«Vivía en la calle Preciados y frecuentaba la noche. Me encantaba estar en ese ambiente de los que fumaban porros, las prostitutas, los borrachos, serenos; iba por los bares de la calle Montera y de Fuencarral, donde estaban los gays y lesbianas; tenía una vida sexual muy activa y me quedé embarazada a los 17», comenta Elsa, originaria de La Rioja.
«Iba a la iglesia del Carmen a llorar esta doble vida porque dentro sentía como una agonía», asegura. Querer sacar a su hijo adelante fue lo que la impulsó a aceptar llevar un paquete con droga a Canarias, por lo que le ofrecían una gran cantidad de dinero. La Policía la detuvo y estuvo tres años presa en la antigua cárcel de Yeserías. «Fue una experiencia maravillosa. Se sufre mucho en la cárcel, pero en el sufrimiento he llegado al entendimiento», indica con sabiduría. Cuando le dieron la ficha de salida la rompió y dejó la prisión a los dos meses. «No quería salir por lo mal que me había tratado mi familia en las visitas», confiesa.
Un encuentro carismático
Una vez fuera de la cárcel participó de un encuentro de la Confraternidad Carcelaria de España al que iba a asistir monseñor Milingo, aunque finalmente fue presidido por el entonces obispo auxiliar de Madrid, Javier Martínez. «El primer día, varios presos salieron a dar testimonio y sentí una fuerza que me impulsó a ir frente al micrófono», señala. Allí, la directora de Confraternidad Carcelaria, Carmen Rubio, le invitó a la adoración nocturna de los viernes en la calle Fomento, 13, donde empezó a ir. Jesús había puesto su semilla, pero el ambiente del piso de acogida donde residía entonces no la ayudó a desarrollar su espiritualidad. «Comencé a consumir cocaína y cada vez aumentaba las dosis. Me salvó la llamada de mi hijo que estaba en La Rioja. Me dijo que vendría a Madrid y entonces automáticamente dejé de consumir», explica.
Un mes después del encuentro participó en la Asamblea Nacional de la Renovación Carismática Católica. Un preso le pidió que lo acompañara a la «intercesión». Ella no sabía de qué se trataba, pero vio que los demás extendían sus manos mientras oraban por él. Entonces ella también quiso que oraran por ella. «El Señor me dice que vas a ser luz para mucha gente, pero espera a la persona que te va a liberar», le señalaron. Llegó la hora de la adoración y sintió un gran desasosiego. Apareció Carmen Rubio, quien «me agarró fuertemente del brazo y me dijo que el Señor me pregunta que cuánto llevas sin confesarte . Intenté que me dejara en paz, pero ella seguía agarrándome fuertemente». Elsa vio su vida pasar como un flash por su mente. Hacía ocho años que no se confesaba. En ese instante divisó a un sacerdote y no lo dudó.
Después fue ante el Santísimo: «Sentí una fuerza tremenda, como un fuego; me desplomé con una congoja llena de alegría que no he vuelto a experimentar. Vi lo que yo era, me encontré con el Señor, empezaron a cantar Cristo rompe las cadenas », prosigue.
Borrachera mental
En la eucaristía hubo varias curaciones. «Yo creí que estaban todos comprados -dice en referencia a los que levantaban la mano para decir que habían sido sanados- y de repente el padre Robert de Grandis afirmó con fuerza: El Señor me dice que quienes sientan como una borrachera mental estarán empezando a amar la eucaristía , y una fuerza me hizo levantar el brazo», continúa. «Ya no era la misma, el Señor me había transformado».«Entonces me di cuenta de que mi vocación y el Señor habían estado siempre. Pero pensaba que no podía ser monja por mi hijo. Sin embargo, a cada monasterio que entraba por curiosidad me decían que había una madre monja, y en el de Cañas de La Rioja me señalaron que existía una abuela que tenía siete nietos. Además los libros de espiritualidad que me encontraba era de santas que habían sido madres», añade. El hijo de Elsa, ya con 18 años, ingresó en el Ejército, y entonces se sintió libre de responsabilidades para entrar al convento.
Ahora es una monja dicharachera que vive haciendo reír a los demás. «A mis compañeras del convento las pincho para que tengan de qué confesarse», narra divertida. Es parte de su carácter. «Cuando era niña me comía las hostias que había en las ofrendas para obligarle al cura a abrir el sagrario, porque me decían que ahí estaba Cristo», ríe a carcajadas. Ahora ya es feliz.