(ReL) Siguiendo las catequesis sobre los Padres de la Iglesia, el Papa dedicó la de este miércoles, en la audiencia general, a uno de los padres más importantes de la historia, San Gregorio Magno, quien además fue obispo de Roma del año 590 al 604. Benedicto XVI no dudó en afirmar que "¡Gregorio fue verdaderamente un gran Papa y un gran Doctor de la Iglesia!. Nació en Roma, en torno al año 540, de una rica familia patricia de la gens Anicia, que se distinguía no sólo por la nobleza de sangre, sino también por el apego a la fe cristiana y por los servicios prestados a la Sede Apostólica". El Santo Padre recordó que "Gregorio ingresó pronto en la carrera administrativa, que había seguido también su padre, y en 572 alcanzó la cima, convirtiéndose en prefecto de la ciudad". En el desarrollo de ese trabajo, aseguró el Papa Ratzinger "se desarrolló en él un profundo sentido del orden y de la disciplina: cuando se convirtió en Papa, sugerirá a los obispos que tomen como modelo en la gestión de los asuntos eclesiásticos la diligencia y el respeto de las leyes propias de los funcionarios civiles." Mas aquella vida no le satisfacía y "decidió dejar todo cargo civil para retirarse en su casa y comenzar la vida de monje, transformando la casa de familia en el monasterio de San Andrés al Celio". Fue elegido Papa contra su voluntad. Cuando la peste causó estragos en Italia y en la propia Roma, una de sus víctimas fue el Papa Pelagio II. Entonces, aseguró Benedicto XVI "el clero, el pueblo y el senado fueron unánimes en elegir como su sucesor en la Sede de Pedro precisamente a él, a Gregorio. Intentó resistirse, incluso buscando la fuga, pero todo fue inútil: al final tuvo que ceder. Era el año 590." Durante su pontificado, Gregorio Magno "se preocupó de la conversión de los jóvenes pueblos y de la nueva organización civil de Europa: los Visigodos de España, los Francos, los Sajones, los inmigrantes en Bretaña y los Longobardos fueron los destinatarios privilegiados de su misión evangelizadora". Italia estaba asistiendo al conflicto de "la cuestión longobarda. A ella dedicó el Papa toda energía posible con vistas a una solución verdaderamente pacificadora". "Para obtener una paz efectiva" dijo Benedicto XVI, el verdadero pacificador que era San Gregorio, emprendió "una estrecha negociación con el rey longobardo Agilulfo. Tal conversación llevó a un período de tregua que duró unos tres años (598 - 601), tras los cuales fue posible estipular en 603 un armisticio más estable". En su empeño fue decisiva la ayuda de "la reina Teodolinda, que era una princesa bávara y, a diferencia de los jefes de los otros pueblos germanos, era católica, profundamente católica. Se conserva una serie de cartas del Papa Gregorio a esta reina, en las que él muestra su estima y su amistad hacia aquella. Teodolinda consiguió, poco a poco, orientar al rey hacia el catolicismo, preparando así el camino a la paz". La "vicisitud de esta reina", tal y como afirmó el Papa Benedicto, "constituye un bello testimonio sobre la importancia de las mujeres en la historia de la Iglesia". Benedicto explicó a su audiencia que "junto a la acción meramente espiritual y pastoral, el Papa Gregorio fue activo protagonista también de una multiforme actividad social. Con las rentas del conspicuo patrimonio que la Sede romana poseía en Italia, especialmente en Sicilia, compró y distribuyó trigo, socorrió a quien se encontraba en necesidad, ayudó a sacerdotes, monjes y monjas que vivían en la indigencia, pagó rescates de ciudadanos que habían caído prisioneros de los Longobardos, adquirió armisticios y treguas. Además desarrolló tanto en Roma como en otras partes de Italia una atenta obra de reordenamiento administrativo, impartiendo instrucciones precisas para que los bienes de la Iglesia, útiles a su subsistencia y a su obra evangelizadora en el mundo, se gestionaran con absoluta rectitud y según las reglas de la justicia y de la misericordia". Claro defensor de los derechos de todos sus fieles, San Gregorio Magno "exigía que los colonos fueran protegidos de los abusos de los concesionarios de las tierras de propiedad de la Iglesia y, en caso de fraude, que fueran resarcidos con prontitud, para que no se contaminara con beneficios deshonestos el rostro de la Esposa de Cristo". Toda esa tarea la desarrolló a pesar de su débil salud, que se había debilitado por "los ayunos ayunos que había practicado en los años de la vida monástica" y que, tal y como aseguró Benedicto XVI "le habían ocasionado serios trastornos digestivos". El Papa terminó su catequesis recordando que "a pesar de las dificilísimas condiciones en las que tuvo que actuar", Gregorio Magno "consiguió conquistar, gracias a la santidad de vida y a la rica humanidad, la confianza de los fieles, logrando para su tiempo y para el futuro resultados verdaderamente grandiosos". Fue, según Benedicto XVI, "un hombre inmerso en Dios: el deseo de Dios estaba siempre vivo en el fondo de su alma y precisamente por esto estaba siempre muy cerca del prójimo, de las necesidades de la gente de su época. En un tiempo desastroso, más aún, desesperado, supo crear paz y esperanza. Este hombre de Dios nos muestra las verdaderas fuentes de la paz, de dónde viene la esperanza, y se convierte así en una guía también para nosotros hoy."