(ZENIT.org) No se penetra en el corazón de Dios con razonamientos, sino con la experiencia del amor, afirmó este miércoles Benedicto XVI. En la audiencia general, el Papa presentó la figura de un teólogo del siglo VI, conocido como el pseudónimo de Dionisio Areopagita, primer gran teólogo místico, quien tuvo el mérito de purificar el pensamiento griego a la luz del Evangelio, encarnando un auténtico espíritu de diálogo, válido todavía hoy para las relaciones entre el cristianismo y las religiones asiáticas. Ya en la elección del pseudónimo --Dionisio, según los Hechos de los Apóstoles, era el miembro del Areópago de Atenas que se convirtió gracias a la predicación de san Pablo--, se revela su deseo de promover «el encuentro entre la cultura y la inteligencia griega con el anuncio de Cristo». Dionisio Areopagita se sirvió del «pensamiento neoplatónico», «profundamente anticristiano», para mostrar la verdad de Cristo, transformando así la imagen politeísta del universo «en la armonía del cosmos de Dios, donde todas as fuerzas son alabanza de Dios», «una alabanza cósmica». Para el Pseudo-Dionisio «toda la creación habla de Dios y es un elogio de Dios». Por este motivo, «Dios se encuentra sobre todo alabándolo, no sólo reflexionando; y la liturgia no es algo construido por nosotros, algo inventado para hacer una experiencia religiosa durante un cierto período de tiempo; consiste en cantar con el coro de las criaturas y en entrar en la misma realidad cósmica». Según este discípulo de san Pablo, añadió el Papa, «no se puede hablar de Dios de manera abstracta; hablar de Dios es siempre --lo dice con la palabra griega--, un "hymnein", un elevar himnos para Dios con el gran canto de las criaturas, que se refleja y concreta en la alabanza litúrgica». Por este motivo, explicó Benedicto XVI, se puede decir que creó «la primera gran teología mística». Es más con él la palabra «mística» adquiere una acepción «más personal, más íntima»: «expresa el camino del alma hacia Dios». El teólogo del siglo VI nos enseña que «los conceptos más elevados sobre Dios no llegan nunca hasta su auténtica grandeza; son siempre impropios», pues «Dios está por encima de todos los conceptos». «En la sencillez de las imágenes, encontramos más verdad que en los grandes conceptos --siguió diciendo--. El rostro de Dios es nuestra incapacidad para expresar realmente lo que es». De este modo habla de una «teología negativa»: «es más fácil decir lo que no es Dios, que expresar lo que es realmente». «Sólo a través de estas imágenes podemos adivinar su verdadero rostro y, por otra parte, este rostro de Dios es muy concreto: es Jesucristo», de hecho, «el camino hacia Dios es Dios mismo, el cual se hace cercano a nosotros en Jesucristo». «Al final el amor ve más que la razón. Donde está la luz del amor las tinieblas de la razón se desvanecen; el amor ve, el amor es un ojo y la experiencia nos da mucho más que la reflexión. Buenaventura vio en san Francisco lo que significa esta experiencia: es la experiencia de un camino muy humilde, muy realista, día tras día, es caminar con Cristo, aceptando su cruz». De este modo, la figura de Dionisio Areopagita adquiere una gran actualidad, pues «se presenta como un gran mediador en el diálogo moderno entre el cristianismo y las teologías místicas de Asia, cuya característica está en la convicción de que no se puede decir quién es Dios». Según esta visión, «de Él sólo se puede hablar con formas negativas; de Dios sólo se puede hablar con el "no", y sólo es posible alcanzarle si se entra en esta experiencia del "no"». El gran teólogo místico «puede ser hoy un mediador como lo fue entre el espíritu griego y el Evangelio». «Cuando uno encuentra la luz de la verdad, se da cuenta de que es una luz para todos; desaparecen las polémicas y es posible entenderse mutuamente o al menos hablar el uno con el otro, acercarse», afirmó el Papa al concluir su meditación «El camino del diálogo consiste precisamente en estar cerca de Dios en Cristo, en la profundidad del encuentro con Él, en la experiencia de la verdad, que nos abre a la luz y nos ayuda a salir al encuentro de los demás: la luz de la verdad, la luz del amor». «Al fin y al cabo nos dice: tomad el camino de la experiencia, de la experiencia humilde de la fe, cada día. Entonces, el corazón se hace grande y puede ver e iluminar también la razón para que vea la belleza de Dios».