El 3 de diciembre pasado, María Jorgelina Vezzoni, “Coqui” para su familia y amigos, estaba sentada en un pasillo del sanatorio Allende del Cerro de las Rosas (ciudad de Córdoba, Argentina) en compañía de su cuñado.
Coqui esperaba poder ver a su hijita, de 1 año de edad, que estaba internada en la terapia intensiva con un severo cuadro de deshidratación.
Preocupada por su beba, comenzó a sentirse mal. Y para sorpresa y alarma del cuñado que la acompañaba y de otras personas que estaban en el mismo pasillo del sanatorio, se desplomó. Cayó al piso y no reaccionó más.
La historia clínica y los testimonios recogidos son categóricos. Algunos a los gritos y otros con menos enjundia, todos los presentes comenzaron a pedir auxilio. Las primeras enfermeras que la asistieron allí mismo, en el piso, comprobaron que no respiraba ni tenía pulso. Y de inmediato comenzaron a hacerle maniobras de resucitación. En el informe médico se lee: “Paro cardiorrespiratorio reanimado”.
Fue como una “muerte súbita”, recordó con dolor Silvina, la hermana de Coqui que habló con este diario. Y mostró de nuevo la documentación médica: “De manera súbita y sin mediar síntomas ni pródromos comenzó con estado de rigidez, con paro cardiorrespiratorio”.
Recién tras 15 minutos de reanimación, el cuerpo de Coqui tuvo pulso. Pero sin ningún otro signo vital y sólo por tres minutos.
Retomaron las maniobras y tras media hora volvió el pulso.
“Se puede decir que estuve muerta durante todo ese tiempo”, le dijo Coqui a este diario, en una reiteración de la primicia que difundió el programa Noticias 965 que Daniel Alassia conduce en radio Suquía.
Durante toda esa larguísima media hora de maniobras de resucitación, Marcos Sequeira, el cuñado de Coqui que la acompañaba, no paró de rezarle “a viva voz” al Cura Brochero.
Devoto del beato cordobés, Sequeira permaneció arrodillado en el piso y repitió una y otra vez: “Brochero, no podés dejar que se muera... Tiene a su hijita internada... Por favor, salvala”.
Tras el indicio de recuperación, el pulso se mantuvo y –como escribieron los médicos– “se objetivó” presión sanguínea. Pero sin reacción neurológica. Quedó en estado de coma, bajo “protocolo de protección cerebral”, dice el informe, con sus extremidades “tendiendo a la rigidez”, lo que constituía un mal síntoma.
Permaneció 72 horas sin respuesta cerebral. Incluso comenzaron con el protocolo para una eventual ablación de sus órganos.
“Vivimos eso de manera muy dramática –recordó la hermana de Coqui–. Mientras rezábamos, decidimos aceptar que se donaran sus órganos, e incluso supimos que hubo contactos e intercambio de información con el Incucai. Pero, según nos explicaron, en una de las observaciones previas, una neuróloga percibió cierta sensibilidad en los pies de mi hermana, como un ‘hilo de vida’ que impidió avanzar hacia un final que hubiera sido nefasto”.
Silvina recordó: “Nunca dejamos de rezarle al Cura Brochero, porque sabíamos, además, que Coqui siempre había sido devota”.
Sin una determinación contundente, desde ese momento, la paciente comenzó a evolucionar.
El 10 de diciembre le hicieron una traqueotomía y le quitaron el respirador. Ese día le informaron a los familiares que, si había una recuperación, posiblemente Coqui despertaría muda, sin poder hablar o con una disfonía crónica porque al entubarla le habían dañado la cuerda vocal derecha.
Sin embargo, para sorpresa de todos, el 15 de diciembre hubo una reacción y hasta esbozó unas palabras. El 18 de diciembre, ante el asombro de médicos y enfermeras, Coqui salió caminando de la terapia intensiva para pasar a una sala común.
“El 24 de diciembre, cuando todos se preparaban para celebrar la Navidad, la recibimos en casa, y el primer día de este año regresó a la suya. ¿Un milagro, no?”, dijo Silvina.
Por sugerencia de un conocido, la familia pidió un informe médico de lo que había ocurrido, algo así como una copia de la historia clínica.
Enriquecieron eso con un relato pormenorizado de lo que habían vivido internamente, y enviaron todo a monseñor Santiago Olivera, obispo de Cruz del Eje, uno de los promotores de la causa de canonización de Brochero.
Hoy, en la casa de calle Boyle, que le alquilan al famoso brocheriano Carlos Di Fulvio, Coqui y su hijita Florencia llevan una vida completamente normal.
“No tengo dudas de que fue Brochero el que me salvó la vida. Durante el tiempo que estuve ‘muerta’ y en todos esos días que pasé inconsciente, yo sentí la presencia de Dios, de Brochero y de mi mamá fallecida. A cada momento sé que el Curita me está cuidando. No tengo muchas palabras para explicarlo, pero lo siento así”, dijo Coqui.
Como hacía antes de que le ocurriera esta prueba, cada vez que sale de su hogar rumbo al trabajo, Coqui mira la imagen del beato cordobés que atesora en un altarcito casero, y con mucha fe le pide: “Brocherito: cuidanos durante todo el día para que podamos ser buenos”.