Una luz roja indica que están disponibles para administrar este sacramento a quien lo busque. Tienen allí letreros de los idiomas en que pueden ser confesados: inglés, francés, español, italiano, portugués, polaco, alemán son los más comunes. También hay avisos que indican los horarios disponibles.
Algunos fieles se acercan con un poco de duda o temor y al final se lanzan. Otros van periódicamente. Especialmente quienes viven en Roma.
En las cuatro basílicas mayores siempre ha existido este servicio, organizado por el Papa San Pío V (1566 – 1572). Depende directamente de la Penitenciaría apostólica, organismo vaticano encargado de las concesiones de indulgencias, que asigna a diferentes ordenes religiosas la confesión en diferentes basílicas.
En la basílica de San Pedro están los franciscanos conventuales, en San Juan de Letrán, los franciscanos menores; en Santa María la Mayor, los frailes dominicos y en San Pablo Extramuros, los monjes benedictinos.
El sacerdote dominico Pedro Fernández es confesor en Santa María la Mayor. Para él, esta labor significa «ejercitar el sacerdocio que la Iglesia me ha confiado en nombre de Cristo. Me permite estar en contacto directo con las personas y las almas».
Señala que su misión muchas veces va más allá de absolver: «Veo mucha soledad. Hay penitentes que vienen deseando desahogarse, ser escuchados. El confesor debe aprovechar esta ocasión para ayudarlos, en primer lugar a darse cuenta de los pecados para poder arrepentirse, porque nadie se arrepiente de lo que no conoce».
Incluso, el diálogo con el penitente, puede ser también una oportunidad para evangelizar: «Se experimenta bastante ignorancia religiosa. Conviene que el confesor haga en ese momento una catequesis adecuada».
El padre Fernández admite que para administrar este sacramento como debería ser, la Iglesia necesita muchas manos: «Si hubiera más confesores, habría más confesiones. Siempre cuesta ir a pedir a un sacerdote que me confiese pero si lo veo sentado es más fácil».
A quien perdonéis los pecados, serán perdonados
El presbítero enfatizó la importancia de que los fieles vean este sacramento como un regalo y no como un castigo: «Tenemos que acercarnos a la confesión para acoger este perdón. Ahí está la belleza de la confesión. Es el sacramento de la paz con uno mismo».
Y como en todo trabajo, hay días más atareados que otros, en los que más fieles acuden y las filas se hacen más largas: «En Adviento, Cuaresma, los primeros viernes del mes hay muchos más. Es una experiencia estupenda ver una persona arrepentida».
Pero, ¿Por qué contarle mis pecados a un sacerdote?, ¿por qué no confesarme con Dios directamente? Son preguntas que miles de católicos se hacen. El padre Fernández explica: «A Dios nadie le ha visto. La relación con Él es mediacional. En nuestra fe, esa mediación es por medio de los sacramentos, la fe y la experiencia mística». «Para confesarte tienes que tener fe, creer en Dios, en tus pecados y arrepentirte. No es un camino impuesto por la Iglesia. Es un camino que nos indica la fe», prosigue. Y señala el verdadero sentido de la confesión: «No se trata de un consultorio psicológico y que te den una razón humana de tus problemas. Sobre todo es el perdón».
Un sacramento al cual Benedicto XVI ha hecho gran énfasis en este año sacerdotal: «El hecho de que el Papa recomiende a los sacerdotes que nos sentemos a confesar, quiere decir que tenemos que se conscientes de nuestra identidad y santificación», dice el padre Fernández. Y concluyó su diálogo con ZENIT asegurando que nadie da lo que no tiene: «Confesándose es como uno aprende a confesar. Difícilmente uno puede ser un confesor si no se confiesa bien». [Por Carmen Elena Villa]