Como Alfa y Omega no tiene afán demoscópico, hemos preguntado tan sólo a 15 personas que paseaban por el centro de Madrid qué les parecían los asuntos relativos a la Unión Europea. A seis, les parecen aburridos; a cuatro, depende del tema, pero más bien aburridos; dos no saben/no contestan; y sólo tres personas consideran interesantes los temas que tienen que ver con la UE. Suponiendo que la progresión sea igual en toda España, no resulta extraño el desinterés que los medios de comunicación han mostrado hacia el referéndum que mañana celebran los irlandeses, y en el que eligen, por segunda vez, si ratifican o no el Tratado de Lisboa.
 
Se imponen tres preguntas. La primera: ¿Por qué votan por segunda vez? Porque en el pasado mes de junio ya le dieron un portazo a la UE, la mayoría de cuyos Estados miembros no tuvieron que someter el Tratado a referéndum y votaron Sí directamente en sus Parlamentos. Ahora, después de unos reajustes en el texto, los irlandeses vuelven a las urnas para votar el Tratado.
 
Segunda pregunta: ¿Por qué votaron No en junio? Lejos de querer despegarse de la UE –Irlanda es un país de profunda raíz europeísta–, los irlandeses se mostraron reacios a entregar a los organismos de la Unión la última palabra en asuntos internos, como el derecho a la vida o la defensa de la familia. Las posibles ingerencias de la Unión –y de los grupos de presión que operan en ella– en la legislación nacional irlandesa, que prohíbe explícitamente el aborto, era un temor fundado que les llevó, entre otros motivos, a no refrendar el Tratado.
 
Y decimos que era un temor fundado porque el mismísimo Tribunal Constitucional alemán, uno de los más prestigiosos de Europa, reconoció en una Sentencia del 30 de junio, que el texto de Lisboa podía abrir las puertas, y de hecho las abre, a peligrosas ingerencias de la Unión en las legislaciones nacionales. Ingerencias que afectan, dice la Sentencia, «al derecho familiar, a la libertad religiosa, a la libertad de opinión y a lo referente a lo trascendente en la vida pública, en particular a las convicciones y cosmovisiones enraizadas en las tradiciones». Por lo cual, el Tribunal asegura que el Parlamento de Berlín habrá de controlar los actos legislativos de la UE.
 
Con estos antecedentes, se impone la tercera pregunta: ¿Qué es el Tratado de Lisboa? Quizá el lector recuerde el disgusto que se llevaron los líderes europeos cuando, en 2005, Francia y Holanda votaron en contra de la Constitución europea. El texto constitucional tenía que haber sido aprobado por todos los Estados miembros para que entrase en vigor, y por tanto, una vez que la Carta Magna quedó desactivada por dos de sus principales promotores –el redactor de la Constitución fue el ex presidente francés y masón reconocido Valerie Giscard d’Estaing–, los líderes del Viejo continente decidieron redactar el Tratado de Lisboa, en el que se mantienen las líneas generales de la Constitución, aunque introduce algunos cambios sobre el funcionamiento de la UE. Por ejemplo, el sistema de votaciones, la elección de un presidente durante dos años (actualmente se da una presidencia de seis meses, que rota entre los Estados miembros) y el nombramiento de un super ministro de Exteriores.
 
Así, los irlandeses votan un remedo de la Constitución, presentado de forma más farragosa y enfocado a cuestiones técnicas, que dice lo mismo con otras palabras, según han reconocido el presidente español, Rodríguez Zapatero, los ministros de Exteriores de Bélgica e Irlanda y el propio Giscard d’Estaing, entre otros. Mañana, sin embargo, se vota mucho más en las urnas irlandesas.
 
Según don José Luis Orella, Director del departamento de Historia y Pensamiento en la Universidad CEU San Pablo, de Madrid, «lo que nos jugamos con la votación de Irlanda es la potestad de Europa para imponer legislaciones que van contra la moral de los Estados. Irlanda le ha dicho a la UE que en determinados aspectos prima esa especie de soberanía moral de su nación, principalmente católica. Hay temas como el derecho a la vida o los derechos de las minorías en los que la Unión es claramente laicista, pro aborto, favorable a los matrimonios entre homosexuales y a que los gays puedan adoptar niños. Irlanda ha levantado la voz, y muchos países, sobre todo de la Europa del Este, se han sentido respaldados por su firmeza y por su lección de democracia, porque ha sido el único país que ha sometido el Tratado a referéndum».
 
