(Altagracia Domínguez/ReL) Podríamos preguntarnos si tanta «reunionitis» se traduce después en una acción eficaz, en una práctica. La vida no se construye con sueños, aunque se nutra de ellos, sino con actos concretos. La reunión, qué duda cabe, es un buen instrumento de trabajo. Su objetivo es programar y organizar, pero no debe convertirse en una obsesión, en un ídolo, en el puro placer de reunirse. Hay quien piensa que el objetivo de la reunión es la misma reunión. En el ámbito eclesial sucede que la reuniones proliferan: congresos, comités, seminarios de estudio, encuentros. Estamos en la era de los encuentros, nos sobran sillas y nos falta diligencia y construcción. Pérdida de tiempo Giovani Battista Bosco, profesor de pedagogía pastoral manifiesta que se queda perplejo ante el «modo de organizar y gestionar ciertos congresos pastorales y algunos presbiteriales, sin un orden del día, sin una hoja de trabajo, sin una relación introductoria, ...» Palabras y más palabras; las palabras se las lleva el viento y no estamos para divagaciones. Y añade que alguno está convencido, pero convencido en serio, de que basta pasión y corazón. Otros sin embargo, alimentan una total confianza en la confrontación y el debate y curiosamente «pierden el tiempo» en reuniones.Para Bosco el defecto más frecuente es la convicción de que la buena voluntad es suficiente. Instrumentos como las ciencias de la educación, de la formación, la competencia específica son cosas irrelevantes. Por otra parte, el profesor de pedagogía pastoral se ha dado cuenta de que los que dirigen las reuniones, los líderes, son con frecuencia sacerdotes. Sin embargo, y lo dice precisamente un sacerdote, el P. Tomás Morales S.I es «la hora de los laicos». Quizá todavía se vive en algunas ocasiones un cierto clericalismo. Señala Bosco que ningún sacerdote está habilitado automáticamente para saber guiar un grupo. Cuando no se es competente, y no se está obligado a serlo, se delega en un laico.