El padre Damian, miembro de la congregación de los Sagrados Corazones, conocido también como el Apóstol de los leprosos, nació en Bélgica en el año de 1840. A los 33 años se trasladó a la isla de Molokai (Hawaii), donde vivían los leprosos de manera aislada.
 
Privándose de todo, el sacerdote permaneció allí sirviendo, catequizando y administrando sacramentos a quienes habían contraído esta enfermedad. Fue contagiado de lepra y murió en 1899. El Papa Juan Pablo II lo beatificó en 1995.
 
En 1996 Audrey, original de la Isla Oahu en el archipiélago de Hawaii, tenía 69 años. «No tenía ni idea que tenía cancer», testimonia en diálogo con ZENIT.
 
«Mi esposo me notó un bulto después de una caída – había resbalado días atrás, mientras limpiaba el piso de su casa - El doctor de la familia dijo que se trataba de un hematoma».
 
Al año siguiente, el hematoma no había desaparecido. Al contrario, había crecido. Se sometió a nuevos exámenes y le descubrieron un liposarcoma en el muslo izquierdo. Se trataba de un cáncer maligno.
 
Se sometió un año después a una cirugía pero el cáncer ya se había esparcido. «Fue el cirujano quien descubrió, al extirparlo, que resultaba ser un cáncer terminal muy raro y agresivo», comenta esta mujer.
 
«Otros oncólogos que estudiaron el caso dijeron que no había en el mundo ningún registro médico sobre una persona que hubiera sobrevivido a este tipo de enfermedad», asegura.

Durante otro control, realizado en septiembre de 1998, las radiografías revelaron que el cáncer había hecho metástasis en los pulmones. Los médicos le diagnosticaron tres meses de vida.
 
Se sentía débil. No quiso quimioterapias ni más intervenciones médicas. Acudió así a una devoción que tiene desde niña, como buena hawaiana: «Siempre he querido al Padre Damian», dice. «Le he rezado toda mi vida. Por eso visité Kalawao (donde se encuentra su tumba), Molokai y nuestras iglesias durante muchos años».
 
En noviembre de 1998, Adruey comenzó a sentir una gran mejoría. Los exámenes médicos demostraron que el cáncer estaba disminuyendo. Seis meses más tarde, según una exploración con rayos X, había una completa regresión de la metástasis sin haber usado ninguna terapia. El cáncer desapareció en un cien por ciento.
 
Mientras que para los médicos no hay explicación – lo dice su mismo doctor, que no es católico - para Audrey no hay duda que fue la mano de Damián desde el cielo, intercediendo ante Dios. Fueron muchas las plegarias que durante, años tanto ella como sus familiares hicieron al beato apóstol.
 
«Cuando quedé completamente curada por el amor del Señor y la intercesión del padre Damián, me sentí muy honrada y agradecida», dice esta mujer.