Diez jóvenes se enfrentan en la final, mientras sus familias aguardan en una de las salas que la productora del programa Salmodier el Coran preparó para la ocasión. Separados por un delgado tabique, padres y madres toman asiento frente a un pequeño monitor por el que seguirán la gala que está dando la vuelta al mundo.
«Arrasa en todos los países con una presencia importante de comunidades de musulmanes», comenta el presentador, Mustafa Samadi. Engominado y perfectamente maquillado, parece una estrella de Hollywood. O al menos, así se lo hace sentir el público, lanzándole besos con la mano desde las gradas del plató. Samadi los recoge tímidamente, se los lleva hasta el pecho y asiente con la cabeza en señal de agradecimiento.
«¡Cinco minutos!», grita el productor. Es el tiempo que resta para que dé comienzo la emisión, donde es inaceptable cualquier comportamiento poco decoroso. Una música espiritual invade el escenario, la luz se atenúa y el tono de voz del presentador y su compañera se vuelve en el directo excesivamente comedido. Sin griterío, ni aplausos, un foco hace aparecer a los jóvenes triunfitos, que abrazan con fuerza la palabra de Dios y el Profeta. Ninguno da muestras de nerviosismo, pero deben llevarlo bien dentro porque en juego no sólo está la entrada por la puerta grande al paraíso, sino también un cheque por 5.000 euros, un paquete de películas del Corán, libros y un DVD.
La prueba de fuego arranca primero para Hamza Asmrani, con 12 años. Un vídeo previo explica sus gustos y aficiones. Se le ve acariciando a su canario y paseando con amigos en los alrededores de la mezquita de Hassan II de Casablanca. Se levanta decidido, toma posición en un excéntrico sofá en mitad del plató, abre las páginas de su Corán e impulsado por el balanceo del cuerpo empieza a recitar. En tres minutos termina su actuación. Como en todo el programa, no hay aplausos, respetando en todo momento la rigurosidad espiritual del formato.
Es el momento para Sheima Rasci, de Fez. La audiencia se dispara. Está entre las concursantes favoritas y más votadas por SMS. No aparenta 17 años por su pequeña cara angelical. Pasó el año trabajando duro en casa, y por las tardes tomando clases de refuerzo en la escuela coránica para el gran reto, en el que empezaron 28 concursantes.
Su madre acompasa una respiración de nerviosismo en la sala de los familiares. Le sudan frente y manos. «Alá, Alá, Díos mío, Díos mío», repite, como pidiendo la victoria para su hija. La talentosa voz de Rasci, su extremado cuidado en los puntos de inflexión, concentración y el cambio de registro sin brusquedad, tenían un solo objetivo: lograr ser finalista. Pero aún faltan algunos minutos para la deliberación. «Llamen al 5220 y vota por Rasci»; «llamen al 5221 y voten por Asmarani…», incita la voz corporativa a los telespectadores. Cualquiera de ellos también puede salir premiado con el soñado viaje a La Meca.
El presentador Samadi aprovecha los minutos de la publicidad para darse otro baño de multitudes. El público lo adora. Dice que es de los que paran por la calle para firmar autógrafos, y él no oculta que está encantado. Profesor del islam, ulema y, conocido especialmente por Salmodier el Coran, se ha convertido en un referente de la palabra del profeta y en un padre para muchos jóvenes con inquietudes para aplicar la religión a la vida diaria.
«Desde Cataluña, recibo mensajes por internet de apoyo y de consultas», explica en perfecto castellano. Es ya la recta final del programa y los diez concursantes, entre ellos seis niñas, ya no pueden disimular la tensión. El jurado está a punto de revelar el veredicto. «Dios es grande, Dios es grande», gritó la madre de Rasci. Porque Alá había escuchado sus plegarias y Sheima Rasci quedaba entre los tres finalistas. Abundan abrazos, lágrimas y felicitaciones. Los perdedores no están tristes. Lo volverán a intentar en próxima edición.