(Nicolás de Cárdenas /ReL) La estepa lo cubre todo. Pero en Tayikistán, un centenar de católicos viven su fe con la ayuda del sacerdote argentino Carlos Ávila, máximo responsable de la misión
sui iuris (la mínima representación oficial existente dentro de la Iglesia y que implica que esa unidad terrirtorial depende directamente del Papa) que también hace las veces de párroco en el templo dedicado a san José en Dushanbé, la capital. También cuentan con otros tres sacerdotes y cuatro misioneras del Instituto del Verbo Encarnado, a quien Juan Pablo II encomendó la misión sui iuris. El otro vestigio de vida católica organizada es una pequeña comunidad de Misioneras de la Caridad (tres, para ser más exactos). Ni diócesis, ni obispo, por mor de la especial característica de la misión
sui iuris. Estos católicos con descendientes de alemanes deportados por las autoridades comunistas antes de que Tayikistán lograra la independencia en 1991. Son pocos, pero se dejan notar en la medida de susposibilidades. Las seguidoras de santa Teresa de Calcuta atienden un comedor para pobres, en el que ofrecen cien platos de comida caliente al día, como si fuera una oración hecha pan por cada uno de los católicos que allí habitan.
Vocaciones Y las oraciones surgen su efecto.
En los último 15 años, hasta seis vocaciones se han materializado en estas pequeñas comunidades. Un éxito notable, si se tiene en cuenta las circunstancias. Los cuatro hombres y las dos mujeres que han consolidado su respuesta a la vocación divina se encuentran estudiando en los seminarios y noviciados del Instituto del Verbo Encarnado en Roma.
Ayuda a la Iglesia Necesitada, consciente de las necesidades de estas comunidades, se ha fijado en el trabajo de las cuatro religiosas de las Siervas del Señor y de la Virgen de Matará, rama femenina del Instituto del Verbo Encarnado en la parroquia de san José y le dedica parte de su campaña de verano, junto a la vecina Kazajjistán. (Para más información y donativos: 917259212)