cosa del Espíritu Santo», aunque «a veces Dios nos da permiso y nos muestra algunos». Esto, no sólo entre jóvenes. Entre su público cada vez hay más gente mayor, sobre todo a raíz de que una televisión católica emitiera unos programas para jóvenes promovidos por él, que le reportaron nuevos fans. Una banda que rompe esquemasMartín Valverde tiene detrás un gran equipo, en el que ocupa un lugar muy destacado su mujer, Lizzy, que se autodefine como misionera de retaguardia. Valverde está convencido de que no podría estar al frente «si ella no me sostuviera. Ella cree conmigo en esto y en el Dios que nos llamó a hacerlo». Juntos han dado también charlas para la formación de músicos y para padres de niños especiales «y nos ha funcionado muy bien». En el escenario, a Martín Valverde le acompaña la banda Dynamis, formada por músicos con idéntica vocación apostólica. El guitarrista Carlos Quintana, en un testimonio que puede leerse en la página web de Martín Valverde, recuerda así el primer concierto con la banda, en Ciudad de México, en 1994: «Había muchos jóvenes, un ambiente increíble, pero también había gente mayor, era en general gente humilde, los que son felices dándolo todo. Y ahí estaban adorando a un Dios que sentían vivo, como yo. La manera en que respondían a cada canción era algo que nunca había visto ni sentido». En esta banda, Carlos Quintana se sentía «como dentro de una gran familia... Era muy diferente al ambiente secular donde había tocado durante años, donde casi siempre reinaba un sabor a envidia e individualismo, muy propio de quienes hacemos arte sólo por el reconocimiento de los demás. Esto era diferente, todos se preocupaban por todos y se echaban una mano sin esperar algo a cambio. Esto rompía muchos esquemas». El batería, Mauro Silveira, cuenta también cómo, en un concierto en Brasil, Valverde empezaba una samba... «Yo no me resistí, brinqué a la batería y comencé a tocar sin pedir su autorización». Maurinho tiene «la certeza de que Dios fue quien me puso ahí», una certeza no menor que ésta: «Dios escoge a los peores. Eso hace que tenga la plena convicción de que, por más pobres e incapaces que podamos ser, Dios siempre, siempre tiene una sorpresa de amor aguardándonos».