(José R. Navarro/La Razón) Vittorio Messori ha viajado esta semana a España para presentar su libro «Hipótesis sobre María» (Ed. Libros Libres). Enamorado de ese carácter extremo ibérico que se refleja hasta en la santidad -con esos «grandes santos pero que dan un poco de miedo», afirma- , el periodista italiano es un observador privilegiado de los dos últimos pontificados. No en vano fue el primero en escribir un libro- entrevista con Juan Pablo II, y antes había hecho algo similar con el entonces cardenal Ratzinger. Con palabras afables y contundentes, Messori analiza para La Razón algunas claves de la Iglesia actual.
-Hay una continuidad en la medida de que la verdadera mente teológica de Juan Pablo II era Ratzinger. Pero ciertamente hay una diferencia de estilo y de temperamento. No debemos olvidar que el joven Karol Wojtyla dudó entre entrar en el seminario o hacerse actor. Era un hombre, dicho en el mejor sentido, de espectáculo, que amaba las masas. Era un suceso mediático. Ratzinger, en cambio, tiene un temperamento de profesor, muy reservado. Es bien distinto a lo que de él se decía que era el «policía de la Iglesia» o el «Gran Inquisidor». Yo pienso que siendo prefecto de Doctrina de la Fe tendría que haber intervenido más, pero no lo hacía, un poco por timidez y porque es extremadamente respetuoso con los otros. Una vez, me dijo: «Para mí, como profesor de teología, en el fondo es una tragedia controlar y amonestar a mis colegas».
-Ratzinger, más que Wojtyla, está tratando de cerrar, con mucha prudencia, la fase del postconcilio salvaje. Como en el caso del indulto a la misa de San Pío V. Yo creo que su próxima apuesta será una llamada a que los altares sean girados de nuevo. Detrás de esta inversión de los altares hay una teología. Porque el sacerdote que mira al pueblo parece muy bonito, muy políticamente correcto, pero en realidad transforma la misa en un reunión de amigos, donde el cura es uno más en la presidencia. Mientras que el sacerdote que mira a Oriente, que mira a Cristo, es el pastor que guía a la grey hacia la salvación. Ratzinger esta tratando de hacer estas cosas hacia las que Juan Pablo II era menos sensible. A pesar de la edad está trabajado con mucha prudencia y dedicando mucho tiempo. Naturalmente todos queremos que Dios le conceda tiempo. En la política vaticana se está moviendo con una estrategia precisa, muy decidida, pero al mismo tiempo muy respetuosa, muy lenta.
-(Sonríe) La elección no la hacemos nosotros, la hace el Espíritu...
-Desde una perspectiva de fe, en el cónclave, quien tira de los hilos y decide es el Paráclito, el Espíritu Santo. Desde esta perspectiva cada Papa es el necesario para el momento. Pero es cierto que como hombres podemos valorarlo. Cuando fue elegido yo estaba convencido de que el suceso mediático, en comparación con Wojtyla, se iba a venir a abajo. Lo pensaba porque le conozco. Es un hombre bueno, muy culto, es verdaderamente un hombre de Dios, pero sabía que no era un hombre espectacular. Pero ha sucedido lo contrario. El índice de popularidad de Ratzinger me ha sorprendido. Si desde el punto de vista humano nos preguntamos si es el Papa justo, yo diría que sí, por ese instinto que tiene la gente, que en la teología se llama «sensus fidei». La gente ha comprendido que más allá de la leyenda negra que se le había atribuido, que detrás de este profesor amable, de este hombre tímido que mide las palabras, hay un hombre bueno, sincero, un hombre que dice las cosas de las que está convencido. La gente entiende que es un hombre que no te engaña, que cree en todo lo que dice. Es un hombre que no es cristiano porque sea ignorante; es un profesor.
-Todos los ideólogos, de derechas o de izquierdas, tienen un esquema y quedan muy desilusionados cuando no se respeta. El esquema de la izquierda era el del «Gran inquisidor» o el antisemita. Ratzinger les ha desilusionado porque no entra en él. No es el dogmático, es una persona de diálogo verdadero que, con mucha delicadeza pero con mucha fuerza, expone su pensamiento pero no lo quiere imponer a nadie. Pero esas críticas son más propias de España, en Italia es distinto. Allí, ni en los partidos de extrema izquierda existe un anticlericalismo a lo Zapatero. El anticlericalismo «comecuras» a la española en Italia es muy raro.
-Algunos lo admiran secretamente pero no osan hacerlo público. Este anticlericalismo quita votos. Yo en el zapaterismo veo mucho provincianismo. Aparece un complejo de inferioridad hispánico. España, junto a Rusia, son los extremos de Europa, han sido la periferia geográfica e históricamente. Por ello España siempre ha tratado de ser más Europea que los europeos. Así, lo políticamente correcto, que es la ideología de Occidente, aquí se radicaliza porque se quiere ser más europeo que en Europa. Zapatero, pobrecito, ha oído ciertas cosas de la cultura europea, y en ese complejo de inferioridad, quiere ser superior a los maestros. Se inspira en el laicismo francés del XIX y lo radicaliza. Y hoy es un anacronismo. Los inventores del laicismo francés se avergonzarían de lo que está haciendo Zapatero.
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Vittorio Messori (Sassuolo, 1941) nació en una familia «muy anticlerical». Su formación en Turín siguió esta línea. Cuando preparaba su tesis doctoral junto al filósofo agnóstico Norberto Bobbio, en la lectura del Evangelio encontró esa verdad «que buscaba, como todos los jóvenes». Su conversión le costó ser «desheredado» por sus profesores. Cuando su madre descubrió que iba a misa llamó al médico para decirle: «Doctor, mi hijo tiene una fuerte crisis nerviosa, va a misa a escondidas». Confiesa que todos los libros que ha escrito son para «tratar de confirmar que creer es razonable. Yo venía de una formación muy racionalista y necesitaba confirmar que esa verdad que había intuido en el Evangelio no era una ilusión». De ahí el éxito de sus libros, «porque son honestos, están hechos sobre todo para mí».