(Juan L. Vázquez/Alfa y Omega) Lo dijo el Papa Juan Pablo II al visitar el país en mayo de 1997, hace ahora once años: «Líbano es más que un país, es un mensaje para el mundo». Hoy, este mensaje se confunde entre enfrentamientos, odios y divisiones, y la paz parece un deseo fuera de lugar, tan lejana como el exilio al que muchos libaneses se han visto empujados durante años «La tierra está en duelo, languidece; el Líbano está ajado y mustio»: nunca como hoy parece tan acertada esta profecía de Isaías que recoge la Sagrada Escritura. El país del cedro, famoso en la antigüedad por la belleza de sus bosques y la calidad de sus maderas, es hoy una nación cansada, que mira hacia atrás y sólo percibe el humo de las bombas y el sonido de los disparos. El último episodio del conflicto que desangra al Líbano desde hace décadas se vivió hace apenas dos semanas, cuando, en medio del vacío presidencial que está debilitando al país desde el pasado noviembre, el Gobierno decidió desmantelar la red de comunicaciones de Hezbolá, verdadero foco de poder en la sombra. Y es que la organización chií es un verdadero Estado dentro del Estado, con su propio ejército y un gran predicamento entre la población civil por su labor social de apoyo a los más desfavorecidos -no en vano, Hezbolá está financiada por Siria e Irán-. Las consecuencias no se hicieron esperar; milicianos armados se desplegaron por toda la ciudad de Beirut, cerraron la emisora de televisión del Gobierno y demostraron quién es realmente quien manda en el país. El resultado: varias decenas de muertos y cientos de heridos. Más sangre, una vez más. Líbano es un auténtico puzzle, y no es posible componerlo sin conocer hasta qué punto la religión está implicada en la vida civil. La religión mayoritaria es el Islam (donde la mayoría son chiíes), pero existe un importante grupo cristiano -compuesto por maronitas, ortodoxos y una minoría de católicos- y druso. Paradójicamente, de los estragos de los últimos disturbios se han visto librados los cristianos, porque el maronita Michel Aoun, líder del Movimiento Patriótico Libre, está junto a los chiíes de Hezbolá y en contra del actual Gobierno. Los barrios cristianos han quedado al margen de las batallas, pero todo este sistema de alianzas ha aumentado la división en el mismo seno de los cristianos: unos están con él, mientras que otros están con el Gobierno. Para dar salida a esta situación, y para llamar la atención de la comunidad internacional sobre la situación del Líbano, el Patriarca de los cristianos maronitas, el cardenal Nasrallah Sfeir, está realizando una gira internacional por distintos países. Ya se ha reunido con el Presidente de Estados Unidos, George Bush, y con el Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon, y tiene previsto visitar España en unos días. Y es que, en Líbano, política y religión están muy imbricadas. Los religiosos hacen política, y los políticos hablan de religión. Es algo que está presente en todas partes. La religión de cada cual queda registrada hasta en el carnet de identidad. Es muy difícil vivir así Pero el dato más llamativo es que la mayoría de los libaneses vive en el extranjero; hay más libaneses viviendo fuera que dentro. Y es que a los periódicos derramamientos de sangre que sufre el país se suma una imparable sangría demográfica. Los que más sufren este exilio son los cristianos. Se calcula que más de la mitad de los emigrantes son cristianos. Nayla es una de ellos. Esta mujer libanesa, que lleva diez años viviendo en España después de haber pasado por otros países, afirma hoy que, «en 1943, el año de nuestra independencia, los cristianos maronitas eran mayoría en el Líbano, pero la mayor parte de los que han emigrado son cristianos. ¿Por qué? Imagínate viviendo en un entorno musulmán radical, con Siria a un lado, con la guerra con Israel, con muchos palestinos llegando cada vez en mayor número a Líbano... Es muy difícil vivir así. Por eso, el cristiano, que es más europeo, puede emigrar a cualquier país del mundo; así, cuando ve que el integrismo aumenta, entonces se marcha, porque entre suníes y chiíes, y con tanta violencia, los cristianos nos encontramos como perdidos. Muchísimos cristianos están dejando el país desde hace años. Sólo quedan las personas que no pueden salir, los que no tienen cultura, los mayores..., y un país no se construye de este modo. Hablo con cualquier persona por Internet, y su único deseo es irse lo antes posible. Hablan de irse a Australia, a Estados Unidos, a Canadá...» Sin embargo, la esperanza y la fe nunca se pierden. Dice Nayla que, aun así, «los cristianos en el exilio no perdemos nuestra fe. Hay iglesias maronitas en muchos países del mundo, y hay reuniones de cristianos libaneses, que en el extranjero nos mezclamos unos con otros. No hay las divisiones que existen dentro del Líbano». Quizá por eso resuene con mayor fuerza esa otra profecía de Isaías: «¿Acaso no falta sólo un poco para que el Líbano se convierta en vergel, y el vergel se considere una selva?» Ojalá sea así. Dios lo quiera.