Don Florentino Portero, analista geopolítico y miembro del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), añade que, «en Irlanda, se vota si avanzar todos juntos hacia la unidad o si se rompe la cohesión, se imponen los ritmos nacionales y se propicia una Europa de dos velocidades». Portero explica que «Irlanda se ha plantado porque, igual que otros países, como Chequia, se ha dado cuenta de que, con el nuevo sistema que impone el Tratado, sus ciudadanos se convierten en un casi nada dentro de la UE, y pueden quedar arrollados por países más grandes o por grupos parlamentarios alejados de sus valores morales. Un socialista irlandés, que muy probablemente esté contra el aborto, puede verse abrumado por el Grupo Socialista Europeo, que es un think tank del laicismo e intenta imponer en la Unión su visión relativista y contraria al derecho a la vida. Y ante eso, Irlanda se ha plantado».
 
Sin embargo, que Irlanda no haya aceptado la apisonadora europea y haya planteado un cambio en las reglas del juego puede ser una mera anécdota si se queda en el No aislado al referéndum. En palabras de Orella, «a Irlanda no le interesa ser la reserva rara de Europa, como la minoría católica discordante. Es verdad que, al ser un país muy dependiente de las subvenciones agrarias, sus ciudadanos temen los chantajes del tipo: O aceptas estas medidas laicistas, o no te damos dinero. Eso ha ocurrido en Polonia, a pesar de ser un país con 40 millones de habitantes. Lo que le interesa a Irlanda es articular una fuerza política transversal, que defienda los valores morales en Europa y que pueda compartir con los católicos lituanos o polacos, los ortodoxos griegos, los calvinistas holandeses, los luteranos daneses e incluso con los pocos diputados españoles que defienden abiertamente sus valores católicos. Y eso sólo pueden hacerlo dentro de la UE, no fuera».
 
Quizá por lo mismo que dice Orella, los obispos irlandeses han defendido que se puede ratificar este Tratado con un Sí. Entre otras cosas, porque tras el No de junio, se consiguió blindar la autonomía legal irlandesa frente a las ingerencias europeas. «El Tratado de Lisboa no altera la posición legal del aborto en Irlanda. Esto se ha asegurado con medidas legales, que se convertirán en protocolos», ha dicho la Conferencia Episcopal Irlandesa. Los obispos han añadido que «es necesario que los cristianos no estén ausentes de la fábrica de la Europa del mañana», y han solicitado a los representantes europeos que «promuevan y aseguren el respeto a los valores sobre los que se han construido la civilización y la cultura europeas, como el derecho a la vida y la protección a los débiles».  
 
Empero, la Iglesia no ha pecado de ingenuidad ante las presiones que los lobbies laicistas han llevado a cabo en países como Letonia o Lituania, y por eso monseñor Treanor, representante de Irlanda en la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, aseguró hace unos días que, «por la influencia de la ideología secular, las fuerzas culturales que atentan contra una ética consistente de la vida, o por las preocupaciones sobre el estatus del matrimonio y de la familia, el ideal de la participación invita a los cristianos a comprometerse con los representantes y las instituciones democráticas».
 
Don Florentino Portero señala un matiz importante, que en palabras de los euroescépticos se resume en la pregunta: ¿Es democrática la UE? Dado que al nuevo presidente de la UE no lo votaremos los ciudadanos, sino los grupos parlamentarios, o que el Tratado de Lisboa no ha sido sometido a referéndum más que en Irlanda, muchos podrían pensar que no. Portero asegura que «llevamos 30 años debatiendo si Europa debe ser o no un Estado, y aún no sabemos qué Europa queremos. Hay países que quieren conservar su identidad, y otros que quieren ser sólo europeos. Para algunos, la UE no es una utopía de unidad, sino una entidad antidemocrática donde se quedan al margen. En última instancia, todo esto tiene que ver con el relativismo, que ha empapado las estructuras europeas. El debate real es si existen unos valores que hay que defender, o si no existen y sólo avanzamos movidos por el consenso, que es el modelo zapateril». Y avisa: «Europa está profundamente dividida y no hay salida a corto plazo. Hemos de responder si existe una Europa con sus propios valores, o si sólo somos una entidad política fruto del consenso y vacía de valores. La democracia como forma de vida y defensa de la libertad está siendo sustituida por una democracia entendida como un mero sistema de elección política. Irlanda, al decir que sus valores están por encima de las mayorías, porque sus valores son los que han construido Europa, ha marcado un camino que, si se suprime, puede acabar con la misma Europa».